Todavía lejos de la equidad
Las desigualdades entre varones y mujeres en el ámbito laboral se manifiestan mediante distintas oportunidades de acceso al mercado de trabajo, diferentes posibilidades de obtener un empleo remunerado y desiguales condiciones laborales.
Están en desventaja
Por Pablo Ernesto Pérez *
La reciente sanción en Diputados del proyecto que tiende a equiparar los derechos de quienes trabajan en casas de familia –casi exclusivamente mujeres– con los que establece la Ley de Contrato de Trabajo nos invita a discutir la situación más general de las mujeres en el mercado de trabajo. La abundante producción académica de los últimos años permite conocer que las desigualdades entre varones y mujeres en el ámbito laboral se manifiestan mediante distintas oportunidades de acceso al mercado de trabajo, diferentes posibilidades de obtener un empleo remunerado y desiguales condiciones laborales.
En todos estos aspectos, las mujeres se encuentran en una situación de desventaja respecto de los varones. Primero, debido a las obligaciones familiares –socialmente impuestas– tienen mayores dificultades para buscar un empleo. Segundo, aun cuando no tengan limitaciones para buscar un empleo, sus posibilidades de obtenerlo son menores. Tercero, cuando obtienen un empleo, la calidad suele ser menor a la de un varón con similares calificaciones. Así, la presencia femenina es amplia en puestos en la base de la escala jerárquica –lo que se denomina “piso pegajoso”– caracterizados por su precariedad, menor remuneración, bajos requerimientos educativos y escasas posibilidades de movilidad. A su vez, pocas pueden acceder a empleos de altos niveles jerárquicos, fenómeno denominado “techo de cristal”, pues simboliza las barreras invisibles que les imposibilitan acceder a cargos directivos. Esta situación de discriminación hacia las mujeres en el mercado de trabajo tiene su correlato en las coberturas sociales: sólo contarán con una obra social en caso de haber accedido a un empleo remunerado formal o en tanto esposa o hija de un trabajador en estas condiciones.
El análisis empírico referente a la inserción laboral de las mujeres durante los últimos años nos muestra una situación de ambigüedad. Por un lado, se destaca una mejoría en algunos indicadores relativos a esa inserción y avances hacia una igualdad de géneros en el plano jurídico-legal. Pero, en la práctica, persisten los mecanismos que tienden hacia una reproducción de las desigualdades y continúa siendo importante el rol de los estereotipos de género que tienden a desvalorizar a la mujer como trabajadora. Esta ambigüedad también se evidencia en el espacio de las políticas públicas, que si bien suelen manifestar la igualdad de géneros y contemplar los derechos de las mujeres, proponen políticas familiares que las circunscriben a un rol de cuidadora de la familia.
Parte de las desigualdades se explica por la discriminación que realizan las empresas –en base a los estereotipos mencionados– al momento de la contratación. Así se construyen mitos –sin un fuerte correlato empírico– tales como los que asocian a las mujeres a un mayor costo laboral (por las licencias por maternidad), mayor ausentismo (vinculado con el cuidado de los hijos o familiares) o menor flexibilidad para cambiar turnos.
No obstante, muchas desigualdades no se originan en el mercado de trabajo sino en otros espacios de la vida social y, por lo tanto, preexisten al momento de la inserción laboral. La socialización diferencial que tienen varones y mujeres delinea la visión que tienen de sí mismos, de sus posibilidades de acceder al mundo del trabajo, de qué tipo de empleos pueden incluir dentro de sus expectativas y cuáles son inalcanzables. Existe una división sexual del trabajo que conduce a que mientras los jóvenes se preparan para ejercer un trabajo productivo, gran parte de las jóvenes son educadas para asumir el trabajo doméstico o de la reproducción.
Muchas mujeres –casi sin excepción, aquellas con menores credenciales educativas– obtienen trabajos signados por la precariedad en sus múltiples dimensiones: inestabilidad laboral, no registro, bajos salarios, jornada parcial, etc. En parte, esta cuestión es explicada por la doble jornada a la que están socialmente obligadas, el trabajo reproductivo en el hogar y el productivo en el mercado laboral. Aunque algunos varones se han involucrado en el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, la responsabilidad por las tareas reproductivas sigue recayendo en las mujeres. Así, la inflexibilidad de la división del trabajo doméstico frena la igualdad de géneros en el acceso al mercado laboral. A su vez, la ausencia de una política del Estado destinada al cuidado infantil condiciona la actividad laboral de las mujeres, principalmente la de quienes más lo necesitan, las de menores recursos.
La persistencia de patrones socioculturales que reproducen las dualidades señaladas refuerzan la continuidad de las desigualdades entre varones y mujeres en el mercado de trabajo. Modificar estas estructuras de género es un primer paso para favorecer una sociedad más equitativa.
*CEILPiette-Conicet.
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