La Cámpora no organiza barrios ni dirige centrales estudiantiles ni arma corrientes sindicales ni consigue puestos electivos en concejos y diputaciones; la Cámpora no moviliza, cuando lo intenta, más de dos o tres mil personas; la Cámpora sería lo que los años setenta habrían llamado una “agrupación de cuadros”: un grupo que se distingue menos por la cantidad y el arraigo de sus miembros que por sus supuestas calidades. Sólo que estos cuadros tienen habilidades muy contemporáneas: son –o deberían ser, vistos sus puestos–administradores diestros.
La Cámpora empezó por cumplir con la ley de la sangre: fue fundada –dicen que fue fundada– por un hijo de los doctores Kirchner, un joven Máximo –que es el nombre imperial que los presidentes peronistas les ponen a sus hijos. La Cámpora funciona ahora como proveedora de diligentes dirigentes del Estado. La lista es conocida: su jefe es subsecretario de Reforma Institucional, otro es secretario de Justicia, otro trabaja en la secretaría de la presidencia, otro es presidente de la Corporación Puerto Madero y director en Aluar, otro es director en Telecom, otro en Techint, otro es interventor de Fabricaciones Militares, otro es presidente de Aerolíneas Argentinas, otro su segundo, otro dirige las noticias del canal oficial, otro las subdirige, otra es gerenta de la Anses y esposa de un jefe, otra directora de Documentación Presidencial y hermana de otro: más política de la sangre –joven. Y más: varios son hijos de desaparecidos –una marca que vale lo que pesa– y los que mandan son hombres; entre todos manjean miles de millones de pesos y mucho poder. Que el “retorno de la militancia” esté fogoneado desde el poder, y que se instale tan fuertemente en él, es un signo fuerte de estos tiempos.
Lo es, también, que la “militancia” actual no suponga cambios significativos en las vidas de los militantes. O, por lo menos, que esos cambios no vayan en el sentido de la austeridad –como forma de asumir ciertas ideas– sino de cierto lujo. Se puede ser militante y cobrar mucho del Estado por esa militancia; se puede ser militante y seguir trabajando en telenovelas o programas de chimentos; se puede ser militante y ganar y gastar mucha plata en pavadas. Se puede ser militante y tomarse un avión –casi– propio para ir a ver un partido de fútbol a Montevideo. Si alguien se pusiera quisquilloso diría que es lógico, coherente, cuando esos militantes se encolumnan detrás de unos jefes que hablan de la redistribución mientras no paran de acumular riquezas. Que la militancia no suponga un compromiso de vida, una crítica y replanteo de esas formas de vida, es una diferencia decisiva con lo que solía considerarse militancia. No digo –¿no digo?– que sea mejor ni peor; digo que es completamente distinto –y que, quizá, sea un efecto de la falta de elecciones ideológicas que esta militancia supone.
En cualquier caso, estas formas de la “militancia” permiten explicar una frase molesta: basta de currar con los setentas significa también “paren de contarnos que una banda de funcionarios muy bien pagos es lo mismo que la jotapé clandestina y perseguida, peleando por el socialismo” –o, peor, su “equivalente en esta etapa”.
Lo es, también, que la “militancia” actual no suponga cambios significativos en las vidas de los militantes. O, por lo menos, que esos cambios no vayan en el sentido de la austeridad –como forma de asumir ciertas ideas– sino de cierto lujo. Se puede ser militante y cobrar mucho del Estado por esa militancia; se puede ser militante y seguir trabajando en telenovelas o programas de chimentos; se puede ser militante y ganar y gastar mucha plata en pavadas. Se puede ser militante y tomarse un avión –casi– propio para ir a ver un partido de fútbol a Montevideo. Si alguien se pusiera quisquilloso diría que es lógico, coherente, cuando esos militantes se encolumnan detrás de unos jefes que hablan de la redistribución mientras no paran de acumular riquezas. Que la militancia no suponga un compromiso de vida, una crítica y replanteo de esas formas de vida, es una diferencia decisiva con lo que solía considerarse militancia. No digo –¿no digo?– que sea mejor ni peor; digo que es completamente distinto –y que, quizá, sea un efecto de la falta de elecciones ideológicas que esta militancia supone.
En cualquier caso, estas formas de la “militancia” permiten explicar una frase molesta: basta de currar con los setentas significa también “paren de contarnos que una banda de funcionarios muy bien pagos es lo mismo que la jotapé clandestina y perseguida, peleando por el socialismo” –o, peor, su “equivalente en esta etapa”.
*Fragmento de Argentinismos sobre “La Cámpora”, que será publicado en julio por Editorial Planeta
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