Entrevista: Mario del Carril. El periodista relata en La vida de Emilio Mignone, la historia de una figura central de los derechos humanos.
La primera sede del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) fue en su casa, lugar del que la dictadura secuestrara a su hija Mónica, el 14 de mayo de 1976. Emilio Mignone ayudó a constituir y dirigió por años esta ONG que empezó a funcionar en los primeros meses de 1978, en pleno gobierno militar, cuando un grupo de hombres y mujeres comenzaron a denunciar las desapariciones en el país. El periodista Mario Del Carril acaba de publicar la biografía de quien fuera una figura emblemática de la lucha por los derechos humanos en la Argentina. En una entrevista en el programa radial Hoy más que nunca, de Radio Nacional (AM 870, lunes a viernes de 7 a 9), habló sobre su nuevo libro, La vida de Emilio Mignone. Justicia, Catolicismo y Derechos Humanos.
–De la presentación del libro participaron Hilda Sábato, una intelectual de afiliación radical muy querida y respetada, quien además escribió el prólogo, y Horacio Verbitsky, alguien que viene del periodismo, pero también del peronismo, de la militancia, y que por razones muy diversas terminó al frente de este gran hijo que tuvo Emilio Mignone que es el Centro de Estudios Legales y Sociales. Qué curiosa junta.
–Correcto. En cierto modo quedé muy feliz de que fuera un grupo tan amplio y heterogéneo, porque la naturaleza de los derechos humanos y del movimiento de derechos humanos tiene que ser precisamente que todos participen en él.
–¿Cómo surgió la idea de publicar esta biografía de Mignone, tantos años después de su muerte?
–Tardó mucho en publicarse. Un día le dije a Emilio Mignone, hacia el final de su vida, que él tenía que publicar su autobiografía. Que la manera en la que él podía decir las cosas que tenía que decir, sobre la evolución del país y sobre esos años terribles que la Argentina había sufrido, era contando su vida. Porque lo que pasó en el país en el ’76 pasaba ya muchas décadas antes, era parte de un proceso, no fue algo mágico. Las personas como Mignone, que habían participado en diferentes actividades y que eran personas políticas, intelectuales, muy vivas, muy activas y muy sensibles, lo llevaban adentro. Emilio murió antes de escribir, aunque tenía la idea de hacerlo. Entonces, antes de morir, le pedí permiso para escribir su biografía, y me impactó lo que me dijo: “Te pongo tres condiciones: la primera, tenés que tener independencia, integridad intelectual; la segunda, tenés que tener autonomía, criterio autónomo, y la tercera, amplitud. Y me llamó mucho la atención que una persona que sabía que se estaba muriendo me diera toda la libertad de hacerlo y el impulso para hacerlo. Fue una cosa muy linda lo que me dijo y yo traté de cumplir.
– ¿Usted tuvo alguna relación familiar con Emilio Mignone?
–Sí, Emilio era mi suegro. Yo no la conocí a Mónica, ella desapareció antes de que me casara con Isabel, su hermana. Mónica no cursaba en el Nacional Buenos Aires, cursaba en la escuela Misericordia, de Belgrano. Cuando ella volvió con su familia de los Estados Unidos, Emilio tenía la intención de enviarlos a escuelas públicas a los chicos, porque volvió con la idea de que la educación privada en la Argentina se había desarrollado de una manera muy elitista, muy de gheto. Esto estaba influenciado mucho por el sistema de educación pública norteamericano que era socialmente más amplio y menos cerrado. También estaba influenciado por su propia experiencia educativa en Luján, que según él propiciaba una mayor igualdad social. No igualdad en el sentido de que la gente tenía las mismas oportunidades económicas, sino que todo el pueblo, todos los sectores sociales, convivían en una escuela. No se educaba al niño en un ambiente social cerrado, sesgado, en el que solamente se interactuaba con gente de su propia clase social, cosa que a él le parecía profundamente limitante. Y a pesar de que volvió con la intención de colocar a sus hijos en colegios públicos, como llegaron al país en diciembre o enero del ’67 ó ’68, no hubo tiempo y los envió a distintas escuelas privadas. Pero ésa era su visión de la educación, más igualitaria, menos desigual.
–Usted trabajó muchos años en el diario La Nación. ¿Cómo percibe la actitud de La Nación frente a la época de la dictadura militar, frente al silencio? ¿Qué tensiones y conflictos vive usted por haber trabajado allí?
–Casi todos los medios de esa época no hablaban. Desaparecieron muchísimos periodistas. Yo también, desde lejos, escribí una columna en esos años para el Buenos Aires Herald, que era un diario que actuaba con mayor libertad. En el Herald eran totalmente críticos del gobierno, pero apoyaban su política económica porque tenían convicción con respecto al liberalismo. El Herald fue un instrumento valiosísimo porque escribían en inglés, lo que permitía que los periodistas extranjeros se enterasen muy rápidamente de lo que pasaba. Por otra parte, si el gobierno lo cerraba, iba a causar en el extranjero una gran impresión, mientras que, si lo dejaba abierto o no lo tocaba, era un diario que podía decir en el extranjero que había libertad de expresión. Hacer esto en español era muy difícil. El único diario que realmente trató de hacerlo fue La Opinión. En la primera época, ese diario reproducía los artículos del Herald en español. Al año, el director de La Opinión, Jacobo Timerman, fue secuestrado. Los periodistas caían por todas partes. Ser periodista en la Argentina y tratar de ejercerlo con independencia de criterio e integridad intelectual, en esa época, era poner la vida en juego, era estar muy exhibido, muy presente, llamar la atención sobre uno y saber que había gente que secuestraba y mataba. Entonces, la gente se callaba. Y no era solamente La Nación, eran muchos otros. Había diferentes grados y había también diferentes momentos.
–¿El libro fue bien recibido por quienes hoy trabajan en el diario La Nación?
– La Nación publicó una parte del libro y tengo entendido que va a salir algo más, pronto. Aunque no cubrieron la presentación, lo más importante para la difusión de un libro es que haya crítica, buena o mala, pero que se hable de él. Pero mi impresión es que no hay ningún problema con el diario.
–De la presentación del libro participaron Hilda Sábato, una intelectual de afiliación radical muy querida y respetada, quien además escribió el prólogo, y Horacio Verbitsky, alguien que viene del periodismo, pero también del peronismo, de la militancia, y que por razones muy diversas terminó al frente de este gran hijo que tuvo Emilio Mignone que es el Centro de Estudios Legales y Sociales. Qué curiosa junta.
–Correcto. En cierto modo quedé muy feliz de que fuera un grupo tan amplio y heterogéneo, porque la naturaleza de los derechos humanos y del movimiento de derechos humanos tiene que ser precisamente que todos participen en él.
–¿Cómo surgió la idea de publicar esta biografía de Mignone, tantos años después de su muerte?
–Tardó mucho en publicarse. Un día le dije a Emilio Mignone, hacia el final de su vida, que él tenía que publicar su autobiografía. Que la manera en la que él podía decir las cosas que tenía que decir, sobre la evolución del país y sobre esos años terribles que la Argentina había sufrido, era contando su vida. Porque lo que pasó en el país en el ’76 pasaba ya muchas décadas antes, era parte de un proceso, no fue algo mágico. Las personas como Mignone, que habían participado en diferentes actividades y que eran personas políticas, intelectuales, muy vivas, muy activas y muy sensibles, lo llevaban adentro. Emilio murió antes de escribir, aunque tenía la idea de hacerlo. Entonces, antes de morir, le pedí permiso para escribir su biografía, y me impactó lo que me dijo: “Te pongo tres condiciones: la primera, tenés que tener independencia, integridad intelectual; la segunda, tenés que tener autonomía, criterio autónomo, y la tercera, amplitud. Y me llamó mucho la atención que una persona que sabía que se estaba muriendo me diera toda la libertad de hacerlo y el impulso para hacerlo. Fue una cosa muy linda lo que me dijo y yo traté de cumplir.
– ¿Usted tuvo alguna relación familiar con Emilio Mignone?
–Sí, Emilio era mi suegro. Yo no la conocí a Mónica, ella desapareció antes de que me casara con Isabel, su hermana. Mónica no cursaba en el Nacional Buenos Aires, cursaba en la escuela Misericordia, de Belgrano. Cuando ella volvió con su familia de los Estados Unidos, Emilio tenía la intención de enviarlos a escuelas públicas a los chicos, porque volvió con la idea de que la educación privada en la Argentina se había desarrollado de una manera muy elitista, muy de gheto. Esto estaba influenciado mucho por el sistema de educación pública norteamericano que era socialmente más amplio y menos cerrado. También estaba influenciado por su propia experiencia educativa en Luján, que según él propiciaba una mayor igualdad social. No igualdad en el sentido de que la gente tenía las mismas oportunidades económicas, sino que todo el pueblo, todos los sectores sociales, convivían en una escuela. No se educaba al niño en un ambiente social cerrado, sesgado, en el que solamente se interactuaba con gente de su propia clase social, cosa que a él le parecía profundamente limitante. Y a pesar de que volvió con la intención de colocar a sus hijos en colegios públicos, como llegaron al país en diciembre o enero del ’67 ó ’68, no hubo tiempo y los envió a distintas escuelas privadas. Pero ésa era su visión de la educación, más igualitaria, menos desigual.
–Usted trabajó muchos años en el diario La Nación. ¿Cómo percibe la actitud de La Nación frente a la época de la dictadura militar, frente al silencio? ¿Qué tensiones y conflictos vive usted por haber trabajado allí?
–Casi todos los medios de esa época no hablaban. Desaparecieron muchísimos periodistas. Yo también, desde lejos, escribí una columna en esos años para el Buenos Aires Herald, que era un diario que actuaba con mayor libertad. En el Herald eran totalmente críticos del gobierno, pero apoyaban su política económica porque tenían convicción con respecto al liberalismo. El Herald fue un instrumento valiosísimo porque escribían en inglés, lo que permitía que los periodistas extranjeros se enterasen muy rápidamente de lo que pasaba. Por otra parte, si el gobierno lo cerraba, iba a causar en el extranjero una gran impresión, mientras que, si lo dejaba abierto o no lo tocaba, era un diario que podía decir en el extranjero que había libertad de expresión. Hacer esto en español era muy difícil. El único diario que realmente trató de hacerlo fue La Opinión. En la primera época, ese diario reproducía los artículos del Herald en español. Al año, el director de La Opinión, Jacobo Timerman, fue secuestrado. Los periodistas caían por todas partes. Ser periodista en la Argentina y tratar de ejercerlo con independencia de criterio e integridad intelectual, en esa época, era poner la vida en juego, era estar muy exhibido, muy presente, llamar la atención sobre uno y saber que había gente que secuestraba y mataba. Entonces, la gente se callaba. Y no era solamente La Nación, eran muchos otros. Había diferentes grados y había también diferentes momentos.
–¿El libro fue bien recibido por quienes hoy trabajan en el diario La Nación?
– La Nación publicó una parte del libro y tengo entendido que va a salir algo más, pronto. Aunque no cubrieron la presentación, lo más importante para la difusión de un libro es que haya crítica, buena o mala, pero que se hable de él. Pero mi impresión es que no hay ningún problema con el diario.
• Título: La vida de Emilio Mignone
Autor: Mario Del Carril
Editorial: Emecé
Autor: Mario Del Carril
Editorial: Emecé
http://sur.elargentino.com/notas/biografia-de-un-luchador
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