Es una de las cantautoras más personales del Río de la Plata. Su música se encarga de revisitar la milonga, la zamba y los ritmos del Litoral con una mirada absolutamente contemporánea. Una mirada donde caben tanto su infancia rural en Paysandú como los bares modernos de Montevideo. Ahora, después de sus celebrados dos discos, se prepara para volver al ruedo con su primer DVD en vivo: Soy.
Por Martín E. Graziano agosto 2011, 18
No hay forma de escapar de uno. Ana Prada, que nació y creció entrando a los campos de Paysandú, se fue a la gran ciudad para estudiar psicología. Allí en Montevideo leyó mucho y se cultivó, frecuentó los bares y escuchó a los cantautores más vanguardistas. Sin embargo, cuando se sentó por primera vez a escribir una canción, apareció el trigo dorado y corrieron las aguas del río Queguay. Salieron aires de zamba, de chamamé y de milonga. “No era una búsqueda consciente –dice Ana-. Al contrario, cuando empecé no quería componer folklore porque mi mundo no tenía nada que ver con eso. Yo trabajaba con Rada para niños, estaba vinculada a un montón de músicos del Uruguay que tenían más que ver con el candombe y el rock. Entonces me daba cierta vergüencilla ese lado, y no lo mostraba justamente por eso”.
Desde luego, los años en la ciudad no habían transcurrido en vano. Las formas folklóricas que comenzaron a aparecer no tenían un corte ortodoxo, sino que estaban atravesadas por texturas pop y una irreverencia urbana que lentamente se fue soltando. Había algunas referencias ineludibles: Ana Prada es prima hermana de los Drexler, que la fueron animando en el oficio y se transformaron en faros de orientación para su cancionística. Otro de los grandes empujones de confianza fue de Liliana Herrero, que grabó su canción “Tierra adentro” cuando aún era una autora inédita. El espaldarazo la animó y salió al ruedo por primera vez como solista, luego de años como corista o formando parte de grupos como el cuarteto vocal La Otra. De inmediato sorprendió no sólo su capacidad para acuñar melodías memorables, sino también –y sobre todo- su intención de canto, capaz de conjugar vulnerabilidad con seguridad. Un color diáfano pero tensado como las cuerdas de su guitarra.
Finalmente, en 2005 entró a grabar su primer disco, producido por Carlos Casacuberta. Unos meses más tarde, Soy sola se editaba tanto en el Uruguay como en Argentina y alcanzaba una repercusión inesperada. Un respaldo tanto de la prensa especializada como de un público cada vez más numeroso. Tres años después vendría su sucesor, y si Soy sola era una afirmación de identidad, este era aún más elocuente: Soy pecadora. Por eso no extrañó que ahora, al momento de pensar un título para su primer DVD en vivo (registrado en el Teatro Solís de Montevideo), se inclinara por el infinitivo: Soy.
-¿Por qué decidiste definirte de manera tan tajante?
-Primero empezó como una especie de chistecito, porque yo trabajaba en talleres con gente grande y todo el tiempo escuchaba señoras que decían: ‘porque yo soy sola, m’hija…’. Y me encantó como sonaba desde el punto de vista fonético. Después me gustó porque era mi primer trabajo solista, y se enganchaba todo por ahí: lo que es ‘ser’, solos somos todos solos. Ta, olvídalo, más que esto en esta vida no vas a ser: naciste en este envase y chau. Entonces apuntaba desde el título a que todo mi universo privador estuviera puesto en el disco de alguna manera. Después, Soy pecadora surgió por una frase que dije espontáneamente. Yo tengo una agenda donde colecciono los santitos que me van llegando, y si no los guardo creo me va a pasar de todo. Es más una especie de amuleto que de santo de iglesia. Y una vez venía hablando mal de alguien y en ese momento se me cayó la agenda: ‘ayyyy… ¡soy pecadora! –grité-. ¡Los santitos huyen de mi agenda!’. Estaba cocinando en Montevideo, con Elvira Rovira (co-autora de muchas de sus canciones). Ella me dijo ‘paaa, esto es una frase para una canción!’. La anotó y mientras seguimos cocinando y tomando un vinito, arrancamos haciendo la canción.
-Soy pecadora, ¿es fruto de qué circunstancias?
-Después de que Soy sola sale al ruedo y empieza a abrirse camino, me empezó a generar un montón de procesos internos. Primero tuve que dejar de trabajar en lo que trabajaba, y después sufrí una separación de pareja. Eran muchas rupturas, cambios de vida. Además me fui para España, salió el disco editado allá y conocí muchos músicos, universos sonoros y otras formas de acercarse a la música. Conocí otros lugares del mundo y se me abrió muchísimo la cabeza en ese sentido. Entonces sentí que Soy sola me había marcado un camino. Fue como: ‘mirá m’hija, ahora arrancá por acá y dejate de jorobar’. Ahora este disco me encuentra más crecida, andada y fortalecida a través del dolor. Me la estoy jugando por esto, voy a poner todo acá y aparte, hete aquí que ‘oh, me gusta’. Es mi vida. Y a partir de que me animo a decir “Soy pecadora” y me animo a poner determinadas cosas en el tapete, como que el disco se redimensiona.
-¿Pensás en un interlocutor para tus canciones?
-No, para nada: pienso en la emoción que me genera esa canción. Digo, la idea de una canción surge de una emoción fuerte. Vivida, propia o contada, pero tenés que estar embebido de eso para empezar a construir una canción. Y si yo me pongo a pensar ‘voy a hacer una canción para que le guste a fulano o a zultano’, prefiero no hacerla porque inmediatamente me voy a reprimir. Voy a agarrar para un lado equivocado y me va a quedar una porquería. Ahí me alejo de la autenticidad y la honestidad, por eso no me interesa pensar a qué público le va a llegar. Si le gusta, bienvenido. Y si no, no.
-¿Y cómo es tu público?
-Creo que es bastante amplio, aunque la verdad es mayoritariamente femenino. Se da mucho esto de que las cantantes mujeres tenemos un público sobre todo femenino… Lo que pasa es que el artista es un recipiente que genera depositaciones. Tú te paras en el escenario y la gente se imagina cosas de vos; te pone cosas en función de tu música, de tu energía, de tu cara, de tu todo. Y para una mujer es más fácil generar identificaciones con otras mujeres, quizás porque siempre hay algunos códigos. Además, cuando uno va a ver un músico, ese alguien me tiene que enamorar. Me tiene que generar algo. Igual, más allá de eso, también me está pasando en el Uruguay que ahora tengo mucha gente grande. Señoras, Doña Tota, del almacén de la esquina. Y eso es lo que más me gusta, porque yo no soy intelectual.
-Bueno, pero sos psicóloga…
-Lo que quiero decir es que no baso las canciones en eso. Yo hago las acciones que me generan determinada emoción, determinada alegría, tristeza o lo que sea. Y si esa emoción le llega a alguien de una manera sencilla o directa, para mi es mucho mejor. Yo creo que un poco eso es lo que buscamos todos: tratar de universalizarnos lo más posible. A partir de algo propio, que eso sirva para otros.
Tierra adentro
Para el arte de aquel primer disco, donde decidió verter todo su universo privado, Ana eligió retratarse en medio de un paisaje rural. Poner su poderosa melena rubia entre girasoles, caminos de tierra, galpones y un aljibe medio abandonado. Parecía ser, claro, una forma de reconocerse en su Paysandú natal. Pero los corazones de los hombres son complejos, y no en vano Bioy Casares y Silvina Ocampo bautizaron a uno de sus libros como Los que aman, odian. A ese mismo paisaje que pareció rendirle un tributo crepuscular, en el siguiente disco se encargó de hacerle un ajuste de cuentas. Allí se ve una historieta que, debajo de su apariencia naif y en el contexto de un parque de diversiones pueblerino, cuenta cómo cada vez que obtiene placer debe desgarrarse. “Es muy simbólico para mí –dijo Ana en una entrevista publicada por Página 12-. Yo sufrí mucho en mi adolescencia, en mi juventud y he pagado el pato de eso: te quedan secuelas a lo largo de toda la vida, secuelas que te hacen síntoma en un montón de cosas y que tienen que ver con asumir tu sexualidad, tu placer, tus amores”.
-¿Cómo te relacionabas con el paisaje de tu juventud, tan presente en tu obra?
-Yo siempre fui muy india, en el sentido de que siempre tuve contacto con la naturaleza. Incluso me crié en las afueras de Paysandú -que de por sí es una ciudad pequeña-, entonces mi casa estaba rodeada de terrenos baldíos. Por eso todos mis juegos, toda mi vida lúdica de infancia, se desarrolló afuera y en contacto con la naturaleza. Llegaba de la escuela, tiraba el portafolio y me juntaba con la barrita del barrio, donde había de todo: desde gente muy humilde hasta no tanto, todos conviviendo. Había huerta, gallineros, caballos: un ambiente típico suburbano de ciudad del interior. Incluso después viví en el campo mismo, porque mi padre es ingeniero agrónomo y, cuando trabajó en una estancia muy grande, allí nos fuimos a vivir con toda con la familia. Después me fui a estudiar a Montevideo hasta que terminé recibiéndome en psicología.
-¿Y la música?
En casa siempre hubo mucha música y cantábamos entre todos. Mi padre, Chiquito Prada, es un gran ejecutante: canta y toca muy bien la guitarra. Y en casa siempre había reunión de amigos de mi viejo, que formaban grupos tipo Los Chalchaleros o Los Fronterizos. Me acuerdo que era chiquita y me dormía agarrada de la pollera de mi madre, o en su falda, escuchando esas canciones desde muy chiquitita. El éxito de la reunión era que terminara en una fiesta, en una cuestión cantada. Por eso, de alguna manera, siempre se me asoció eso de cantar y de compartir con amigos la música como algo lindo, festivo, también social y de integración. También recuerdo que mis abuelos -por parte de padre-, eran maestros rurales y trabajaron muchos años con la UNESCO, haciendo planes de alfabetización por Latinoamérica. Entonces nos mandaban muchas cosas de música latinoamericana. En una de esas nos mandaron un grabador, un JVC de los grandes. Entonces con mi viejo, cuando yo estaba entre mis 5 y mis 8 años, grabamos un cassette de canciones infantiles. Era todo muy solemne: de vez en cuando iba y le decía a mi papá ‘vamos a grabar esta canción’. La ensayábamos, íbamos con mis hermanos al cuarto y lo grabábamos con mucha responsabilidad. Ese momento era sagrado.
-¿Cuándo ingresas al mundo de la música de modo más formal?
-Profesionalmente, con Daniel Drexler, que somos primos hermanos. Nosotros compartimos una casa en La Paloma, y siempre se daba en esos veranos de la adolescencia de quedarnos nosotros con los tíos, y ellos con nosotros. Ahí empezaban a surgir canciones. Todo el mundo empezaba a tocar la guitarra y a cantar. Daniel ya componía, entonces cuando tocábamos en ese ambiente doméstico, yo le hacía coritos. Después, cuando Daniel armó su banda, me dijo ‘vení a cantar conmigo’. Yo me negaba a cantar delante de la gente pero aquel, que es bastante insistente, me agarró de la orejita y me puso delante del escenario.
-¿Qué otros artistas fueron realmente formativos para vos?
-En realidad, creo que toda la música que uno viene escuchando va generando una impronta desde donde empezás a escribir. Yo tuve como dos etapas en la música. Una mientras vivía en Paysandú, con más influencia de la música argentina que uruguaya. Llegaba mucho Fandermole, Baglietto, Verónica Condomí, Liliana Vitale. Entonces, a los a 14 o 15 años, conocía a toda esta gente y no conocía a Darnauchans, por ejemplo. Recién vine a conocer toda esta camada de compositores urbanos uruguayos en Montevideo, cuando me vine a vivir. Incluso los conocí de una manera directa, porque paraba en el mismo boliche que paraba Darnauchans. Terminábamos con grandes tertulias ahí en El Lobizón, y yo, que tenía 19 o 20 años, estaba robando rueda y aprendiendo como loca. Incluso con Fernando Cabrera nos hicimos amigos… En Uruguay se da mucho esa relación directa. Somos un país muy pequeño, con mucha influencia de los grandes que tenemos al costado: Brasil y Argentina. Por ejemplo, mientras vivía en Paysandú yo me crie mirando ATC.
-Otra cosa interesante es que si bien en Uruguay es posible determinar un linaje de cantautores, muchos son un mundo en si mismos: raras avis.
-En mi humilde opinión, lo que pasa es que dentro de la canción hay mucho hermetismo. Hay mucha búsqueda del acorde complicado, de la melodía difícil. Por eso la canción uruguaya de cantautor es como de una determinada elite que puede comprender ese tipo de melodías dificilísimas, de armonías a contrapelo que lejos de que la canción fluya es como que la trancan. Ahora está surgiendo un montón de gente joven que tiene mucha más sencillez, que para ser un buen cantautor no tiene que aplicar esa fórmula de la canción difícil. Antes te podías merecer un insulto como, por ejemplo, ‘uy, muy linda tu canción… podría ser argentina’. Personalmente, yo quiero componer melodías sencillas, lindas. En ese sentido, agradezco profundamente mi influencia de la música argentina.
-¿En qué medida fue una ventaja y en qué medida una contra demorar tu largada como solista?
-Cada vez que me subo al escenario me doy cuenta de que es filoso. Que es muy sensible. Que hay que estar muy maduro para subir desde una propuesta personal y decir las cosas que salen del alma. Cada uno tiene su proceso de maduración y su momento. Yo laburé pila con otros grupos, siempre metida en un proyecto donde iba como en el borbollón. Disfrutando y aprendiendo muchísimo pero, al mismo tiempo, aún sin sentirme preparada. Ahora estoy preparada.
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