Hugo Gatti (derecha) y el Tano Piovoso (izquierda) |
El jugador llegó al conjunto platense desde Mones Cazón, un pueblo del partido de Pehuajó, durante la década del ’70. En su corta participación en el equipo reemplazó a Hugo Orlando Gatti en dos oportunidades.
En la cancha de la vida, Antonio “El Tano” Piovoso sabía lo que era poner el cuerpo. Cuidaba el arco con el mismo celo que sus planos o tablero de arquitectura. Llegó a La Plata desde Mones Cazón, un pueblo del partido de Pehuajó que está a punto de cumplir cien años. Con la misma confianza que volaba de palo a palo, seguramente estudiaba las tendencias urbanas de una década convulsionada, la del ’70. En las tres fotos carnet de un expediente judicial se perciben sus ojos claros y la mirada seria, como abstraída. La dictadura pretendió condenarlo al olvido pero no pudo. “Es una incógnita el desaparecido, no tiene entidad, no está”, sentenció con cinismo Videla en 1979. El ex arquero de Gimnasia y Esgrima La Plata siempre estuvo y estará, como los 30 mil. Su historia ya trascendió las fojas de una causa que acumula pruebas y condenas contra los genocidas. Entre la militancia, la universidad, el trabajo y el fútbol, no tenía demasiados resquicios para el esparcimiento. El suyo es el primer caso comprobado de un jugador profesional que debutó en el campeonato más importante de la AFA, y que sigue desaparecido. En 1973 atajó en tres partidos del torneo Metropolitano que ganó Huracán (su equipo salió décimo, junto con Racing) y en dos de ellos ingresó en reemplazo de Hugo Orlando Gatti. Los pibes de esa época, que ahora lucen canas, lo recuerdan como una figurita difícil de obtener para el álbum.
“Jugué con Piovoso en el seleccionado de la Facultad de Arquitectura. Ibamos a pedirle plata al decano Añón Suárez para comprar la ropa del equipo. Un día lo fuimos a ver con él, Daniel Martínez y Otilio Pascua, que también está desaparecido, y juntamos para la camiseta blanca y los pantalones negros. El Tano era un gran tipo, muy simpático, charlatán, lo conocí entre el ’73 y el ’75”, cuenta el arquitecto Gabriel Loguzzo, un sufrido hincha de Gimnasia. Antes de que el arquero estrenara su buzo en la Primera del Lobo, había pasado por las divisiones inferiores en Estudiantes. Con su 1,77 metro de estatura, el arco le quedaba un tanto holgado. El 19 de abril de 1973 (pasado mañana se cumplirán 38 años) lo hizo debutar José Varacka en un partido contra Argentinos Juniors en La Paternal. Reemplazó a Daniel Guruciaga en una formación que aquella tarde completaron Gonzalo, Gottfrit, Comas y Cardacci; Della Savia (Bulla), Pedraza y Palacios; Pignani, Marasco y Villagra. Gimnasia perdió 2 a 0.
El Tano tuvo que esperar un poco más de dos meses para volver a jugar en Primera. Las estadísticas de la época señalan que en su segunda presentación (24 de junio del ’73) saltó del banco de suplentes, aunque esta vez para ocupar el lugar de Gatti. En el bosque platense sufrió su segunda derrota ante All Boys por 3 a 2. Cuatro días después (también se jugaba como ahora, entre semana), entró de nuevo por El Loco y terminó nuevamente con un resultado negativo en contra. Loguzzo recuerda que José Aurelio Pascuttini, aquel recordado zaguero de Rosario Central, le hizo a su compañero de estudios “un gol tonto” que habría terminado rápidamente con su carrera en Gimnasia. Los rosarinos se impusieron 2 a 1. Según el historiador del club, Angelo Clérici, el arquero continuó en Villa San Carlos, un equipo que hoy juega en la Primera B, y finalizó su campaña como futbolista en 1977, integrando el plantel de Nación de Mar del Plata. Ahí se juntó con Miguel Angel Restelli, un delantero que también había pasado por Gimnasia, y su último director técnico fue Edelberto Artero. Piovoso, mientras tanto, continuaba con sus estudios de arquitectura, que no abandonaría hasta su desaparición, el 6 de diciembre de aquel año.
Humberto Bernardo Moirano, testigo de su secuestro en un estudio de la galería Williams de La Plata, declaró el 30 de octubre de 2002 en los Juicios por la Verdad: “Con Enrique Piovoso éramos amigos desde los 14 años, nos conocimos en el club Estudiantes de La Plata jugando al fútbol, hicimos todos los años las divisiones inferiores y comenzamos a cursar Arquitectura en la Facultad de La Plata, así que fueron muchos años de amistad con él. En las circunstancias en las cuales desaparece estábamos estudiando, terminando quinto año. En ese momento había unas materias que teníamos que rendir en diciembre”. Una de ellas era Instalaciones Sanitarias. También dijo que militaron brevemente en un grupo donde “lo único que hicimos alguna vez fue volantear”.
Aquella tarde del ’77, un operativo comando con represores vestidos de civil irrumpió en el estudio de arquitectura de la calle 8, dos oficinas pequeñas, las 6 y 7 del cuarto piso, separadas por un baño. Los arquitectos Hugo Busteros y José Luis Diez eran los dueños. La ex esposa de este último, María Patricia Luisoni, describió en los Juicios que “se estaba acostumbrando a que entrara y saliera gente constantemente por cuestiones de trabajo o a veces venían compañeros de la facultad. En determinado momento entraron cuatro personas armadas que no eran estudiantes de Arquitectura y me separaron, me dejaron en una de las oficinas, y en la otra estaban los demás. Nos interrogaron sobre lo que supiéramos de Minguito”. El joven del apodo que inmortalizó el actor Juan Carlos Altavista se llamaba Jorge Antonio Martina. En el expediente judicial todos los testimonios coinciden en que lo buscaban a él. Pero también lo secuestraron al arquero de Gimnasia, que se desempeñaba como dibujante en el estudio.
Moirano cuenta que cuando atraparon a Martina –el último en ingresar a la galería Williams– lo molieron a golpes en el suelo. Y alcanzó a escuchar cuando uno de los integrantes de la patota, presuntamente del Ejército, dijo: “A vos te llevamos porque no dijiste nada”. Calcula que se dirigía a Enrique Piovoso, “que se lo llevaban porque no había dicho la dirección de Jorge Martina. Se los llevan a los dos juntos. Nunca supimos más nada”. Otra testigo, la arquitecta Delma Eda Cocchia, amiga y compañera de estudios del Tano, declaró ante la Cámara Federal de Apelaciones que “ahí nos dimos cuenta de que no estaba, la situación posterior fue obviamente no sólo de desconcierto, incluso creo que de espera, pensábamos qué hacíamos, si les íbamos a decir a los papás del Tano o no, porque teníamos la esperanza o el deseo de que a lo mejor a la medianoche aparecía, cosa que no sucedió nunca más”.
La familia de Piovoso sufrió las de Caín. Héctor Alfredo, el hermano menor, dio testimonio el 8 de marzo de 2002 ante la Justicia: “Empezamos un peregrinaje por todos los lugares, hablando con gente, sufrimos extorsiones, me acuerdo que una vez me citaron en la estación Adrogué del Ferrocarril Roca en esa época y mi padre cuando se enteró no quiso que yo fuera. Fue él, lo querían obligar a poner la casa que tenía a nombre de esa gente para darle algún dato de mi hermano. Mi papá se negó, por supuesto, hizo la denuncia pero nadie lo escuchó y él después falleció, y fue a causa de la desaparición de mi hermano”. La declaración se la tomó el camarista Alberto Ramón Durán, un conocido gimnasista, quien murió en un accidente de tránsito el 19 de noviembre de 2009 en Formosa. “Nunca más supimos nada”, le dijo Héctor Alfredo.
Las versiones que escucharon los Piovoso Mengarelli (así figura El Tano en el Nunca Más, el segundo apellido es de su madre) sobre el paradero del estudiante de Arquitectura fueron desde que estuvo en la Unidad 9 de La Plata y el centro clandestino de detención La Cacha, hasta su alojamiento en un barco carbonero en el sur. Habían pasado cuatro años y siete meses desde su debut en la Primera de Gimnasia. El arquitecto Loguzzo recuerda que con Piovoso se dio un gran gusto en 1973: “Por única vez, salimos campeones con el seleccionado de fútbol de Arquitectura en el Interfacultades”.
Gustavo Veiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario