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lunes, 2 de mayo de 2011

A 29 años del hundimiento del General Belgrano en la Guerra de Malvinas


Luis Parra (izquierda)

LA HISTORIA CONTADA POR UN PERGAMINENSE
“Hay tumbas que no pueden ser visitadas, se encuentran en lo más profundo del océano, sólo se puede llegar a través de los recuerdos y el corazón”. Así recuerda el pergaminense Luis Parra, quien estuvo en la tripulación del buque hundido por los ingleses en la guerra de Malvinas.
A 29 años, para Luis Parra, la historia no se olvida, y segura­mente jamás podrá borrarse de su mente aquel trágico 2 de mayo de 1982. El pergaminense vivió el peor día de su vida, pero sobrevi­vió para recordarlo un día como hoy, a 29 años del hundimiento del buque General Belgrano en la guerra de Malvinas.
“Fui incorporado un 2 de junio del año 1981, a cumplir con el servicio militar obligatorio, como conscripto marinero en la base naval de Puerto Belgrano, donde estuve 40 días de instrucción en Campo Sarmiento, en la tercer compañía”, comenzó contando su historia Luis Parra.
“Para el mes de agosto de ese mismo año fui destinado junto a unos 160 soldados al, Crucero General Belgrano. De nuestra ciudad éramos cuatro, Carlos Fontana, Pedro Acosta, Tomás Silva y yo. Recuerdo ese día cuando caminamos con nuestras bolsas de equipo, desde Campo Sarmiento hasta el puerto, don­de se encontraba amarrado el buque. Fue asombroso ver algo tan grande, nunca había visto un buque de guerra.
“Nos formaron en la cubierta principal y fuimos repartidos en grupos de 10 para cubrir los distintos puestos en el buque. Yo paso a integrar, junto con Acosta, la sección “Romeo”, que es la de control de averías. Esta tenía a cargo el incinerador, la herrería, carpintería y estanquidad.
“Este grupo era entrenado en tierra donde había que sofocar distintos tipos de incendios y entrada de agua. Para eso estaban preparados compartimientos para simulacros”.
Su primera navegación
“Mi primera navegación fue a Puerto Madryn un 21 de agosto del mismo año y así fueron muchos más. Llegué a conocer Ushuaia en tres oportunidades, el Canal de Beagle, las Islas de los Estados, el Cabo de Hornos, y llegué a cumplir 9 meses a bordo del buque. Esas eran sus últimas navegaciones porque el crucero pasaría a ser un buque escuela.
“Su poder artillero era el más grande de la flota de mar. Las torres tenían 3 cañones de 152 milímetros de calibre y 7.15 milímetros de longitud. Constituían la mayor fuerza para el combate por el volumen de fuego. El al­cance era de más de 20 kilómetros y la exactitud de su puntería era el poder más importante de la flota de mar. Cada torre la operaban 60 hombres, cubriendo puestos en las distintas cámaras ubicadas verticalmente a través de 6 cubiertas. La componían las baterías secundarias de 8 cañones de 127 milímetro de calibre y 3.12 de longitud. Actuaban contra buques o aviones.
“En ataque antiaérea lo com­pletaban las baterías de cañones de 40 y 20 milímetros. El puente de comando desde donde se emi­tían las órdenes del comandante, se recibía información de control y dirección de tiro 1 y 2 platafor­ma central de comunicaciones y cifrario. En 3 cubiertas estaba el hospital de sangre y enfermería. También estaba la central de con­trol de averías. Para llegar hasta el puente de comando, desde la sala de máquinas, debían transitarse más de 150 escalones desde la quilla hasta la cubierta. Se contabilizaban 350 compartimientos.
El Belgrano hundiéndose
La guerra
Luis Parra, recordó aquel momento trágico, muy minu­ciosamente, detalle por detalle: “Cuando las Islas Malvinas fueron recuperadas, el buque estaba en reparación de manteni­miento. Fue el último en zarpar, fue un 16 de abril de 1982. Sali­mos rumbo al Atlántico Sur con 1.093 hombres, 56 oficiales, 627 suboficiales, marineros y cabos, 408 conscriptos y 2 cantineros ci­viles. Al momento de zarpar con mi grupo de control de averías, colocamos en el frente del puente de comando la inscripción: “Irse a pique antes de rendir el pabe­llón”. Las letras las hicimos en la herrería del buque y las pegamos sobre una chapa de bronce.
“El crucero llevaba como escolta en apoyo, el Destructor Ara Bouchard, Destructor Ara Piedra Buena, Aviso Gurruchaga y el buque Tanque Puerto. El comandante del buque, Rosales, nos informa que la flota inglesa había zarpado hacia las Islas Malvinas y que debíamos estar preparados, que en cualquier momento podíamos entrar en combate con esa flota. Para man­tener la reserva de combustible y recambiar munición, el crucero debió tomar Puerto Ushuaia. “Fue el 22 de abril. Luego volvi­mos a zarpar, nuevamente. El 24 de abril llegaron las nuevas orde­nes de operaciones y cambio. Se consideró como un posible modo de acción, el estacionamiento del Belgrano en la Bahía de Puerto Argentino, pero también sería un blanco para el enemigo ya que no tendría movilidad de acción. Finalmente el buque parte con el grupo de tareas a resguardar la zona del sur del teatro de operaciones, cerca de las Islas de los Estados.
“Las primeras horas del día 2 de mayo se recibe la orden de rumbo en dirección a los buques enemigos. Faltando poca distan­cia para el combate se recibió el mensaje del comando superior con nuevas órdenes. Cambia­ríamos el rumbo hacia el oeste a un área de espera. En cubierta continuaba el fuerte viento y los nubarrones se teñían de oscuro. Yo, en esos momentos, me encon­traba de guardia. A las 15:50 me reemplazó el conscripto Mario Zabala, entonces camino hasta la sala de descanso. De repente escucho una fuerte explosión y luego otra. Todo se pone oscuro, un fuerte gas invade el sollado. Logro salir de la cubierta, miro la proa del buque, veo que una gran parte fue destrozada. El crucero había sido atacado. El grupo de control averías, nada pudo hacer. El agua había invadido una gran parte del buque. Me dirijo hacia mi balsa asignada pero ya no es­taba, quedaba solamente una. La tiramos al mar, la amarramos con una soga al buque. A través de esa soga logramos llegar dentro de la balsa, éramos 16 hombres. El cru­cero se hunde, rozando nuestra balsa. Así transcurrimos 33 horas a la deriva. El fuerte viento y el agua habían destrozado parte de la balsa, hasta que fuimos rescatados por uno de nuestros buques (Aviso Gurruchaga).
“Fui llevado a la base naval de Ushuaia donde nos proveen de ropa y alimentos, y luego re­tornamos nuevamente a Campo Sarmiento en aviones de la Fuer­za Aérea. Un viernes 7 de mayo regreso a Pergamino junto con mi padre que me estaba esperan do en la base. Fue una emoción muy grande verlo allí. Estuve con mi familia hasta el día 17 de mayo y el 18 me presenté en Puerto Belgrano donde el comandante del crucero y el capitán de navío, Héctor Elías Bonzo, nos comuni­ca que íbamos a ser trasladados a distintas áreas de la Marina, pero no al Teatro de Operaciones. Fui trasladado a la Escuela Mecánica de la Armada hasta el 1 de agosto del año 1982.
“En el ataque al crucero Ge­neral Belgrano, fuera de la zona de exclusión, murieron 323 hombres y 770 sobrevivimos. Cuatro fuimos de ésta ciudad, tres regresamos, pero Eduardo Tomás Silva no tuvo esa posi­bilidad de regresar a su hogar. Tampoco aquel soldado que me reemplazó en la guardia, Mario Zabala, jóvenes vidas que fueron cortadas, sin tener la posibilidad de formar un hogar, de tener hijos y nietos como hoy los tengo yo. Los ciudadanos, en especial los jóvenes de nuestra ciudad, deberían valorar estos sacrificios y la vida que dieron nuestros hombres. Hay tumbas que no pueden ser visitadas, se encuentran en lo más profundo del océano, sólo se puede llegar a través de los recuerdos y el corazón”.

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