Boris Spivacow |
El matemático que hacía chistes malos y les pichuleaba los sueldos a los empleados. El tipo que una mañana se tomó un tren a La Plata y entregó la cabeza para salvar de la picana y de la muerte a sus trabajadores en plena dictadura militar. El judío universalista que confiaba en el poder expansivo de la palabra escrita. El hombre de izquierda atravesado por un conocimiento profundo de la industria cultural y con una fe inquebrantable en la fuerza arrolladora de los libros. El incorregible peatón que caminaba con la vista sobre libretas cuadriculadas, porque anotaba desde títulos de una nueva colección hasta los cálculos de los costos de producción de un fascículo. A Boris Spivacow (1915-1994) le caben estas definiciones parciales. También se puede decir de él que fue un hacedor, un emprendedor. Y que por estas características forma parte de la historia cultural de este país. Porque de manera definitiva es recordado como el fundador de las dos editoriales que revolucionaron la industria del libro en la Argentina: la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) y el Centro Editor de América Latina (CEAL), dos iniciativas que pensaron de manera amplia, democrática, más y mejor la cultura nacional, dos experiencias formadoras de lectores, esclarecedoras y originales, que extendieron el hábito de la lectura a sectores históricamente postergados. Spivacow editó sin interrupción millones de libros con el precio más barato del mercado, porque pensaba que el libro debía ser un artículo de primera necesidad. Había nacido el 17 de junio de 1915 en Buenos Aires, en el Hospital Rawson, y falleció a los 79 años el 16 de julio de 1994. Tres años antes le diagnosticaron “apnea del sueño”, un extraño mal que lo obligaba a mojarse la cara para despabilarse, para no quedarse dormido. Gravemente enfermo, recibió el premio Honoris Causa en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Allí, a sala llena, bromeó, habló sobre su vida, el trabajo, la política.
Gracias a la influencia de Isaac, su padre, un ex profesor de canto del Ejército Rojo, el pequeño Boris se nutrió del teatro y la música rusa del siglo XIX. Casualidad o no, el apellido Spivacow proviene de un verbo que significa “cantar”. Libros de Chejov, Gorki, Tolstoi, Dostoievski y Turgueniev alimentaron el imaginario del futuro editor. La literatura tuvo un poder curativo a lo largo de su infancia. A los ocho años cayó enfermo un tiempo largo y los libros de aventuras de Emilio Salgari, entre otros, lo ayudaron a transitar el obligado reposo. Con el paso del tiempo, naturalmente militó en la Federación Juvenil Comunista; luego consiguió trabajo en la editorial Abril, fue director de Publicaciones Infantiles, director general de Publicaciones y uno de los Subgerentes del sello. “Las biografías de las personas siempre están cruzadas por la historia. Spivacow se formó en Abril, una editorial de libros y revistas con un criterio absolutamente periodístico, que luego se repite en Eudeba y sobre todo en el Centro Editor. Fueron muy importantes conceptualmente algunas ideas: vender libros en los kioscos, publicar todos los días algo, pensar en públicos más grandes, el modo de transmitir los contenidos. Además, fue muy fuerte la idea de divulgación. Editó muchos libros de divulgación científica en Abril, varios con Oesterheld que, a la vez, hizo historietas. Pensaba que todos los temas se pueden entender si los transmite alguien que los sepa explicar. Este concepto es clave tanto en Eudeba como en el Centro Editor”, señala la periodista e investigadora Judith Gociol, autora de la biografía Boris Spivacow, el señor editor de América Latina.
EUDEBA: LIBROS PARA TODOS. Traducir obras desconocidas para el público de habla española, estimular la producción de obras de investigadores, profesores, estudiosos y artistas nacionales, impulsar la labor bibliográfica de aquellos profesores e investigadores de carrera con poco alumnado. Toda esta tarea se propuso Eudeba desde su inicio con Spivacow a la cabeza. Miembro del equipo fundador y gerente general, estuvo acompañado por un directorio de lujo. Entre otros estaban José Babini y José Luis Romero, futuros colaboradores permanentes del Centro Editor. Respecto de las colecciones, el concepto de producir libros al alcance de todos fue irrenunciable desde el inicio. Por ejemplo, Un viaje al país de los matreros, de Fray Mocho, prologado por el escritor Luis Gudiño Kramer, pertenece a la emblemática Serie del siglo y medio, libros de bolsillo que venían con las tapas ilustradas por pintores. Pero el primer éxito resonante fue la publicación de el Martín Fierro, de José Hernández, ilustrado por Juan Carlos Castagnino, que llegó a vender 250 mil ejemplares. Tras la represión desatada en la universidad pública durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, Spivacow y todo su equipo presentaron la renuncia. Hasta entonces Eudeba tenía 200 empleados y cientos de colaboradores free lance, muchos de ellos elegidos por la intuición del editor. En la “primera Eudeba” participaron Oscar “el Negro” Díaz, considerado hoy uno de los grandes diseñadores gráficos que dio este país, Beatriz Sarlo, Horacio Achával, Humberto Costantini, Horacio Clemente, Susana Zanetti y Gregorio Selser, entre otros.
Juan Carlos Giraudo fue uno de los primeros en ingresar a Eudeba y luego pasó al Centro Editor hasta su cierre. Comenzó en la editorial a los 15 años como cadete y más adelante pidió licencia para hacer el servicio militar. “Llevaba los paquetes a distintos lugares, después Boris me pagó un curso de diseño gráfico y trabajé con el Negro Díaz, y más adelante seguí en la parte de producción”, recuerda. A Spivacow lo inquietaba la búsqueda de materiales, el reciclaje del papel, de qué manera llegaba mejor el libro al lector, cuál iba a ser su precio; además, sabía de gramajes, de imprentas. Estaba atravesado por una mirada integral, para nada sesgada.
CEAL: MÁS LIBROS PARA MÁS. Lejos de guardarse y emprender otros caminos, Spivacow y sus colaboradores siguieron empecinados en la manía de publicar libros, pero esta vez la iniciativa se desarrolló en el ámbito privado. Al mes de la renuncia compulsiva a Eudeba, en sus oficinas intervenidas, nació el 21 de septiembre el Centro Editor. Esta fábrica infernal de libros, de notable concepción iluminista, duró casi tres décadas, hasta el menemismo. Colecciones como “Libros de la luciérnaga”, “Cuentos de Polidoro”, “Los cuentos de Chiribitil”, “Atlas total de la República Argentina”, “Mi país, tu país”, “Historia del movimiento obrero”, “Los hombres de la historia”, “Enciclopedia del pensamiento esencial”, “Siglomundo”, “La historia popular”, “Fauna argentina”, “Biblioteca Básica Argentina”, “Cuadernos latinoamericanos de Sociología”, entre otras, dan cuenta de que la producción masiva fue apabullante, rica y plural. Sin el ánimo de canonizar y mitificar, es difícil no encontrar, incluso hoy, algún fascículo o libro del Centro Editor en cualquier biblioteca de clase media.
Spivacow tuvo una gran virtud. Igual que en Eudeba, como un buen hacedor, director de proyectos, tomó jóvenes y los formó. Hizo escuela. Una parte importante de la camada intelectual actual fue detectada por él. Carlos Altamirano, Eduardo Galeano, Oscar Troncoso, Amanda Toubes, Jorge Lafforgue, Ramón Alcalde, Jorge Rivera, Manuel Sadosky, Oscar Varsavsky, Elvio Gandolfo, Daniel Freidemberg, Eduardo Romano, Hermenegildo Sábat, Beatriz Ferro, Analía Roffo, Jaime Rest, Fiora Bemporad, Juan Carlos Portantiero y Carlos Gorriarena, entre otros, participaron de alguna manera en este fenómeno que no se caracterizó por ser una experiencia apacible, desapasionada, sino más bien tormentosa, creativa, atravesada por la política, por constantes problemas económicos, huelgas y por la efervescencia cultural de la época. “El clima era fantástico, se juntaban en el CEAL estudiantes, profesores, científicos, escritores; y los comentarios y discusiones eran intensos, muy tomados por una época en la que se destacaban la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, El Cordobazo, las luchas contra la dictadura. En algunos momentos era posible sentir que el sonido, el aroma de los acontecimientos del país y del mundo pasaban por esa editorial y por las cosas que se publicaban”, comenta Francisco “Pancho” Ferrara, integrante del equipo de Promoción y Prensa y redactor de varios fascículos.
Uno de los momentos más difíciles que sacudió al CEAL ocurrió en diciembre de 1974. Daniel Luaces, integrante del equipo y estudiante de psicología, fue asesinado por la Triple A. Su cuerpo apareció en un baldío de Soldati. Spivacow y el Negro Díaz lo reconocieron en la morgue y al otro día lo sepultaron en el cementerio de Avellaneda. Tenía 23 años. También, en 1978, en plena dictadura militar, fueron allanados los depósitos del Centro Editor. Los militares secuestraron millones de libros y encarcelaron a los trabajadores que en ese momento estaban en los galpones. La causa fue caratulada “presunta infracción a la Ley 20.840”, una normativa de 1975 que reprimía las llamadas “actividades subversivas”. Lejos de dudar o apichonarse, apenas se enteró de la detención de sus empleados, Spivacow viajó en tren hacia La Plata, acompañado de su hijo Miguel, para presentarse voluntariamente ante los tribunales. Llevaba un bolso con ropa, cepillo de dientes y algunos papeles. Quería estar preparado por si lo detenían. Al llegar, afirmó que era el único responsable de la política del sello y que los empleados cumplían órdenes. Tras los argumentos del editor, los trabajadores del CEAL quedaron libres y él volvió a su casa. Los libros se llevaron la peor parte. Más de 1,5 millones fueron quemados dos años después en un baldío de la localidad de Sarandí. A la dictadura, como a Spivacow, también le inquietaba el poder transformador de la lectura.
Wenceslao Araujo, jefe de Depósito y Expedición del CEAL durante 25 años, fue uno de los detenidos. Cuenta que enviaba las encomiendas, libros y fascículos a los siete depósitos que la empresa tenía en Capital y en la provincia de Buenos Aires. Confía que en el “Centro había mucha libertad” y recuerda a Spivacow como “un gran señor y muy generoso”. En el mismo sentido se expresa Ferrara: “Desde 1969 hasta 1971, estuve preso por mi militancia universitaria y Boris decidió que a lo largo de esos dos años el CEAL me pagara el sueldo, incluyendo los aguinaldos. Fue una actitud de una activa solidaridad y compromiso con valores para mí muy importantes.”
SUELDOS SIN FINES DE LUCRO. El Centro Editor sobrevivió casi 30 años, porque los empleados cobraban sueldos bajos y desdoblados por semanas. Cada tanto los colaboradores percibían derechos de autor y los proveedores aceptaban los pagos con retraso. “Spivacow era un poco déspota y generoso en otros aspectos. Al principio no dejaba firmar a nadie y el manejo con la plata fue siempre bastante complicado. A la vez, se vivían situaciones dramáticas porque eran perseguidos. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, por ejemplo, escribieron de manera clandestina algunas de las colecciones; pero también en el Centro Editor hacían fiestas y se preocupaban por los sandwichitos. A Miguel Palermo lo habían echado de la universidad y siempre dijo que si no hubiera conseguido trabajo en el Centro, no tenía dónde trabajar. Con lo cual, por más de que los sueldos eran bajos, finalmente vivían. A la vez algunos empleados del Centro quedaron muy enojados con Spivacow porque cuando se jubilaron no tenían aportes jubilatorios. Es un personaje de dos caras muy definidas. Al mismo tiempo no dejaba firmar, formó a un montón de gente brillante que firma en todos lados y se hizo muy conocida; a la vez que no pagaba, le pagó a Pancho Ferrara los años en que estuvo preso. Si alguien necesitaba trabajo, él lo inventaba. Era personalista, pero también se bancaba gente crítica. Se bancó las huelgas y siempre fue un defensor de los derechos de los trabajadores. Era siempre una de cal y una de arena. La síntesis de todo eso es positiva”, resume Gociol. Giraudo fue delegado gremial del Centro Editor y a la vez la mano derecha de Spivacow en la producción. Dice que tiene problemas con los aportes jubilatorios y al momento de recordar situaciones conflictivas, calientes, suelta una anécdota. “Una vez le dije a Boris que aumentara el precio del libro aunque sea 10 centavos, porque pagaba sueldos de mierda, pero él se mantuvo firme. Era exigente en el trabajo y cariñoso como persona, era como un segundo padre.” Vital hasta el final y enfermo en su oficina, seguía pensando con lucidez más libros para más. Una vez, dijo: “A más de uno le debe parecer absurdo que yo trabaje con planes a largo plazo, que quiera pensar colecciones importantes para dentro de unos años, en un país en el que no se sabe qué va a pasar mañana en cualquiera de sus aspectos. Pero sigo siendo un optimista empecinado.”
Gracias a la influencia de Isaac, su padre, un ex profesor de canto del Ejército Rojo, el pequeño Boris se nutrió del teatro y la música rusa del siglo XIX. Casualidad o no, el apellido Spivacow proviene de un verbo que significa “cantar”. Libros de Chejov, Gorki, Tolstoi, Dostoievski y Turgueniev alimentaron el imaginario del futuro editor. La literatura tuvo un poder curativo a lo largo de su infancia. A los ocho años cayó enfermo un tiempo largo y los libros de aventuras de Emilio Salgari, entre otros, lo ayudaron a transitar el obligado reposo. Con el paso del tiempo, naturalmente militó en la Federación Juvenil Comunista; luego consiguió trabajo en la editorial Abril, fue director de Publicaciones Infantiles, director general de Publicaciones y uno de los Subgerentes del sello. “Las biografías de las personas siempre están cruzadas por la historia. Spivacow se formó en Abril, una editorial de libros y revistas con un criterio absolutamente periodístico, que luego se repite en Eudeba y sobre todo en el Centro Editor. Fueron muy importantes conceptualmente algunas ideas: vender libros en los kioscos, publicar todos los días algo, pensar en públicos más grandes, el modo de transmitir los contenidos. Además, fue muy fuerte la idea de divulgación. Editó muchos libros de divulgación científica en Abril, varios con Oesterheld que, a la vez, hizo historietas. Pensaba que todos los temas se pueden entender si los transmite alguien que los sepa explicar. Este concepto es clave tanto en Eudeba como en el Centro Editor”, señala la periodista e investigadora Judith Gociol, autora de la biografía Boris Spivacow, el señor editor de América Latina.
EUDEBA: LIBROS PARA TODOS. Traducir obras desconocidas para el público de habla española, estimular la producción de obras de investigadores, profesores, estudiosos y artistas nacionales, impulsar la labor bibliográfica de aquellos profesores e investigadores de carrera con poco alumnado. Toda esta tarea se propuso Eudeba desde su inicio con Spivacow a la cabeza. Miembro del equipo fundador y gerente general, estuvo acompañado por un directorio de lujo. Entre otros estaban José Babini y José Luis Romero, futuros colaboradores permanentes del Centro Editor. Respecto de las colecciones, el concepto de producir libros al alcance de todos fue irrenunciable desde el inicio. Por ejemplo, Un viaje al país de los matreros, de Fray Mocho, prologado por el escritor Luis Gudiño Kramer, pertenece a la emblemática Serie del siglo y medio, libros de bolsillo que venían con las tapas ilustradas por pintores. Pero el primer éxito resonante fue la publicación de el Martín Fierro, de José Hernández, ilustrado por Juan Carlos Castagnino, que llegó a vender 250 mil ejemplares. Tras la represión desatada en la universidad pública durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, Spivacow y todo su equipo presentaron la renuncia. Hasta entonces Eudeba tenía 200 empleados y cientos de colaboradores free lance, muchos de ellos elegidos por la intuición del editor. En la “primera Eudeba” participaron Oscar “el Negro” Díaz, considerado hoy uno de los grandes diseñadores gráficos que dio este país, Beatriz Sarlo, Horacio Achával, Humberto Costantini, Horacio Clemente, Susana Zanetti y Gregorio Selser, entre otros.
Juan Carlos Giraudo fue uno de los primeros en ingresar a Eudeba y luego pasó al Centro Editor hasta su cierre. Comenzó en la editorial a los 15 años como cadete y más adelante pidió licencia para hacer el servicio militar. “Llevaba los paquetes a distintos lugares, después Boris me pagó un curso de diseño gráfico y trabajé con el Negro Díaz, y más adelante seguí en la parte de producción”, recuerda. A Spivacow lo inquietaba la búsqueda de materiales, el reciclaje del papel, de qué manera llegaba mejor el libro al lector, cuál iba a ser su precio; además, sabía de gramajes, de imprentas. Estaba atravesado por una mirada integral, para nada sesgada.
CEAL: MÁS LIBROS PARA MÁS. Lejos de guardarse y emprender otros caminos, Spivacow y sus colaboradores siguieron empecinados en la manía de publicar libros, pero esta vez la iniciativa se desarrolló en el ámbito privado. Al mes de la renuncia compulsiva a Eudeba, en sus oficinas intervenidas, nació el 21 de septiembre el Centro Editor. Esta fábrica infernal de libros, de notable concepción iluminista, duró casi tres décadas, hasta el menemismo. Colecciones como “Libros de la luciérnaga”, “Cuentos de Polidoro”, “Los cuentos de Chiribitil”, “Atlas total de la República Argentina”, “Mi país, tu país”, “Historia del movimiento obrero”, “Los hombres de la historia”, “Enciclopedia del pensamiento esencial”, “Siglomundo”, “La historia popular”, “Fauna argentina”, “Biblioteca Básica Argentina”, “Cuadernos latinoamericanos de Sociología”, entre otras, dan cuenta de que la producción masiva fue apabullante, rica y plural. Sin el ánimo de canonizar y mitificar, es difícil no encontrar, incluso hoy, algún fascículo o libro del Centro Editor en cualquier biblioteca de clase media.
Spivacow tuvo una gran virtud. Igual que en Eudeba, como un buen hacedor, director de proyectos, tomó jóvenes y los formó. Hizo escuela. Una parte importante de la camada intelectual actual fue detectada por él. Carlos Altamirano, Eduardo Galeano, Oscar Troncoso, Amanda Toubes, Jorge Lafforgue, Ramón Alcalde, Jorge Rivera, Manuel Sadosky, Oscar Varsavsky, Elvio Gandolfo, Daniel Freidemberg, Eduardo Romano, Hermenegildo Sábat, Beatriz Ferro, Analía Roffo, Jaime Rest, Fiora Bemporad, Juan Carlos Portantiero y Carlos Gorriarena, entre otros, participaron de alguna manera en este fenómeno que no se caracterizó por ser una experiencia apacible, desapasionada, sino más bien tormentosa, creativa, atravesada por la política, por constantes problemas económicos, huelgas y por la efervescencia cultural de la época. “El clima era fantástico, se juntaban en el CEAL estudiantes, profesores, científicos, escritores; y los comentarios y discusiones eran intensos, muy tomados por una época en la que se destacaban la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, El Cordobazo, las luchas contra la dictadura. En algunos momentos era posible sentir que el sonido, el aroma de los acontecimientos del país y del mundo pasaban por esa editorial y por las cosas que se publicaban”, comenta Francisco “Pancho” Ferrara, integrante del equipo de Promoción y Prensa y redactor de varios fascículos.
Uno de los momentos más difíciles que sacudió al CEAL ocurrió en diciembre de 1974. Daniel Luaces, integrante del equipo y estudiante de psicología, fue asesinado por la Triple A. Su cuerpo apareció en un baldío de Soldati. Spivacow y el Negro Díaz lo reconocieron en la morgue y al otro día lo sepultaron en el cementerio de Avellaneda. Tenía 23 años. También, en 1978, en plena dictadura militar, fueron allanados los depósitos del Centro Editor. Los militares secuestraron millones de libros y encarcelaron a los trabajadores que en ese momento estaban en los galpones. La causa fue caratulada “presunta infracción a la Ley 20.840”, una normativa de 1975 que reprimía las llamadas “actividades subversivas”. Lejos de dudar o apichonarse, apenas se enteró de la detención de sus empleados, Spivacow viajó en tren hacia La Plata, acompañado de su hijo Miguel, para presentarse voluntariamente ante los tribunales. Llevaba un bolso con ropa, cepillo de dientes y algunos papeles. Quería estar preparado por si lo detenían. Al llegar, afirmó que era el único responsable de la política del sello y que los empleados cumplían órdenes. Tras los argumentos del editor, los trabajadores del CEAL quedaron libres y él volvió a su casa. Los libros se llevaron la peor parte. Más de 1,5 millones fueron quemados dos años después en un baldío de la localidad de Sarandí. A la dictadura, como a Spivacow, también le inquietaba el poder transformador de la lectura.
Wenceslao Araujo, jefe de Depósito y Expedición del CEAL durante 25 años, fue uno de los detenidos. Cuenta que enviaba las encomiendas, libros y fascículos a los siete depósitos que la empresa tenía en Capital y en la provincia de Buenos Aires. Confía que en el “Centro había mucha libertad” y recuerda a Spivacow como “un gran señor y muy generoso”. En el mismo sentido se expresa Ferrara: “Desde 1969 hasta 1971, estuve preso por mi militancia universitaria y Boris decidió que a lo largo de esos dos años el CEAL me pagara el sueldo, incluyendo los aguinaldos. Fue una actitud de una activa solidaridad y compromiso con valores para mí muy importantes.”
SUELDOS SIN FINES DE LUCRO. El Centro Editor sobrevivió casi 30 años, porque los empleados cobraban sueldos bajos y desdoblados por semanas. Cada tanto los colaboradores percibían derechos de autor y los proveedores aceptaban los pagos con retraso. “Spivacow era un poco déspota y generoso en otros aspectos. Al principio no dejaba firmar a nadie y el manejo con la plata fue siempre bastante complicado. A la vez, se vivían situaciones dramáticas porque eran perseguidos. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, por ejemplo, escribieron de manera clandestina algunas de las colecciones; pero también en el Centro Editor hacían fiestas y se preocupaban por los sandwichitos. A Miguel Palermo lo habían echado de la universidad y siempre dijo que si no hubiera conseguido trabajo en el Centro, no tenía dónde trabajar. Con lo cual, por más de que los sueldos eran bajos, finalmente vivían. A la vez algunos empleados del Centro quedaron muy enojados con Spivacow porque cuando se jubilaron no tenían aportes jubilatorios. Es un personaje de dos caras muy definidas. Al mismo tiempo no dejaba firmar, formó a un montón de gente brillante que firma en todos lados y se hizo muy conocida; a la vez que no pagaba, le pagó a Pancho Ferrara los años en que estuvo preso. Si alguien necesitaba trabajo, él lo inventaba. Era personalista, pero también se bancaba gente crítica. Se bancó las huelgas y siempre fue un defensor de los derechos de los trabajadores. Era siempre una de cal y una de arena. La síntesis de todo eso es positiva”, resume Gociol. Giraudo fue delegado gremial del Centro Editor y a la vez la mano derecha de Spivacow en la producción. Dice que tiene problemas con los aportes jubilatorios y al momento de recordar situaciones conflictivas, calientes, suelta una anécdota. “Una vez le dije a Boris que aumentara el precio del libro aunque sea 10 centavos, porque pagaba sueldos de mierda, pero él se mantuvo firme. Era exigente en el trabajo y cariñoso como persona, era como un segundo padre.” Vital hasta el final y enfermo en su oficina, seguía pensando con lucidez más libros para más. Una vez, dijo: “A más de uno le debe parecer absurdo que yo trabaje con planes a largo plazo, que quiera pensar colecciones importantes para dentro de unos años, en un país en el que no se sabe qué va a pasar mañana en cualquiera de sus aspectos. Pero sigo siendo un optimista empecinado.”
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