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martes, 31 de mayo de 2011

Murió Juan Carlos Chébez, el último naturalista de la Argentina


Desde la Fundación Vida Silvestre y la Administración de Parques Nacionales, el conservacionista de 48 años bregó, por la defensa de los ambientes naturales del país. Prolífico escritor y dedicado maestro formó a toda una generación.
 
La palabra naturalista nos evoca a una época romántica, más bien victoriana, donde el hombre salía a recorrer la naturaleza, tanto para descubrir sus riquezas y explorar su posible explotación, como para satisfacer su curiosidad científica e intentar comprender el sentido de la vida sobre la tierra. Para considerarse naturalista es necesario ser asistemático, básicamente autodidacta y sobre todo combinar equilibradamente en las producciones intelectuales el corazón con la cabeza. El paradigma del naturalista universal es Charles Darwin, más conocido por su libro sobre la evolución de las especies que por sus escritos sobre orquídeas o corales que, sin duda, lo inspiraron para llegar a elaborar su teoría más famosa.
A mediados de 1900 es que comienza a notarse que parte de la promocionada “cadena ecológica” difundida en los manuales de escuela comenzaba a perder eslabones. Eso motiva al Perito Moreno a donar los primeros terrenos del Parque Nacional Nahuel Huapi e impulsar así la creación del segundo sistema de parques nacionales del mundo, luego del de los Estados Unidos. La reducción en un 80% de la selva misionera, la posible extinción de muchas especies como el yaguareté, el venado de las pampas o la ballena franca en el sur, eran bien visibles para quienes recorrían el campo con la esperanza de encontrarse a estos animales y sólo vislumbraban la sombra de naturaleza que quedaba del pasado.
Así nace el conservacionista o ambientalista que tiene que sumar a la investigación vocacional de la naturaleza, muy cerca de lo científico, un trabajo de gestión, de divulgación y de defensa más centrado en despachos oficiales que en el campo, para tratar de defender el motivo de su estudio.  Ahí hubo que aprender a buscar argumentos técnicos, científicos, éticos, ecológicos, económicos, culturales y sociales para confrontarlos con visiones desmedidas, ambiciosas o ignorantes que intentan confundir “progreso” o “desarrollo” con “explotación “ o “expolio”.
Este momento, el del siglo XX, fue el que le tocó vivir a Juan Carlos Chébez. Nacido en 1963, apenas 13 años después de esa fecha genera en el colegio de Martínez donde asistía una organización ambientalista no gubernamental. Así nace ACNA (Asociación Conservación de la Naturaleza Argentina) y a partir de entonces Chébez no se detuvo más como vocero de Natura. Aprovechó hasta el servicio militar para solicitar al ejército que lo destinara a la Isla de los Estados, donde con apenas 18 años pudo hacer un relevamiento de su flora y fauna. Fue director en diversos cargos de la Fundación Vida Silvestre Argentina, donde despertó las vocaciones y la pasión de un grupo de adolescentes –como él– que hoy ocupan funciones en distintos organismos nacionales e internacionales. Es decir, fue un maestro.
Parte de ese liderazgo lo fue gestando también tomando el modelo de sus referentes de la vida; entre otros, captó el carisma de Luis Landriscina o la coherencia de Atahualpa Yupanqui. De ellos aprendió que si bien el hombre divide a las ciencias para comprenderlas, la realidad no está parcializada. El hombre es tierra que anda, diría Yupanqui. Y esa tierra y ese hombre son los mismos que defendía Chébez.
Folklore, hombre, música, ciencia, mito, leyenda y paisaje estaban unidos para defender a la naturaleza. Uno de sus 30 libros publicados, Los que se van: fauna argentina amenazada, es un buen resumen de estos conceptos. A pesar de su juventud –tenía apenas 22 años cuando ya cubría cargos directivos– compartía correspondencia y visiones técnicas con los científicos más destacados de la Argentina. Algunos de ellos al morir le legaron sus enormes  bibliotecas. Mientras tanto Juan Carlos también ocupaba cargos en el Ministerio de Ecología de Misiones, y desde allí junto al médico Luis Rolón impulsa la implementación de un “Corredor Verde” de áreas protegidas, que sería uno de los últimos intentos por salvar lo que queda del espíritu de la selva, cercada por represas y cultivos de pinos para hacer papel prensa. Hacia 1990, Chébez pareció  dimensionar la importancia de la función del Estado Nacional y entendió que desde ese lugar su trabajo  tendría  otra proyección. En la Administración de Parques Nacionales ocupó el cargo de director de Conservación, director de la Delegación noreste y luego fue asesor del Directorio. En el medio de tanta actividad seguía siendo un prolífico escritor y un incansable conferencista y nos legaba publicaciones fundamentales para comprender la importancia del patrimonio natural argentino.  Juan Carlos Chébez se fue para el silencio, como diría Yupanqui, el pasado 15 de mayo a la corta, brevísima edad de 48 años. Quizá el tiempo nos permita visualizarlo con más claridad pero sabemos que fue uno de los naturalistas y conservacionistas más importantes que tuvo este país y que seguramente pasarán décadas hasta que otro pueda sobresalir a este nivel. Fue el máximo creador de áreas protegidas de la Argentina, y le debemos muchos parques nacionales e incontables áreas provinciales, municipales y privadas a lo largo y ancho del territorio nacional. Una gestión final fue un informe técnico sobre La Fidelidad, la enorme estancia en la región chaqueña, aquella en la que Mempo Giardinelli le solicitó a la presidenta que creara durante su gestión un parque nacional chaqueño. Los que compartimos su vida y su pasión por defender la naturaleza, lo encontraremos cada vez que pisemos un parque nacional, cuando nazca una ley de protección ambiental o en el canto de los pájaros silvestres, esos que vuelan en libertad, confiando con inocencia que otro Chébez vuelva a la tierra para defenderlos.  <

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