Si quisiéramos historiar el uso de psicoactivos, deberíamos remontarnos a las primeras sociedades; encontraremos que todas ellas hacían algún uso de estas sustancias.
Antiguamente, podemos ubicar el consumo ligado a la medicina o a ritos religiosos. Posteriormente, el propio Homero nos habla de su uso para combatir en las guerras y “para pasar al olvido las penurias”. Mucho más cerca a nuestra actualidad, en los siglos XVII y XVIII, fueron los poetas quienes se inspiraron con su consumo a través de la modificación de los sentidos. El siglo XIX será el del avance de la Medicina y de la búsqueda de experiencias sensitivas, sentir el cuerpo e interrogar la conciencia; y el siglo XX será el siglo de la prohibición, el cual promovió el auge del negocio del narcotráfico y del consumo de psicofármacos que, a mediados del ese siglo, son un medio para sobreadaptarnos en un sociedad “civilizada”. Aliviar las tensiones de las exigencias sociales se convertirá en una búsqueda individual, que solo logrará enmascarar el malestar.
En la actualidad el uso de cualquiera de las sustancias psicotrópicas (drogas lícitas o ilícitas) pueden ser tanto para un uso exclusivamente recreativo, mejorar la performances, anestesiar la angustia, favorecer el encuentro social desinhibiendo o, a la inversa, un intento de encerrarse en sí mismo.
Uso del uso de drogas
Trazar algunos de los momentos históricos más relevantes de la prohibición de las drogas nos permitirá fundamentar por qué sostenemos que fue y es una política destinada al control social, ya que las políticas contra el uso de drogas no buscan de impedir que se consuman, sino que ese consumo esté impugnado, estigmatizado, para ejercer desde ahí un dominio sobre los individuos por la vía de asociar el uso de sustancias ilícitas a la delincuencia o a la patología. El uso de drogas es explicado como una “falla de la voluntad” que evita un contacto con la realidad, lo que hace de obstáculo a la socialización. Desde aquí es que toman pregnancia los discursos morales subsidiarios también de políticas represivas ejercidas tanto por el poder político como por el poder médico. Su ilegalidad permitió que a mediados del siglo pasado surgieran poderosas y peligrosas organizaciones dedicadas al narcotráfico, un gran negocio capitalista que se basa en la sociedad ilícita entre estas organizaciones mafiosas, políticos burgueses, fuerzas de seguridad y el sistema financiero, que encontró medidas jurídicas para “violar la ley” de prohibición del lavado de dinero.
Los partidarios de políticas represivas encuentran en las drogas discursos y leyes represivas del consumo, todo esto en nombre del bien común. Pero a decir verdad, el uso de drogas para el ocio recreativo alcanza a una población amplia en el mundo, y sin embargo un reducido sector cae en una sufriente adicción. Sin negar el sufrimiento de los que padecen una dependencia, consideramos que esto no es un problema de las sustancias, sino del sujeto y especialmente del medio social en que se inscribe ese consumo. Thomas De Quincey, escritor británico del Renacimiento, se rebelaba ante la idea de atribuir a la droga lo que consideraba, solo corresponde a su usuario.
Por nuestra parte opinamos que cada cual tiene derecho a buscar en su cuerpo la satisfacción del modo que elija; pero lo privado de este acto se mueve en un umbral muy estrecho, pues se legisla sobre nuestros cuerpos, se criminaliza la vida privada, y por lo tanto lo privado queda al arbitrio de políticas sanitarias y especialmente penales.
Esta intromisión en lo privado no ha impedido el uso de drogas, por el contrario, su prohibición pone en riesgo a los usuarios al no haber un cierto “control de calidad”; los propios médicos denuncian esto, sobre todo cuando se trata de asistir a pacientes que se han descompensado por el uso de drogas de diseño, y no saben qué sustancias contienen.
Las causas de la prohibición
A partir de las revoluciones burguesas, se modifica el tratamiento social y político que se le dan a los psicoactivos destinados, hasta ese momento, a un uso recreativo o farmacológico. Pero la prohibición de su uso y comercialización llegará después de la Primera Guerra Mundial. A partir de ese momento, las drogas o psicoactivos, se clasifican en dos grandes grupos: las que son de uso y comercialización lícito y las que pasaran a la órbita de lo ilícito, ilegal e inmoral. En los comienzos de la etapa imperialista esta división persigue causas políticas: los intereses por controlar los cuerpos de los individuos para un modo de producción en serie -fordista- y “crear” una moral funcional a estas necesidades.
El Estado, que con las revoluciones europeas de los siglos XVIII y XIX pasa a manos de la burguesía, fue progresivamente asumiendo el “control y cuidado” de la población civil, necesaria en momentos donde las democracias se veían amenazadas por las relaciones explosivas entre capital y trabajo.
La reacción anti liberal contra el uso de sustancias psicoactivas fue preformando la nueva cultura burguesa. Las “democracias” harán uso de la prohibición para poner un límite a las libertades individuales, para inmiscuirse en la vida privadas de las personas, “disciplinar los cuerpos” y ejercer por estas vías un mejor control social. La Iglesia, por su parte, a partir del golpe que recibe por ser separada del Estado, buscará en la lucha contra las drogas un lugar desde donde hacerse oír, atacando las distintas formas de ebriedad por su amenaza a la sociedad. Encuentra apoyo en sectores puritanos, que darán comienzo al movimiento prohibicionista.
Las tensiones sociales de la época se producen a raíz de la industrialización y la proletarización que llevó a una gran concentración urbana, por lo cual el uso de psicoactivos fue admitido para la clase alta de la sociedad, mientras otros sectores sociales, sobre todo inmigrantes, merecerán mayor control. Esta es una época de migraciones, centralmente hacia los EE. UU., que requería de políticas de integración, no sin discursos racistas, para lograr someter y adaptar a los inmigrantes a las necesidades y costumbres de este país; para esto aplicaron políticas de control vinculados a los hábitos de consumo, que les permitirá perseguir sectores que no logran “integrar”, con la excusa del consumo de drogas por ser consideradas estas razas carentes de moral, inmaduras, o poco adaptadas a las costumbres sociales.
Hasta este momento era amplio el uso farmacológico que se le da a los psicoactivos, centralmente, morfina, opio y cocaína. Sin embargo sectores terapéuticos también ven modificado su postura frente al uso y propiedades de estas sustancias. Por un lado por estar influenciados de los estamentos religiosos, por otro, el comienzo de Asociaciones Profesionales concerniente a la Medicina que van estableciendo los nuevos parámetros de salud.
El otro polo de las razones de la prohibición está dado porque a mediados del siglo XIX, el conflicto entre China e Inglaterra por la comercialización del opio define nuevas pautas coloniales. Este conflicto prefigura alternativas “farmacológicas” de poder económico y político, que el transcurso del tiempo hará más rentable y tomara nuevas formas de represión para dominar este mercado. En verdad, el comercio se abrió paso en la conquista de nuevos mercados mediante la exportación de drogas. Las Guerras del Opio de 1839-1842 y 1856-1860 sirvieron para desarrollar el comercio de Europa y extender el consumo de opio producido en la India, importado de contrabando por los mercaderes chinos. Después de bombardear la ciudad de Cantón durante seis días, Inglaterra impuso el libre comercio con China conquistando el monopolio de la producción y distribución de opio gracias a los cañones de su flota naval, que imponían su hegemonía en ultramar. En 1842 celebró el tratado de Nankín que formalizaba el contrabando de opio sin pagar derechos de aduana, abriendo cinco puertos para el comercio con Europa y reservándose el dominio británico de la isla de Hong Kong. Tal como ocurre en la actualidad, Inglaterra y China celebraron tratados que condenan el contrabando de opio a efectos de garantizar el monopolio inglés librado de competidores ajenos. Con entera razón, Carlos Marx señalaba que “si el gobierno chino legalizase el comercio del opio y, al mismo tiempo, admitiera en China el cultivo de la adormidera, el tesoro anglo-indio se arruinaría sin duda” (“La historia del comercio de opio”, New York Tribune, 20 de septiembre de 1858).
Las leyes por la prohibición
La Guerra de Secesión provoco un número considerable de consumidores de morfina, de los cuales un sector comenzó a frecuentar los fumaderos en los barrios chinos de San Francisco, lo cual lleva a las autoridades a prohibir fumar opio en esos lugares. Estos comienzos de prohibición van a mostrar un discurso racial y no médico.
Las serias dificultades que se le presentaban a los EE. UU. para controlar a los inmigrantes, centralmente los chinos por los fumaderos de opio, lo lleva por estos años a convocar a otros países, Rusia, Inglaterra, Alemania y Francia, para obligar a China a firmar un protocolo cuyas cláusulas contempla pena de muerte para cualquier acto hostil de un chino contra un cristiano.
El despegue industrial y comercial de los EE. UU., a mediados del siglo XIX, exige que la marginalidad ya no se confíe al cuidado civil, sino que el Estado asuma su control; el principio liberal de uso de sustancias fue paulatinamente remplazada por la injerencia estatal. Para que pueda expandirse el capitalismo fue necesario fortalecer los mecanismos de control social, así como convertir la vida rural del campesino en vida del operario urbano, al cual también se debía adaptar, en sus usos y costumbres, a las necesidades del capital.
El despegue industrial y comercial de los EE. UU., a mediados del siglo XIX, exige que la marginalidad ya no se confíe al cuidado civil, sino que el Estado asuma su control; el principio liberal de uso de sustancias fue paulatinamente remplazada por la injerencia estatal. Para que pueda expandirse el capitalismo fue necesario fortalecer los mecanismos de control social, así como convertir la vida rural del campesino en vida del operario urbano, al cual también se debía adaptar, en sus usos y costumbres, a las necesidades del capital.
Es por todo esto que a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, EE. UU. intentará imponer la prohibición de las drogas al mundo entero que, hasta antes de la Primera Guerra Mundial, no tenía ninguna legislación que regule su uso o prescripción. Una serie de sucesos van convergiendo en la política que los EE. UU. adoptara para el control público en materia de sustancias psicoactivas, pretendiendo que su prohibición se apliquen en el conjunto de los países orientales y occidentales. Son los comienzos del cambio de rol del Estado hacia un Estado más asistencial, que interviene más en lo moral, sanciona costumbres e impone otras. Los conflictos sociales también son atribuidos a minorías de los inmigrantes y marginales.
La clasificación de las drogas comienza a modificarse a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que sufre una doble ruptura. En primer lugar, se desprende de los medicamentos, comienza a describirse por sus atributos terapéuticos y no terapéuticos. Luego, se separa del consumo del alcohol, se divide las sustancias psicoactivas entre las que son socializadas y las que no lo son. El vino, el alcohol, inscriptos en el intercambio social en Occidente, son usados como medio de socialización, de comunicación; en cambio, “las drogas” son pensadas como la huida de la realidad o un rechazo de la sociedad. El alcohol se mantendrá hasta hoy en el podio de las sustancias “socializantes”, solo interrumpida su legalidad en el período de la Ley Seca.*
Si bien la esclavitud es abolida en el siglo XVIII, los sentimientos xenofóbicos continúan. La población anglosajona no comparte con los negros ni sus escuelas, ni sus hospitales, ni sus centros de reunión, y en los estados del sur, ni siquiera su derecho al voto. Todas las actividades de la población de color son marginales. Aunque ahora reciben un salario por su trabajo, continúan prácticamente en las mismas condiciones de explotación que sus antepasados. La respuesta a esto la dan movimientos organizados contra la segregación racial, los primeros enfrentamientos con la autoridad y los primeros linchamientos públicos. Sintiéndose amenazados, los sectores conservadores de la Unión Americana buscan desesperadamente cualquier elemento para detener el peligro. Asocian a la población negra con el consumo de cocaína y atribuyen a ésta las tensiones provocadas por la segregación. Un médico convocado por el Congreso de Filadelfia declara que “la mayoría de los abusos deshonestos y las violaciones de negros a blancas son el resultado de un cerebro enloquecido por la coca”.
Esta asociación entre la cocaína y la criminalidad atribuida a la población negra hizo que las leyes en su contra fueran bien recibidas. En 1912 se aprueba en los Estados Unidos la Ley Harrison que regula la inscripción administrativa de fabricantes y dispensadores de cocaína y otros psicofármacos, previendo sanciones para su incumplimiento.
Ese mismo año, durante la Conferencia de La Haya, EE. UU. promueve la aprobación de normas restrictivas al uso de sustancias psicoactiva, y que se reserve al uso médicos tanto la cocaína como cualquier otro nuevo derivado. En ausencia de Perú, Bolivia y Colombia (países productores de coca) los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Portugal, Holanda, Japón, Rusia, China e Italia, participan de la convocatoria realizada por EE. UU., pero enviando funcionarios de segunda línea; no veían un problema en su uso, y consideraban que si EE. UU. tenía problemas con esto debían tomar resoluciones internas. De todos modos se firma un compromiso de examinar la posibilidad de dictar leyes o reglamentos que castiguen el cultivo ilegal de coca y la posesión ilegal de cocaína.
Son las pretensiones de Estados Unidos a encumbrarse como potencia imperial que lo llevan a convocar esta cruzada contra el uso de drogas. Recién a fines de la Primera Guerra Mundial, al firmar en 1919 el Tratado de Versalles (tratado de paz que puso fin al estado de guerra entre Alemania y los Países Aliados) logra introducir la prohibición del cultivo y la regulación de su consumo. Entre muchos de los puntos se incluye los acuerdos firmados en La Haya en 1912, se dice que los EE. UU. no aclaró que incluía este punto.
A partir de estos acuerdos EE. UU. se erigirá como gendarme moral del mundo, aun cuando estas políticas se aplicaron en forma desigual en los distintos países firmantes de este tratado. Solo volverá a ser un problema el uso de sustancias en los años ‘50, cuando toda una corriente de bohemia literaria y musical se acerca al consumo para transgredir los límites sociales; será en los años ‘60 cuando su consumo se extiende entre los jóvenes que desean “explorar sus sentidos”, en una época donde el consumo de sustancias era un modo más de revelarse contra la convenciones culturales, de una sociedad capitalista asentada en la abundancia y el consumo, pero privadas de libertad.
Los cambios sociales y políticos de los años ‘60 y ‘70 llevarán a nuevas medidas represivas. Podemos decir que en esta segunda etapa de la prohibición de las drogas, el crimen organizado extenderá su negocio junto a organizaciones estatales “para combatirlas”, como es la poderosa DEA que maneja presupuesto millonarios y mantienen un vínculo estrecho con los jefes de las mafias organizadas para traficar sustancias ilícitas. Será esta misma época la que da lugar al desarrollo de psicofármacos para sobre adaptar a los individuos a las exigencias de una sociedad competitiva. Sedación y estimulaciones serán los modos de estar ligado a estas nuevas formas de socialización. Pero dejaremos los años sesentas para otra entrega.
* La Ley seca fue la prohibición de la fabricación y venta de bebidas alcohólicas en los EE. UU.; dio origen a un período de violencia cuando bandas organizadas controlaron la venta ilegal de bebidas alcohólicas. Son los comienzos del crimen organizado. Esta prohibición se da entre los años 1920 hasta 1933, en que se deroga por una enmienda a la Constitución.
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