"Hasta ahora, los filósofos han tratado de comprender el mundo; de lo que se trata sin embargo, es de cambiarlo" Karl Marx

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jueves, 7 de octubre de 2010

Nunca es triste la verdad…

    Septiembre de 2010.                                                                                  
¿Por qué la Argentina, dueña de recursos naturales, humanos, culturales, se ha quedado en la carrera del desarrollo? La pregunta ya es preocupación no sólo de cientistas sociales, sino que, luego del 2001, cobró relevancia en los más diversos públicos. Es que estamos ante un problema de peso, que remite a las razones por las cuáles estamos como estamos y, por lo tanto, la respuesta que le encontremos nos da las coordenadas para resolverlo.
Una de las vertientes dentro de las explicaciones hace énfasis en las particularidades de la clase dominante. Específicamente, en las potencialidades de la burguesía nacional y su rol en el desarrollo económico.
Sin duda, la idea más difundida, en particular por este gobierno, sostiene que las bonanzas y los fracasos tienen como explicación última la orientación de las políticas estatales, acordes a la fracción de la burguesía que se haga con el poder. Según esta versión de la historia, el capitalismo argentino se divide en fases de desarrollo más o menos asentadas en la industria, de acuerdo al sector que controle el Estado. Por ejemplo, se nos dice que el proceso reinante desde la última dictadura militar es el ascenso de la fracción más concentrada de la burguesía, que habría utilizado los recursos nacionales con fines especulativos en detrimento de la producción de bienes. En ese marco, se nos explica, el Estado no habría actuado como garante del desarrollo nacional y habría privilegiado un modelo de ganancias extraordinarias inscriptas en la valorización financiera y la desindustrialización.
El sector triunfante de todo este proceso suele ser denominado como “oligarquía diversificada”, caracterizada por su multi-implantación y orientación hacia la obtención de ganancias mediante la valorización en el mercado financiero. Entre los perdedores se encontraría la burguesía nacional, que se la reduce a los pequeños y medianos empresarios anclados en el mundo de la producción. Así se definen dos campos antagonistas: los capitalistas anti-nacionales y anti-industriales contra los empresarios “populares”. Los Regresivos contra los progresivos.
La división de la clase dominante en estos términos supone que, desde la última dictadura militar, la burguesía nacional estuvo ajena a la toma de decisiones políticas generales. Se le quita, por lo tanto, la responsabilidad en la crisis que recorrió el país. La clase dominante local queda así resguardada y se la propone como paladín del bienestar social general.
Sin embargo, si seguimos la trayectoria de los capitales, podemos comprobar que esta división no se corresponde con la realidad. Una mirada atenta al caso Arcor, uno de los pocos capitales nacionales que se han insertado exitosamente en el mercado internacional, muestra que los capitales no cambian su comportamiento en la medida en que incrementan su escala de acumulación. En otras palabras, el pasaje de un pequeño capital abocado al mercado regional a uno de los capitales más grandes de la Argentina con proyección internacional no cambió su esencia. Arcor surgió como un pequeño capital en 1951, incentivado por un subsidio de la provincia de Córdoba, que le permitió instalar su planta en condiciones competitivas. Se insertó en una rama con una vigencia y dinamismo que data de, por lo menos, 30 años antes de la fundación de la empresa. Debido a la fuerte competencia, cada uno de los capitales invirtió permanentemente en nuevas tecnologías para continuar en el mercado. Quien no alcanzó una productividad suficiente, quedó en el camino. A su vez, la rama de las golosinas está fuertemente ligada al agro. Goza de la competitividad que éste le proporciona. Es decir, Arcor no se arraiga en un nicho artificial generado para absorber recursos estatales, sino que los subsidios otorgados mediante leyes de promoción industrial, afianzan su capacidad competitiva.**
Asimismo, Arcor ha intervenido en política al menos desde 1977 con la conformación de la Fundación Mediterránea, proveyendo de funcionarios al Estado, como Cavallo, e impulsando su proyecto de país.
Entonces, ¿por qué no identificar a este capital de origen nacional exitoso, inserto en la esfera de la producción en términos competitivos, como parte de la burguesía nacional? Aunque quiera tergiversarse, capitales como Arcor constituyen la verdadera burguesía nacional. Su desarrollo genera ganancias para sus dueños, pobreza para sus obreros y quiebras y desempleo para sus competidores. Esto no se debe a un funcionamiento “especulador” o “salvaje”, sino a la forma en la que se desenvuelve el capital. Cualquier capital: el argentino, el europeo y el norteamericano; el grande y el chico, que funciona igual que el primero. No puede esperarse entonces que ninguno acaudille la reversión de años de decadencia económica y, mucho menos, que saque a la inmensa mayoría de su miseria cotidiana.
* Lic. en Historia – UBA - Miembro del CEICS
**Baudino, Verónica: El ingrediente secreto, Ediciones ryr, 2008. Ver también Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal, Ediciones ryr, 2008 y la serie Investigaciones del CEICS en www.ceics.org

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