Antonio "el Gallego" Soto |
El segundo regreso de Antonio Soto. Aquel que dijo en la estancia “La Anita”, en la lejana Santa Cruz, en aquel 20 de diciembre de 1921: “Yo no soy carne para tirar a los perros, no me rindo”. Fue cuando los peones rurales decidieron terminar con la huelga que mantenían con los terratenientes porque éstos no habían cumplido con el convenio firmado un año antes. Antonio Soto se negó a rendirse ante el 10 de Caballería comandado por el teniente coronel Varela. Y tomó camino hacia la cordillera.
Y tuvo razón Soto. Apenas se rindieron los peones, el Ejército Argentino comenzó a fusilarlos, así porque sí. Se los fusiló y se acabó. Y se los desapareció en tumbas masivas.
Terminaba así la huelga obrera más extendida de nuestra historia. Plena de épica. Es inexplicable cómo esos pobres peones pudieron parar las actividades en todos los campos. Los dirigentes apenas tenían un forcito a bigotes. Casi todo lo hicieron a caballo. Y organizaron largas columnas de protesta. Los esperaba la muerte ante los máusers de nuestros militares.
La historia, aunque tarda, termina siempre por reivindicar a la ética. Después que Soto fuese proclamado por la prensa oficial, la prensa terrateniente y los historiadores radicales como un “agente chileno”, ya ha salido a la luz la sacrificada e intachable conducta en toda su vida, hasta su muerte.
Aquí, en Buenos Aires, se acaba de inaugurar una exposición sobre su vida y su acción a 110 años de su nacimiento, en la Federación Judicial Argentina, y en un acto en el teatro Bambalinas se recordó su vida y su lucha, con la presencia de su hija, Isabel Soto, venida expresamente desde Punta Arenas, donde vive.
Para quien escribe esto fue una satisfacción plena de melancólica alegría. Había valido la pena escribir cuatro tomos para esclarecer los crímenes absurdos y cobardes de La Patagonia rebelde. Esos cuatro tomos y el film La Patagonia rebelde, dirigido por Héctor Olivera, me costaron ocho años de exilio y daños y heridas nunca cerrados. Pero valió la pena. Los humildes héroes del campo santacruceño están reivindicados. Sus tumbas están marcadas, no como antes, ignoradas por el silencio de todos. Ningún padre salesiano se aproximó nunca a poner una cruz. La Iglesia se comportó con los fusilamientos de los humildes peones de la misma manera que medio siglo después con la desaparición de miles de jóvenes idealistas.
Pero la Etica, como siempre, supo triunfar. Hoy Santa Cruz recuerda las huelgas rurales con monumentos, nombre de calles y de colegios. A los hombres que pusieron el rostro y el cuerpo para sostener la palabra solidaridad y lucharon por terminar la explotación del hombre por el hombre. Claro que entretanto hubo muchas agachadas del poder, como la del gobernador Puricelli, que vetó la ley de la Legislatura santacruceña por la cual se declaraba de lectura fundamental en los colegios secundarios el libro La Patagonia rebelde. Veto que todavía nadie fue capaz de levantar.
También la reivindicación llegó a Galicia, donde nació Antonio Soto, el “gallego” Soto. Allí, en El Ferrol, ciudad de su nacimiento, una calle lleva su nombre y en la humilde casa donde nació se ha puesto una placa donde se recuerda a quien salió de esos lares para marchar a la América de los sueños, donde encontró la realidad de la explotación de las peonadas en los latifundios fundados por Julio Argentino Roca.
El nombre de Soto sirve ahora a los pobladores de El Ferrol para contestar a una pregunta que les resulta demasiado desagradable. Porque en El Ferrol también nació el dictador Francisco Franco, el fusilador de poetas. Y es habitual que cuando se le pregunta a un nativo de esa ciudad dónde ha nacido, ante la respuesta de “en El Ferrol” el otro le añada: “¡Ah, donde nació Franco!”. Ahora, entonces, los nativos de El Ferrol contestan: “Sí, pero ahí también nació Antonio Soto. El luchador por los derechos rurales de la Patagonia argentina”.
Sí, allá también, en España, se hace la limpieza de tanto crimen y autoritarismo del franquismo. Está en plena discusión el proyecto de ley de memoria histórica que declara ilegítimos todos los juicios de los tribunales de la dictadura franquista. Y se está en el tema de retirar definitivamente los símbolos franquistas en ciudades y pueblos españoles: monumentos, plazas, calles, institutos.
Con estos homenajes en Buenos Aires, Antonio Soto ha regresado por segunda vez con su presencia histórica. La primera vez lo hizo en vida, en 1933, casi doce años después de la masacre que cometió Irigoyen y el Ejército argentino con los peones. Soto regresó para responderles a todos aquellos que habían sostenido que él había huido dejando solos a sus compañeros de lucha. Llegó al centro de Río Gallegos, se subió a una silla en la vereda de la tienda “La Favorita” y gritó: “¡Aquí estoy!”. Se abrió la camisa, ofreciendo el pecho, reivindicó las huelgas y denunció el crimen atroz de los fusilamientos. “Me fui aquella vez para seguir la lucha y la continuaré hasta la muerte.” Pero no pudo seguir hablando. El gobernador de la década infame, el militar Gregores, lo hizo apresar y lo hizo tirar al otro lado de la frontera. Soto siguió en Chile la lucha por los trabajadores. El periodista Callahan, que lo conoció en Puerto Natales, me lo describió así: “Antonio Soto era un autodidacto con ideas realmente visionarias, fue siempre consejero del Sindicato de Campos y Frigoríficos aquí, en Puerto Natales, y los viejos gremialistas tienen el mejor recuerdo de él. Predicaba el anarcosindicalismo como medio de lucha obrera y filosóficamente era partidario de las ideas anarquistas”.
Cuando ocurrió el golpe de Franco en España, Soto fundó en Punta Arenas el Centro Republicano Español, el Centro Gallego y la filial de la Cruz Roja. En Puerto Natales, Soto organizó un cine al que le puso el nombre “Libertad”, la palabra más amada por los socialistas libertarios.
Jamás, ninguno de los responsables hizo una autocrítica de la matanza de peones. La democracia sigue esperando. Ni los radicales ni sus historiadores, ni los militares ni los latifundistas. Siempre se guardó silencio. Por eso fue una satisfacción presenciar estos actos de homenaje a uno de los protagonistas de la justa huelga de los hijos de la tierra contra los dueños de la tierra.
Antonio Soto nació un 8 de octubre, aquí proclamado como el Día del Trabajador Rural. Pero, claro, ese día no fue fijado así por haber nacido Soto. Pero habrá que adoptarlo. Porque por algo la realidad tiene estas benéficas fantasías.
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