Rodolfo Ortega Peña |
Apenas conocido hoy por algunos, ignorado por otros, aborrecido por advenedizos y traidores del movimiento obrero y popular, sigue presente en los corazones de aquellos que supimos atesorar sus enseñanzas teóricas y prácticas. Dotado de una particular cultura e inteligencia, políglota- leía en francés, inglés, alemán, italiano, portugués, latín y griego, además del castellano- este apóstol popular, que se recibió a los 20 años de abogado e incursionó en la filosofía, la economía, la literatura y otros ítems; que proveniente de una familia acomodada podría haber sido el Gardel de los culorrotos y comemierdas que tanto abundaron, abundan y abundarán en el país, prefirió ser el vocero y defensor a ultranza de sus hermanos, los trabajadores, los pobres de vidas e influencias, los explotados y oprimidos por el capitalismo.
“¿Qué pasa flaca?”
Fueron sus últimas palabras. A las 22.25 de aquel 31 de julio, cuando un presunto taxi, que luego se supo formaba parte de la patota que lo asesinó, lo dejó en la esquina de Arenales y Carlos Pellegrini, ya había sido montada la operación. Dos autos, momentos antes, se habían cruzado a lo ancho de la Avenida Santa Fe, para no dejar pasar a nadie, en tanto civiles de caras torvas desviaban el tránsito. Al momento del apeamiento de Rodolfo y su esposa, Elena Villagra, del vehículo que los había transportado, desde un Ford Fairlane verde, que se les apareó, bajó un sicario que calzaba en su rostro una media de mujer y disparó contra la pareja con una subametralladora. El primer disparo atravesó el rostro de Elena, los otros, 24, impactaron en la cabeza de Rodolfo, en el antebrazo, en la muñeca y en otras partes de su cuerpo. Mientras el sicario y sus dos compinches, protegidos por el oficialismo, huían, el cadáver de Rodolfo fue trasladado a la comisaría 15, adonde concurrieron sus amigos, Diego Muñiz Barreto, Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Zito Lema, quienes se trenzaron con el comisario Alberto Villar, nombrado por Peròn como jefe de la Policìa Federal y luego fundador de la Triple A, quien entrò sonriendo jocosamente a la sede policial a poco de producido el asesinato. Complicidades varias concurrieron a hacer posible el martirio del “Pelado”.
Legisladores justicialistas y de la oposición, directivos del Consejo Nacional Justicialista que habían presentado a Perón a fines de 1973 un plan de eliminación de “zurdos”, que comenzó con la voladura el automóvil del abogado radical Hipólito Solari Irigoyen, periodistas venales, servicios de inteligencia y policiales, militares y policías, jerarcas de la Iglesia, burócratas sindicales y otros se hallaron implicados, directa o indirectamente, en la muerte del abogado y legislador del pueblo. El mismo día de su muerte y a las 20 horas, un supuesto redactor del periódico El Cronista Comercial se había comunicado con Ortega Peña, quien se hallaba en su oficina del Congreso, para solicitarle una entrevista a las 21.30, que nunca se concretó. El supuesto cronista, se supo más tarde, era un miembro de la Triple A, ya que inquirido posteriormente al asesinato el director del medio periodístico sobre esa supuesta entrevista, negó que se hubiera solicitado desde esa redacción. Controlado por servicios y parapoliciales y bajo continuos seguimientos, que se realizaban a plena luz con el fin de amedrentarlo; aleccionado por sus amigos para que no se mostrara tan públicamente, usara un chaleco antibalas, se exilara o solicitara custodia, el “Pelado” respondía: “la muerte no duele”. Sin embargo dolió. A todos nosotros, que lo perdimos como al “francotirador” que unía a todos los revolucionarios, peronistas, marxistas y cristianos, bajo las banderas de la liberación nacional y el socialismo. Sin pertenecer a ninguna organización revolucionaria en particular, las contenía a todas. Era prenda de unidad de todo el campo popular, que había combatido a la dictadura con las ideas, las huelgas reprimidas y las manifestaciones sableadas, primero, y las armas en la mano después. “La sangre derramada no será negociada”, transcribía la manta ubicada detrás de su féretro, ubicado en el primer piso del la Federación Gráfica Bonaerense, donde fue velado. Su paso efímero por la vida- tenía 38 años al momento de su asesinato- había calado hondo en los hacedores de quimeras, militantes de la vida y el Hombre Nuevo. Allí estaban presentes, entre otros, el inolvidable Jorge Di Páscuale, secretario general del Sindicato de Empleados de Farmacia, secuestrado-desaparecido en 1976, Eduardo Luis Duhalde, su amigo y compañero, Raymundo Ongaro, Secretario General de la Federación Gráfica Bonaerense, Manuel Gaggero, director del clausurado diario El Mundo, Norberto Habegger, subdirector del diario Noticias, mas tarde secuestrado desaparecido y otros compañeros de distintas organizaciones. Coronas que rezaban “Militancia”, “Fuerzas Armadas Peronistas”, “Peronismo de Base”, “Montoneros”, “Agrupación `Lealtad y Soberanía’” de Trabajadores de Farmacia; “Alianza Popular Revolucionaria”, “FAL 22 de Agosto”, “Nuevo Hombre” , “PRT- ERP” , “JTP”, “Alianza Popular Revolucionaria”, “Sindicato Único de Empleados del Tabaco”, “Agrupación Docente 29 de Mayo” y otras tantas, cientos, testimoniaban el cariño y el respeto plural y único hacia el compañero caído.
Y también el odio de los enemigos del pueblo, sus enemigos. “Sus compañeros de D.I.P.A” rezaba una corona que, junto a otra del “Ministerio de Defensa”, fue echada a la calle. DIPA, disuelta por el gobierno de Héctor J. Cámpora, asumido el 25 de mayo de 1973, fue la sigla de la Direcciòn de Investigaciones de Partidos Antidemocráticos, sucesora de la Secciòn Especial de Represión al Comunismo y engendro de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE). Organismo fundamental de la represión política popular, dependiente de la Policía Federal, participó a través de sus cuadros de la Triple A, cuyas cabezas visibles fueron el “brujo” José López Rega, ministro de Bienestar Social, el comisario Villar, antes citado, el comisario Muñoz, hoy procesado, y los comisarios Morales y Almirón. Este último, cabe destacar, una vez huido a España antes de la debacle de Isabel Perón, confesó allí su autoría en cuanto al asesinato de Rodolfo Ortega Peña. Al entierro del “Pelado” en la Chacarita concurrieron miles, que fueron reprimidos.
Anecdotario
“¿Que hacés? ¿ No ves que es el Pelado Ortega Peña y su esposa”?- inquirió por lo bajo quien esto escribe a una compañera, cuando en un acto de presentación del Peronismo de Base universitario, llevado a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1973, hizo abrir a Elena Villagra su cartera para ver su contenido. Cerca de allí, grupos pero-fascistas habían atacado una asamblea estudiantil en Ciencias Económicas, y la orden entonces era adoptar las máximas medidas de seguridad del acto y la protección de los compañeros que a él asistían. Elena, con una sonrisa complaciente, cumplió con la indicación, intuyendo que la compañera de seguridad, muy joven todavía, no la había reconocido. El Pelado esbozó una sonrisa cómplice al autor de esta nota, que, responsable del área, no supo donde meterse. Sólo esbozó un “disculpe, compañero”, sonrojado. Y allí se quedó.
Cuando Rodolfo, ya diputado elegido por el Partido Justicialista, se convenció de que sus pares constituían una caterva de traidores, y ya distanciado del propio Perón, a quien acusaba de haber traicionado el programa del FREJULI, puso su solitaria banca al servicio de las bases trabajadoras. Formó entonces el Bloque de Base, unipersonal, desde donde defendió a capa y espada a todo trabajador explotado que confrontara con su patronal. Quien esto escribe recuerda su participación en la defensa de los laburantes de la fábrica Insud S.A., de La Matanza, cuyas emanaciones de plomo los enfermaban de saturnismo. En el norte, sur, este y oeste del país, el Bloque de Base, con el “Pelado” al frente, batallaba contra los explotadores y canallas. Desde “Militancia”, esclarecía mentes y propagandizaba los combates populares. En el número 29 del 27 de diciembre de 1973, y en la sección Correspondencia de Lectores, la revista reproducía un manifiesto de la Unión de Oficiales Argentinos ‘Lautaro’, Departamento de Gendarmería Nacional, fechada el 18 de diciembre. En ella, el grupo de oficiales de Gendarmería expresaba su descontento por tener que ocuparse de “la custodia de empresas de capitales extranacionales, medida que se contradice con las pautas de liberación enunciadas en el gobierno y las afirmaciones efectuadas por el señor Comandante en Jefe del Ejército, General Raúl Carcagno, y que apoyáramos en su oportunidad…”. Secciones como el Diccionario de la Entrega, Cárcel del Pueblo, donde iban a parar los políticos entreguistas; Comunicaciones, donde se transcribían los comunicados de agrupaciones sindicales, políticas y político-militares; las críticas al “colonialismo en la prensa”; las “reflexiones para el análisis”, el inefable “Tendencio”, dibujo que con pocas palabras decía mucho y otras muchas secciones, entre ellas los Cuadernos de Base, de formación sindical, constituían esa “Militancia” que, cual manual popular organizativo, discutíamos con nuestros compañeros en puntos tan distantes como La Salada, Bajo Flores, Filosofía y Letras o Bariloche.
En el número citado más arriba, y como homenaje a los compañeros del Peronismo de Base-Fuerzas Armadas Peronistas Tito Delleroni y su compañera Nélida Chiche Arana, asesinados en el andén de una estación de ferrocarril por esbirros del la Triple A, el autor de esta nota dedicó un poema: “Confidencias”, que firmó como Un compañero del Peronismo de Base. En aquel momento, firmar algo o aparecer en alguna foto significaba una sentencia segura de muerte. El “Pelado”, sin embargo, no podía ni quería ocultarse ni usar seudónimos. Su función era servir al pueblo desde su cargo, su nombre y sus cojones. Y cayó y nos dejó su semilla. Esa que florece hoy como ayer bajo la misma consigna de Evita: “Caiga Quien Caiga y Cueste lo que Cueste,¡ Venceremos!, Pelado. ¡Hasta la Victoria, Siempre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario