Roca al frente de la "Conquista del Desierto" |
Se trata de la separación de niños indígenas de sus padres, su reparto y apropiación y el cambio de identidad para ser incorporados como mano de obra forzada en las ciudades del país, según la investigación de Walter Delrio, historiador y antropólogo.
Delrio se dedica a develar éste y otros aspectos de lo que considera el “genocidio” contra los pueblos originarios ocasionado entre 1879 y 1895, quien es profesor universitario y co-director de la Red de Estudios Sobre Genocidio en la política indígena argentina.
Si bien admite que hay continuar investigando sobre la apropiación de menores indígenas tal como se dio a fines del siglo XIX y que la característica de esta práctica es muy diferente a la que ocurrió durante la última dictadura militar, “lo que podemos entender es que en ambos casos existe una apropiación de niños como consecuencia de una política de Estado”.
“Una política de Estado que involucra no sólo a instituciones sino a una sociedad civil que acompaña ese proceso”, afirmó a Télam tras participar del panel “Apropiación de menores en experiencias genocidas” en el marco de la IX Conferencia Bianual de la Asociación Internacional de Investigadores sobre genocidio organizada por la asociación y la Universidad de Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
Delrio sostiene que, hasta hace muy poco, éste era un “no tema” para la historiografía argentina, por lo que los historiadores deben volver con nuevos ojos a las fuentes con las que se construyó la “memoria oficial” sobre el período, que aluden tangencialmente a este tema, tales como las crónicas salesianas, los artículos periodísticos y los registros públicos.
“En los documentos de la orden salesiana en la Patagonia o los franciscanos en Córdoba, lo que podemos encontrar son menciones al trabajo de evangelización, pero en el relato no está involucrado qué pasaba con el chico en su vida: con quiénes estaba viviendo, con quién empezaba a vivir, si sus nombres fueron respetados luego del bautismo o no. Era un no tema”, explicó.
Como para subsanar este silencio, la memoria oficial nos propone un ícono modélico en el que parecieran querer resumirse las historias de todos los niños indígenas en el incipiente Estado argentino: Ceferino Namuncurá.
“Es lo único que conocemos los argentinos como sociedad sobre qué pasó con los niños indígenas luego del sometimiento. Es la historia de un cacique que no sólo se bautiza, sino que se educa con los salesianos y tiene un camino hacia la santidad", sostuvo Delrio.
En ese aspecto añadió que "la historia así contada de Ceferino deja de contar la historia de miles y miles de niños, y estaría mostrando que hasta la misma población indígena reconoce la superioridad, la necesidad, la inevitabilidad del cambio que ha de operarse para pasar a ser un ciudadano argentino con otra lengua, otra cultura, otra religión”.
“Una historia puede ser el silencio de otras y cuando una historia es cada vez más la única historia, es cuando se está construyendo sobre el silencio de los otros”, reflexionó.
Junto a esta memoria oficial, hay una “memoria social” poco explorada que puede ser reconstruida y en la que Delrio focaliza su trabajo: la de las comunidades actuales que atesoran las “historias del retorno”, de los “niños perdidos” que lograron escaparse de los lugares de cautiverio y cuyos relatos fueron reproduciéndose de generación en generación.
Respecto a lo que ocurría con las poblaciones indígenas una vez que se rendían al ejército nacional, Delrio destaca que “eran concentrados en el campamento, se les quitaba su ganado y se consideraba que tanto a los animales como a las personas pasaban a ser propiedad de la tropa. Los tenían bajo vigilancia y luego los trasladaban a campos de concentración más grandes desde donde eran deportados como fuerza de trabajo a diferentes destinos”.
Entre los cautivos se contaban por igual hombres, mujeres y niños. “A los niños se los separaba de sus padres y se los entregaba a familias. Hay manuales en lengua pampa destinada a quienes tenían a su cargo indígena y ahí se ve que el proyecto era convertirlos en mano de obra para distintos labores. El objetivo primario era que dejen de ser indígenas y por eso el borramiento de la identidad”, señaló a Télam.
El motivo de que la categoría “genocidio” al exterminio de los pueblos indígenas de fines del siglo XIX en la Argentina aún no haya alcanzado pleno consenso entre los investigadores, Delrio lo atribuye al “silencio sobre los eventos del pasado”.
“Ahora si lo analizamos en relación a cada uno de los elementos de la definición que establece la convención de la ONU, todos se cumplen en el caso de los pueblos originaros. No sólo es masacre sino la intención de acabar con un pueblo y la separación de niños en esto, tuvo un rol fundamental”, concluyó.
Delrio se dedica a develar éste y otros aspectos de lo que considera el “genocidio” contra los pueblos originarios ocasionado entre 1879 y 1895, quien es profesor universitario y co-director de la Red de Estudios Sobre Genocidio en la política indígena argentina.
Si bien admite que hay continuar investigando sobre la apropiación de menores indígenas tal como se dio a fines del siglo XIX y que la característica de esta práctica es muy diferente a la que ocurrió durante la última dictadura militar, “lo que podemos entender es que en ambos casos existe una apropiación de niños como consecuencia de una política de Estado”.
“Una política de Estado que involucra no sólo a instituciones sino a una sociedad civil que acompaña ese proceso”, afirmó a Télam tras participar del panel “Apropiación de menores en experiencias genocidas” en el marco de la IX Conferencia Bianual de la Asociación Internacional de Investigadores sobre genocidio organizada por la asociación y la Universidad de Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
Delrio sostiene que, hasta hace muy poco, éste era un “no tema” para la historiografía argentina, por lo que los historiadores deben volver con nuevos ojos a las fuentes con las que se construyó la “memoria oficial” sobre el período, que aluden tangencialmente a este tema, tales como las crónicas salesianas, los artículos periodísticos y los registros públicos.
“En los documentos de la orden salesiana en la Patagonia o los franciscanos en Córdoba, lo que podemos encontrar son menciones al trabajo de evangelización, pero en el relato no está involucrado qué pasaba con el chico en su vida: con quiénes estaba viviendo, con quién empezaba a vivir, si sus nombres fueron respetados luego del bautismo o no. Era un no tema”, explicó.
Como para subsanar este silencio, la memoria oficial nos propone un ícono modélico en el que parecieran querer resumirse las historias de todos los niños indígenas en el incipiente Estado argentino: Ceferino Namuncurá.
“Es lo único que conocemos los argentinos como sociedad sobre qué pasó con los niños indígenas luego del sometimiento. Es la historia de un cacique que no sólo se bautiza, sino que se educa con los salesianos y tiene un camino hacia la santidad", sostuvo Delrio.
En ese aspecto añadió que "la historia así contada de Ceferino deja de contar la historia de miles y miles de niños, y estaría mostrando que hasta la misma población indígena reconoce la superioridad, la necesidad, la inevitabilidad del cambio que ha de operarse para pasar a ser un ciudadano argentino con otra lengua, otra cultura, otra religión”.
“Una historia puede ser el silencio de otras y cuando una historia es cada vez más la única historia, es cuando se está construyendo sobre el silencio de los otros”, reflexionó.
Junto a esta memoria oficial, hay una “memoria social” poco explorada que puede ser reconstruida y en la que Delrio focaliza su trabajo: la de las comunidades actuales que atesoran las “historias del retorno”, de los “niños perdidos” que lograron escaparse de los lugares de cautiverio y cuyos relatos fueron reproduciéndose de generación en generación.
Respecto a lo que ocurría con las poblaciones indígenas una vez que se rendían al ejército nacional, Delrio destaca que “eran concentrados en el campamento, se les quitaba su ganado y se consideraba que tanto a los animales como a las personas pasaban a ser propiedad de la tropa. Los tenían bajo vigilancia y luego los trasladaban a campos de concentración más grandes desde donde eran deportados como fuerza de trabajo a diferentes destinos”.
Entre los cautivos se contaban por igual hombres, mujeres y niños. “A los niños se los separaba de sus padres y se los entregaba a familias. Hay manuales en lengua pampa destinada a quienes tenían a su cargo indígena y ahí se ve que el proyecto era convertirlos en mano de obra para distintos labores. El objetivo primario era que dejen de ser indígenas y por eso el borramiento de la identidad”, señaló a Télam.
El motivo de que la categoría “genocidio” al exterminio de los pueblos indígenas de fines del siglo XIX en la Argentina aún no haya alcanzado pleno consenso entre los investigadores, Delrio lo atribuye al “silencio sobre los eventos del pasado”.
“Ahora si lo analizamos en relación a cada uno de los elementos de la definición que establece la convención de la ONU, todos se cumplen en el caso de los pueblos originaros. No sólo es masacre sino la intención de acabar con un pueblo y la separación de niños en esto, tuvo un rol fundamental”, concluyó.
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