El regreso de una nieta
Apropiada por el parapolicial Eduardo Ruffo, quien la sometió a toda clase de vejámenes, Carla recuperó su identidad en 1985. Dos años más tarde, su abuela Matilde la llevó a España. El sábado regresó al país corrida por la crisis económica.
Carla Rutila Artés (35), aquella niña que en 1976 fue apropiada por el parapolicial Eduardo Alfredo Ruffo, miembro de la banda de Aníbal Gordon que actuaba en el centro de tortura y muerte que fue Automotores Orletti durante la dictadura militar, acaba de regresar a la Argentina.
Rodeada por sus tres hijos y todavía con las huellas del viaje que emprendieron en Madrid el viernes 6 de mayo, Carla sintetizó las razones que determinaron su decisión de abandonar España después de casi veinticinco años de residencia en aquel país, al que había llegado en julio de 1987 con su abuela, Matilde Artés.
“La situación económica en España es muy grave. Hay cinco millones de parados. Yo soy uno de ellos, tengo tres hijos y no me quedó otra opción que venir a la Argentina, donde me han prometido un trabajo”, explicó Carla a poco de su arribo.
Carla fue recuperada el 24 de agosto de 1985 en un operativo en el que se detuvo a Ruffo y a otros miembros de la banda en una quinta cerca de Pilar. La niña fue restituida en la madrugada del 25, exactamente nueve años después de su secuestro en Bolivia.
Dos años después, su abuela Matilde Artés escapó con ella a España por temor a que Carla, que entonces tenía diez años, pudiera caer nuevamente en poder de Ruffo, quien había quedado en libertad merced a las leyes de punto final y obediencia debida dictadas durante el gobierno de Alfonsín tras el levantamiento carapintada de la Semana Santa de 1987.
La odisea de Carla
Carla nació el 28 de junio de 1975 en Lima, Perú. No era su lugar de residencia, pero allí se produjo el parto porque sus padres eran militantes populares que recorrían la geografía latinoamericana luchando contra las dictaduras. De Perú pasó con su madre, Graciela Rutila, a Bolivia, donde su padre fue asesinado por la dictadura de Hugo Banzer y allí comenzó para ella una odisea interminable. Graciela, quien era estudiante, había apoyado una huelga de trabajadores mineros en Oruro. Fue el comienzo del fin para aquella joven. La detuvieron el 2 de abril de ese año, la torturaron y junto con su pequeña hija la trasladaron a la Argentina en el marco del Plan Cóndor. Ambas fueron confinadas en Automotores Orletti, donde la niña fue apropiada por el torturador Eduardo Alfredo Ruffo. Carla tenía un año y tres meses cuando la separaron de su madre, cosa que recordó durante su testimonio en agosto pasado frente al Tribunal Oral que juzgó los delitos de lesa humanidad que se cometieron en ese campo de concentración.
Mientras permaneció en Orletti, la niña fue sometida a vejámenes delante de su madre para que ésta proporcionara información que sus verdugos trataban de sacarle sometiendo a la criatura a lo que se conocía como el submarino: la sumergían en un recipiente de agua caliente para pasarla de inmediato a otro de agua fría.
El martirio para Carla continuó durante los nueve años que permaneció en el hogar de los Ruffo. La propia Carla, en su declaración de agosto, reveló que Ruffo no sólo la sometía a malos tratos, sino que abusaba sexualmente de ella desde los cinco años.
Los fantasmas del pasado siguieron rondando por su existencia. En 1987, una nueva odisea: la fuga de la Argentina porque la impunidad de asesinos y torturadores ponía nuevamente en riesgo su libertad.
En España comenzó una nueva vida. Fue madre a los veinte años. Tuvo otros dos hijos, a los que crió con la ayuda de su abuela por ausencia de apoyo paterno. Luchó a brazo partido para salir a flote. Pero la crisis económica de España la puso entre la espada y la pared.
“Quiero darles la nacionalidad argentina y una educación basada en los valores de la libertad, la justicia y los derechos humanos, como querían mis padres, como me enseñó mi abuela”, dijo Carla.
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