Las asambleas de vecinos fueron una de las expresiones sociales más interesantes de los últimos años. Surgidas al calor de la crisis de 2001, como una respuesta local a los efectos de un modelo económico en decadencia, llegaron a existir alrededor de 250 sólo en Capital y el conurbano. Hoy quedan pequeños vestigios de lo que fue un movimiento multitudinario, conformándose algunas como espacios vinculados a partidos, mientras que otras siguieron un camino fomentista en permanente relación a problemáticas locales.
El ruido de las cacerolas golpeando en las calles y el grito “¡Que se vayan todos!” sintetizan una irrenunciable escena de lo ocurrido el 19 y 20 de diciembre. Cristina Oleada, quien formó parte de la Asamblea de Almagro recuerda: “Los vecinos empezamos a salir a la calle, a las esquinas desconociéndonos los unos a los otros, no teníamos vínculo previo. Ese fue el inicio de la salida a la calle porque fue una defensa a lo que todos vivimos como un ataque”. La imposición del estado de sitio por parte del gobierno de De La Rúa encontró una resistencia que amalgamó a distintos sectores sociales y movilizó espontáneamente a muchos bajo la misma consigna. Sentimientos desencontrados de bronca, reivindicación y euforia confluían en ese paisaje aún difuso y violento. Para Osvaldo Avella, del barrio Villa Real: “era una mezcla de angustia, incertidumbre, no saber para dónde salir. Ya en ese momento había muchos vecinos que no tenían trabajo, gente viviendo del trueque. Ya estábamos en una situación de crisis”. Crisis que culminó con un estallido que dejaba poco margen para una solución institucional y que ponía de manifiesto la imposibilidad de un Estado reparador capaz de resolver los índices de desocupación, la pobreza, la desconfianza en el sistema. Los que hasta el momento habían sido objetos de un sistema que no daba respuestas, debían convertirse en sujetos de acción en la emergencia. “Cuando salías a la calle, te encontrabas con gente que venía de todos lados, con la misma rabia, con la misma decisión de no acatar el Estado de Sitio. Confluimos en la esquina de Medrano y Corrientes, en ese momento todo el mundo quería hablar con el mundo”, relata Cristina. La participación que en principio había surgido espontáneamente por virtud de la necesidad, fue configurándose de a poco hasta tomar la forma asamblearia: “Enseguida nos planteamos qué cosas necesitaba el barrio. Me acuerdo que había gente que tenía problemas para pagar la luz, gente que tenía problemas de desalojo, etcétera. Lo primero tuvo que ver con cosas de carácter muy local, con las necesidades concretas de los vecinos”, plantea Oleada. Así se formaron comisiones que respondían a las diferentes problemáticas de cada barrio en materia de salud, educación, trabajo, alimento, vivienda. Con el tiempo, las asambleas locales lograron una participación multitudinaria y fueron extendiendo su campo de acción ampliando su agenda a cuestiones nacionales y formando un ámbito de discusión inter barrial con la Asamblea General de Asambleas.
Pasado el momento de catarsis y llegada la posterior planificación, la participación de organizaciones partidarias no se hizo esperar. Eduardo Martínez, militante del Partido Obrero y miembro de la ex Asamblea de Parque Patricios opina que “Algunos partidos querían ningunear la asamblea, por ejemplo el PC o Libres del Sur, que tenían alguna tradición en el barrio, decidieron no participar, pero el resto de las organizaciones tuvieron una participación constante”. La Asamblea de Parque Patricios llegó a ser una de las más populosas de la ciudad y tuvo una importante presencia durante 2002. A partir de ese momento, sin embargo, ésta organización, así como otro centenar del mismo tipo, comenzó a languidecer. Las causas de la disolución fueron varias, aunque algunos vecinos argumentan que la injerencia partidaria fue el principal factor*. Para Osvaldo Avella: “la izquierda metió la cuchara, creo que cometieron muchos errores y por eso los vecinos se alejaron de las asambleas”*. Cristina Oleada coincide en que “los movimientos de partidos de izquierda intentaban cooptar las asambleas. Uno podía estar de acuerdo ideológicamente en algunas cosas, pero ellos jugaban una lucha interna entre los partidos por tener un lugar”*. Eduardo Martínez, por su parte, piensa que “es una mirada sesgada. Todos los partidos tratan de llevar adelante sus puntos de vista, una cosa es apelar al fraude o a la manipulación y otra es hacerlo de cara a los vecinos. En el caso de Parque Patricios no hubo ese tipo de conflictos porque desde el vamos quedó claro que podía tener participación cualquiera, la asamblea era a partidaria, no apolítica”*. Martínez sostiene que ese tipo de “mitología” fue impulsada por el ibarrismo (Ibarra era el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aieres por la ALIAZNA)1 y el radicalismo, cuyos participantes mantenían sus filiaciones políticas “más tapadas” e intentaban hacer “ganar a su camiseta”.
Los que quedaron y los que se fueron
La tarde de sábado es soleada y en la ex Pizzería “La Ideal” de Triunvirato al 4700 se está planificando una jornada conmemorativa. El lugar tiene un aire a cocoliche: la luz tenue contrasta con sus paredes despintadas y otras con venecitas multicolor. Al fondo se impone el largo mostrador desde el que despachaban los pedidos en otras épocas, y una pizarra que se adivina a un costado indica las actividades de la semana garabateadas en tiza. En ese lugar aún funciona la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Villa Urquiza. Elba y Teresa son dos vecinas que estuvieron desde sus comienzos: “la asamblea fue a fines de diciembre de 2001. Se empezó a juntar la gente en la Plaza Echeverría; éramos mucha gente en ese momento y decidimos tomar la plaza. Vinimos dos veces, porque una vez la desalambramos, a los días la volvieron a alambrar y la volvimos a desalambrar otra vez. Llegó así el invierno del 2002, nosotros nos reuníamos todos los martes, hacía mucho frío para esa época, entonces encontramos este local, abandonado hacía años, lleno de ratas, horrible. Decidimos en una de las asambleas que lo íbamos a tomar. Después de muchos martes de discusión lo tomamos, y aquí estamos”. Alrededor de 400 vecinos habían tomado parte del heroísmo en la desesperación. Muchos de ellos ya no están. Pero el espacio, lejos de reducirse, se amplió y albergó a otras asambleas barriales y proyectos culturales. Hoy funcionan allí dos bibliotecas, el Centro Cultural Maximiliano Kosteki y la Fabricicleta, proyecto vinculado a la Masa Crítica para, entre otras cosas, posibilitar una salida laboral a través de la enseñanza del oficio de bicicletero.
La suerte y el tiempo hicieron que las asambleas recorrieran caminos distintos. Algunas como la de Flores se plegaron a movimientos partidarios como el MST, otras continuaron como emprendimientos auto gestivos, actividades culturales y sociales vinculadas a una agenda local. Incluso una posterior experiencia cooperativista como la de La Alameda dan muestra de la plasticidad que adquirieron estos movimientos. En este caso, la ex asamblea de Parque Avellaneda se forjó como un proyecto que supo conciliar horizontalidad e independencia de los poderes públicos, incluyendo un plan de trabajo enfocado a talleres textiles, trata de personas y trabajo esclavo.
En la mayor parte de los casos, sin embargo, el camino de estas organizaciones quedó truncado en una conjunción de desgaste, nuevas delegaciones en política y desencuentros organizativos. Elba opina que “hay varias cosas para tener en cuenta, uno piensa lo que fue la rebelión del 19 y 20 de diciembre y lo que siguió. Existía una cuestión espontánea, muy válida por cierto, cuando aparece el estado de sitio otorgado por De la Rúa. Pero después hay que pensar en los procesos, en cómo se dan y como van a seguir, a mi me parece que uno de los problemas grandes que tuvimos con las asambleas fue organizativo”.
La imposibilidad de tomar una forma organizativa propia y la negativa a reproducir prerrogativas partidarias, fueron la contrapartida de una primigenia espontaneidad que terminó conspirando contra su supervivencia: “la opción era encontrar una forma organizativa propia, pero nosotros hacíamos mucho trabajo resistiendo a la forma organizativa que nos proponían los partidos, porque si no nos teníamos que disolver dentro de los partidos. Creo que se gastó mucha energía ahí, que se podría haber usado en llegar a alguna forma de consenso para llegar a algún tipo de organización mejor”, considera Cristina Oleada.
Las sucesivas transiciones de gobierno y el arribo a una etapa de mayor estabilidad también indujeron a que muchos volvieran a depositar su confianza y redirigieran sus esfuerzos a otros horizontes: “creo que el gobierno de Néstor y Cristina es el emergente, de muchas cosas que planteaban las asambleas; la política de Derechos Humanos, por ejemplo y la recuperación de las empresas públicas. Los primeros que pidieron la caída de la Corte Suprema fueron las asambleas barriales. Creo que hay una fuerte recuperación de la política, y creo que muchas de las medidas que ha tomado este gobierno, vienen de las discusiones asamblearias”, concluye Osvaldo Avella. No tan optimista, Cristina opina que “gente entra a hacer un voto de confianza porque es más cómodo. La gente cerró un ojo y entornó el otro para seguir adelante”
Piquete y cacerola, la lucha es una sola
Osvaldo Avella recuerda vívidamente: “Hubo una marcha multitudinaria de los piqueteros que vino desde Avenida Rivadavia hasta el Congreso. Estaban D’ Elía y Alderete. Las asambleas de vecinos nos planteamos recibirlos cuando pasaran por cada barrio. Recuerdo que fue hasta el lugar Marta, una vecina del lugar que les llevó una docena de medias lunas para darles a los piqueteros que pasaran”. Esa escena, que hoy podría resultar inverosímil, no era excepcional diez años atrás. La confluencia entre ambos sectores bajo la consigna “Piquete y cacerola”, proyectaba la unión de las reivindicaciones del movimiento de desocupados, con las asambleas. Slogan que se materializó más firmemente en los barrios de la zona sur de Capital con la conformación de un movimiento propio. Como explica Eduardo Martínez: “Nosotros planteamos desde el principio que no habían diferencias entre un vecino de clase media y un vecino desocupado. No hubo un choque entre sectores, sino que todos participaban en las convocatorias populares”.
Enrique, vecino de Villa Urquiza, sostiene que la composición socio-económica de las asambleas no era exclusivamente de clase media: “la conformaciones de la clase media pertenecían a las asambleas de Zona Norte, nosotros entrevistamos a un compañero de una asamblea de San Telmo y esa asamblea se formó con los más lumpen del barrio, y la participaba porque era su barrio” Elba coincide en la heterogeneidad de las organizaciones: “cuando uno habla de clase media piensa un grupo con un poder adquisitivo un poco mayor, en esta asamblea había trabajadores, había de todo, gente que podía tener título o no, gente que podía llegar a tener algún conocimiento político o no. Decir que nuestra asamblea estaba constituida por gente que pertenecía a la clase media acomodado no es correcto, porque estaba constituida por mucha gente, gente desocupada”. Ese nuevo actor social que aglutinaba sectores que hoy parecen irreconciliables era el desocupado. Bajo ese paraguas ambos movimientos permanecieron uniendo fuerzas, debatiendo, buscando soluciones conjuntas. Sin embargo, esa percepción de objetivos comunes se fue disolviendo con el tiempo. Teresa recuerda que en Villa Urquiza mantuvieron “muchas charlas con piqueteros cuando tomamos la plaza. Fueron interesantes, estábamos de acuerdo con ellos, después esa misma clase media fue cambiante, veía un piquetero y se asustaba o un cartonero y se asustaba”.
La recuperación del salario fue un actor importante que provocó, no sólo la desmovilización, sino también la disgregación de una parte importante del movimiento asambleario, principalmente de los sectores medios. Algunos vecinos que formaron parte de esos proyectos coinciden como Osvaldo en que: “Cuando la clase media consigue trabajo, se olvida de todo lo que reclamaba. Me acuerdo cuando fue la muerte de Kosteki Santillán todas las asambleas se movilizaron juntas y teníamos una vecina con una educación muy cerrada. Cuando llegamos a la Plaza de Mayo, cae al rato Cristina y me dice: ‘vine caminando con los piqueteros y no tuve miedo’. Esa misma clase media cuando empezó a recomponer, es la misma que se queja cuando se cortan las calles, cuando antes formaban parte e incluso lo alentaban. Cuando la clase media comenzó a tener trabajo, se olvidaron de los piqueteros”. El olvido sin embargo, no pudo superar algunas huellas que, aunque dispersas y debilitadas, aún pueden dar cuenta de una expresión pujante que supo movilizar a muchos.
*El subrayado es nuestro
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