Dice el revolucionario Vladimir Ilich Lenin en el comienzo de El Estado y la revolución que el capitalismo tiene la capacidad de convertir a los grandes revolucionarios en íconos inofensivos, canonizándolos, rodeando sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola.
Claro, Lenin se refería a Karl Marx y al marxismo, y la tergiversación de su pensamiento por aquellos que Lenin consideraba aliados o funcionales a la clase dominante, la burguesía.
Pero en esos breves párrafos, el revolucionario ruso develaba una estrategia de dominación del capitalismo que se repetiría a lo largo de la historia. Ni por asomo se hubiera imaginado lo que sucedería muchos años más tarde con otro revolucionario, un argentino que protagonizaría una de las revoluciones más importantes de la historia. Nos referimos a Ernesto “Che” Guevara. Si a Lenin lo irritaba lo que en ese entonces sucedía con Marx, con esa entronización que vaciaba su contenido revolucionario, no quisiéramos pensar lo que opinaría de lo que ha sucedido con el Che.
El lector atento podría sugerir que el hombre de la revolución cubana es un verdadero ícono de la lucha revolucionaria, que es miles de banderas en todo el mundo levantadas en las luchas populares. Es cierto. Pero no menos cierto es que su figura ha sido convertida en mito, y con ello –y aquí es donde queremos detenernos–, se ha rodeado de esa “aureola de gloria” que Lenin denunciaba acerca del revolucionario pensador alemán.
El procedimiento de otorgarle un carácter mítico a la figura del Che Guevara lleva a que se lo ponga en un altar y así, se lo sacraliza, se lo vacía de contenido revolucionario. Lo convierte en una figura merecedora de respeto. Desde esta perspectiva, las clases dominantes destacarían el modo en que el Che defendió sus valores e ideales, su perseverancia y liderazgo, su carácter para alcanzar objetivos, es decir, atributos que pueden tomarse como ejemplo, no para una transformación social, sino para el éxito individual, para triunfar en la vida, o mejor dicho, en el imprevisible e incierto mundo del libre mercado.
En esta línea, la mitificación del Che, produciría como principal efecto la imposibilidad de imitarlo. Es decir, Ernesto Guevara hubo y habrá uno solo, único e irrepetible.
Aunque sea conceptualmente complejo, debemos explicar que aquí no entendemos al mito como una simple narración, relato o leyenda, sino como lo que el francés Georges Gusdorf en Mito y Metafísica llama “conciencia mítica”. Esta es una concepción del mito no como narración sino como una estructura de existencia.
El filósofo y epistemólogo francés lo entiende como una afirmación de totalidad. El mito tiene por función hacer posible la vida. Ofrece un lugar a las sociedades humanas y les permite perdurar. Garantiza su existencia constantemente expuesta a la inseguridad, al sufrimiento y a la muerte. El mito permite constituir una envoltura protectora, en cuyo interior el hombre encuentra su lugar en el Universo.
Como dice Gusdorf, la historia nos presenta un horizonte abierto, es decir, inquietante. Pero el hombre, por instinto, busca estructuras cerradas, que sean garantía contra los acontecimientos y sus amenazas. Gracias al mito, lo insólito se convierte en habitual: ocurre siempre la misma cosa, es decir, no ocurre nada. Marchamos entonces con banderas del Che probablemente hacia ningún lado, nos vestimos como él y usamos sus remeras, nos dejamos la barba y pintamos su inalterable figura en rígidas paredes.
Pero lo más interesante del planteo de Gusdorf, es que el mito tiene una función dual. Es a la vez conservador y liberador. Por un lado, mantiene y reproduce un statu quo determinado. Esta faceta es la que utiliza el capitalismo, resignificando los símbolos e ideales revolucionarios para volverlos, como argumentaba Lenin, estériles. Como consecuencia, el efecto es la paralización, una cristalización conservadora del espíritu liberador del mito. La repetición y la estandarización son los mecanismos por los cuales el capitalismo exalta el carácter conservador y por los cuales diluye su espíritu liberador.
La novedad que ofrece la proposición de Gusdorf, a diferencia de Lenin, es ese resquicio por el cual se podría contrapesar ese efecto conservador. Lo importante, lo audaz, sería pensar a Ernesto Che Guevara en su dimensión más histórica y obstinada.
En este sentido, el mito no sólo debe ser considerado como una perpetuación de una realidad dada, también abre espacios para una inspiración liberadora, que transite un rumbo de transformación de la realidad. El mito puede ser también explosivo, imaginación y pensamiento mágico, creatividad pura. Podría ser, en definitiva, posibilidad de utopía, y con ello la búsqueda de formas de liberación, que no necesariamente se alisten en el camino de la lucha armada.
Es factible especular entonces que hubo (hay y habrá) muchos como él, muchos hombres y mujeres anónimos, muchos Che Guevaras, que por azar o fortuna no han quedado en los anaqueles de la mitología moderna, pero que supieron enfrentar a la muerte en su intento de trasformación de la sociedad capitalista. Podemos inferir, en definitiva, que es posible pensar que cualquiera de nosotros puede ser un Che Guevara.
Adrián Pietryszyn
Fuente texto: diario Tiempo Argentino, 24 de diciembre de 2010
Fuente imagen: página web taringa.net
Excelente!!!
ResponderEliminarmuy bueno...
ResponderEliminarMuy bueno!!
ResponderEliminarEn este viaje no sabés la cantidad de veces que vimos la imagen del Che en los lugares más increíbles que te puedas imaginar!! Eso por un lado, pero por otro lado también nos cruzamos con muchos de esos Guevara anónimos!
un beso grande!!
nos vemos!
Aldana y Dino
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