La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la Argentina durante el siglo XX. Desde 1865 que el país no participaba en una guerra de ese tipo. 1982 fue un año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las organizaciones políticas y para la izquierda en particular. Como ya sabemos, casi nadie pasó la prueba y lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en un fracaso. Un fracaso de la burguesía nacional, pero que arrastró a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias, ya que (salvo honrosas excepciones) los más férreos opositores al régimen militar apoyaron la aventura. Ese arrastre fue lo que, entre otros motivos, permitió que la convulsión política subsiguiente no alcanzara más que para un recambio de régimen. Incluso, la salida de esa crisis encontró a la burguesía aún más fortalecida.
La izquierda ante la guerra
La izquierda no pudo hacer frente al nacionalismo y terminó apoyando esta aventura burguesa, aunque ese acompañamiento haya sido camuflado bajo críticas a Galtieri. El origen del problema fue haber equiparado a la guerra de Malvinas con una “guerra nacional”. En esta última, el territorio donde vive el conjunto de la población es invadido y ocupado por alguna potencia (Irak, Afganistán, Palestina) y, por lo tanto, la gran mayoría, con independencia del origen de clase, se dispone a la lucha armada contra el ocupante. Quien ha puesto más explícita y honestamente esta confusión es el PTS, quien comparó la guerra de Malvinas con la primera Guerra del Golfo (1991) y a Galtieri con Sadam Hussein [1]. Efectivamente, el dictador irakí ocupó Kuwait en una medida distraccionista, pero las semejanzas con Malvinas terminaron en cuanto EE.UU. atacó a Irak. Allí sí, la clase obrera estaba obligada a intervenir, no a favor de Hussein, sino en defensa de sus condiciones de vida. No por la Nación en abstracto (o sea, la nación burguesa), sino por su propia clase. Su victoria (no la de Sadam) hubiera abierto la posibilidad de establecer un gobierno de trabajadores. Como resulta evidente, y como explicamos, este no fue el caso de Malvinas. Así y todo, la izquierda llamó a los trabajadores a “armarse”, a “extender la guerra al continente” o a “sumarse a los soldados”, pero en los hechos nadie tomó siquiera un cuchillo, con lo que todo resultó un acto de comedia que muchos preferirían olvidar.
Galtieri, el camarada
El PST fue dentro del trotskismo quien mayor apoyo brindó a la dictadura en su contienda. Puede decirse que fue, en términos nacionalistas, el más consecuente. Para justificar su posición, apeló a una cita en que Trotsky llama a defender al Brasil “fascista” de Vargas contra Inglaterra. Que haya calificado así al Estado Novo muestra el grado de desconocimiento que el creador del Ejército Rojo tenía de la realidad latinoamericana. Trotsky allí brega por el desarrollo en los países oprimidos de la conciencia “nacional y democrática” lo cual es apoyar, hoy en día, a los Kirchner y en el 1982, a Alfonsín. Asimismo, contrariamente a lo que señaló el dirigente bolchevique, la victoria de un fascista en Brasil no favorecería a la clase obrera, sino al régimen fascista en cuestión. En cualquier caso, la cita llama a apoyar al nacionalismo de algunos países, cualquiera sea su régimen y gobierno, frente a otros más poderosos, lo que es una concesión gratuita e innecesaria a las burguesías de estos países.
El partido dirigido por Nahuel Moreno sostenía que el conflicto por Malvinas constituía la principal preocupación del imperialismo yanqui y que allí se estaba decidiendo el futuro del orden mundial. Por lo tanto, la victoria argentina podría haber desencadenado algo así como la explosión revolucionaria a nivel planetario. Malvinas no sólo sería una causa nacional, sino una mundial. En consecuencia:
“la acción del gobierno argentino objetivamente cuestiona la inapelabilidad de las instituciones y el orden jurídico que garantiza la conservación de la explotación y el dominio imperialista del mundo y reivindica la acción directa contra ese orden” [2].
Para Moreno, la Junta Militar se habría puesto a la cabeza de un movimiento revolucionario y nuestro Lenin no era otro que Galtieri (que tal vez bebía para eludir su destino). Ahora bien, ¿por qué la Junta Militar había cambiado su política? Por el propio desarrollo de la lucha de clases, que empujaba hacia la izquierda:
“[es en] el pueblo argentino, que aterroriza a la dictadura, donde hay que buscar la explicación para esta progresiva acción antibritánica protagonizada por un gobierno proimperialista hasta los tuétanos” [3].
Todo esto puede parecer un disparate, pero es la explicación que brota de la posición más consecuente con el apoyo a la guerra. Si Malvinas es parte de las reivindicaciones de la clase obrera, entonces Galtieri representa, aunque más no sea parcialmente, esos intereses. Si lo que estaba en juego en el Atlántico Sur era el dominio del imperialismo, entonces se debe aceptar la centralidad de Malvinas en la política mundial. El PST llamó incluso a combatir “junto a los soldados argentinos”. Es decir, aceptando la dirección de Galtieri.
El armamento obrero
Política Obrera (PO), por su parte, no tenía una posición tomada sobre Malvinas y fue tratando de acomodarse a los hechos, en lugar de anticiparlos. Las consignas lanzadas en ese entonces demostraban, además de un anclaje en el nacionalismo, una dirigencia política aún en formación, todavía poco preparada para tomar responsabilidades de conducción nacional. Las caracterizaciones, las previsiones y las consignas expusieron a la organización a una serie de errores que tal vez deberían revisar.
En un principio, PO afirmó que la opresión nacional es económica y no territorial. Por lo tanto, la ocupación no sería un acto antimperialista. Puede deducirse que, según el PO, aun en manos del gobierno argentino, las Malvinas (al igual que el resto del país) seguirían bajo control imperial. Pero, a renglón seguido, se indica que la ocupación inglesa de las islas sí es parte de esa opresión nacional. Por lo tanto, siguiendo este segundo postulado, su liberación sí sería un acto de liberación, es decir, antiimperialista. Por lo tanto, la opresión también sería territorial. Se trata de un escrito bastante ambiguo como para permitirle rechazar o apoyar la guerra según la dirección del viento. Lo cierto es que no parece que hayan tenido una idea clara sobre qué lugar ocupa Malvinas en la agenda de la revolución argentina.
Luego de la ocupación argentina del 2 de abril, PO denunció el hecho como una maniobra “distraccionista” de la dictadura. No obstante, a partir del hundimiento del Belgrano y la ofensiva inglesa declararon “guerra a muerte al imperialismo”. Si la ocupación era un intento de desviar la atención a la crisis, no se comprende por qué la guerra no [4].
El título de su artículo expresa una contradicción: dice que para luchar con el imperialismo no hay que dar “ningún apoyo a la dictadura”. Sin embargo, si se va a combatir a un enemigo común, algún grado de apoyo a quien comparte el campo militar debe existir. Si se va a privilegiar la guerra contra el Estado británico, no puede enfrentarse directamente a quien, por el momento, dirige las acciones contra el enemigo principal. O se combate a Gran Bretaña o se llama a no dar ningún apoyo a la dictadura.
Las previsiones políticas de PO sobre los acontecimientos se revelaron desacertadas. Predijo que la dictadura iba a capitular en la etapa de las mediaciones, entregando los territorios, lo que no ocurrió (hubo una guerra). El gobierno tuvo varias oportunidades para hacerlo e incluso Galtieri estuvo a punto de sellar un acuerdo, pero la Marina estaba decidida, mucho más después de la movilización del 10 de abril. PO no contaba con las internas militares. Como dijimos, Anaya consintió que la presidencia fuera ocupada por un hombre del ejército sólo a cambio de la ocupación de Malvinas. Que la preparación fue mala, que la guerra era un horizonte lejano, es otro problema.
Tampoco se reveló correcta la idea de que una guerra iba a llevar al gobierno a romper el frente con el gran capital. Las grandes empresas argentinas apoyaron la iniciativa. No hubo ninguna ruptura. Las empresas extranjeras siguieron operando normalmente. Ninguna empresa realizó ningún sabotaje. De hecho, una parte del gobierno estadounidense apoyaba la posición argentina (la representante ante la ONU Jeanne Kirkpatrick y el senador ultraderechista Jesse Helms). Como es público ahora (pero se sabía en ese entonces) EE.UU. había autorizado a la Junta la compra de armas vía Israel. Por ello, la consigna de expropiar al capital extranjero que estuviese conspirando contra la economía (que en ese entonces era capitalista) conducía a expropiar a muy pocos. No obstante, aun aceptando alguna expropiación, se dejaba indemne a todo el capital nacional y a todo capital extranjero no vinculado con la guerra.
Las consignas que lanzó PO fueron, una vez desatada la guerra, la formación de un Frente Único Antiimperialista, la “guerra a muerte” extendida al continente y el armamento de los trabajadores, la expropiación de todo capital extranjero que esté “saboteando” o “especulando” contra la economía nacional (es decir, de nadie) y, por último, la satisfacción de las demandas de los sindicatos y de los movimientos de Derechos Humanos.
Esta última consigna ponía en la dirección del movimiento a la CGT Brasil y Azopardo y a Madres de Plaza de Mayo. Por lo tanto, PO se ponía a disposición de un programa burgués. Más aún: las dos CGTs apoyaron la conducción de la dictadura en la guerra y declararon una “tregua”. Por lo tanto, la dictadura ya estaba dando satisfacción a sus demandas. Por su parte, Madres se opuso a la guerra.
Los llamamientos de “guerra a muerte”, “extender la guerra al continente” y de “llamar a los trabajadores a armarse” parece más bien un llamado para aparentar una ánimo beligerante que no existía y ante la cual no se mostró voluntad de consecuencia. Aunque equivocada, una conducción más decidida no hubiese esperado a nadie, hubiese armado ella misma a los obreros. Si juzgaba que la relación de fuerzas no era favorable para semejante aventura, ¿para qué lanzó esa consigna? Si la lanzó ¿por qué no la implementó? Montoneros, en ese sentido, pudo haber actuado en forma más disparatada, pero no se puede negar que lo hizo en forma más decidida.
Como dijimos, una dirección más consecuente, hubiese puesto las manos en el asunto. Pero una más responsable no hubiese llamado a armarse a nadie en 1982, pleno contexto contrarrevolucionario. La clase obrera estaba recién despertando de la grave derrota y se preparaba, antes que una crisis revolucionaria, un cambio de régimen, un camino hacia la plena hegemonía.
El apoyo a la guerra y el armamento obrero en el continente fueron consignas poco meditadas, lanzadas en el apuro de los sucesos, cuyas terribles consecuencias nunca se llegaron a comprobar por la sencilla razón de que la dirección no las llevó a cabo. Tal vez, porque ella intuía que se había equivocado. Si este fue el caso, hubiese correspondido (y corresponde hoy) una autocrítica. No para ser objeto de sanciones ni para satisfacer apetitos de superioridad de nadie. No se trata de eso. Se trata del necesario desarrollo del programa, que implica la discusión profunda y honesta de los principales problemas del país. Sin programa, no hay partido posible.
La cuestión nacional en Argentina [5]
El hecho de que en 1982 la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las masas al dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una variable. Una de ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas. No es la única, claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota histórica, una política correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente porque esa política no emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría perpetuado un régimen de persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se habría profundizado la contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese era el plan original).
La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular, pero sólo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera.
Evidentemente, hay algo en el programa de la izquierda argentina que no está bien. El nacionalismo se expresa, en cada uno de hechos de esta característica, en síntomas recurrentes. Hay un problema que excede la apreciación coyuntural sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que se examinó el conflicto. Un aspecto del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional. La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la estructuración nacional de la Argentina.
En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica capitalista [6].
La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado (Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa.
La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño contra una de menor, hay que apoyar a esta última olvida no sólo la primacía del antagonismo de clase por sobre el nacional, sino que incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadura-democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la guerra Ruso-japonesa de 1904, el partido bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario.
Malvinas, más allá de la propiedad jurídica, no es una cuestión nacional: no se juega el destino de nuestra economía ni el futuro del proletariado en esas islas. No solamente eso, no es una cuestión nacional porque la Argentina no tiene ninguna cuestión de ese tipo. Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: más allá de eso, ¿las Malvinas son o deberían ser argentinas? En un sentido estrictamente del Derecho, la respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles de años.
Sin embargo, la pregunta merece una respuesta más adecuada: las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina, sino por las relaciones entre las clases. Para decirlo más científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y sólo desde ese punto de vista deben analizarse. En sentido estricto, la Argentina tampoco es nuestra, es de la burguesía. Por lo tanto, aunque Cristina plante la bandera en Puerto Stanley, ese archipiélago seguirá siendo de otros. Los países no pertenecen a la gente, sino a las clases. Cuando recuperemos el nuestro para nosotros, será momento de decidir qué hacer con ese pedazo de tierra pequeño y lejano. Bajo esa lógica que hay que abordar la cuestión Malvinas: ¿cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo. Un error persistente que se revela como un síntoma que aflora en forma recurrente. La expresión de un problema en el programa: el nacionalismo en el seno del marxismo.
Notas
[1] Véase La Verdad Obrera, nº 462.
[2] “La guerra de las Malvinas. En la primera fila del combate contra el imperialismo inglés”, Panorama Internacional, año VI, n° 20, mayo de 1982, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012.
[3] Ídem.
[4] Para las posiciones de Política Obrera, véase “Malvinas: para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura”, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[5] Sobre la base del prólogo a La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[6] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses “ricos”. No solo los diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen.”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.
La izquierda ante la guerra
La izquierda no pudo hacer frente al nacionalismo y terminó apoyando esta aventura burguesa, aunque ese acompañamiento haya sido camuflado bajo críticas a Galtieri. El origen del problema fue haber equiparado a la guerra de Malvinas con una “guerra nacional”. En esta última, el territorio donde vive el conjunto de la población es invadido y ocupado por alguna potencia (Irak, Afganistán, Palestina) y, por lo tanto, la gran mayoría, con independencia del origen de clase, se dispone a la lucha armada contra el ocupante. Quien ha puesto más explícita y honestamente esta confusión es el PTS, quien comparó la guerra de Malvinas con la primera Guerra del Golfo (1991) y a Galtieri con Sadam Hussein [1]. Efectivamente, el dictador irakí ocupó Kuwait en una medida distraccionista, pero las semejanzas con Malvinas terminaron en cuanto EE.UU. atacó a Irak. Allí sí, la clase obrera estaba obligada a intervenir, no a favor de Hussein, sino en defensa de sus condiciones de vida. No por la Nación en abstracto (o sea, la nación burguesa), sino por su propia clase. Su victoria (no la de Sadam) hubiera abierto la posibilidad de establecer un gobierno de trabajadores. Como resulta evidente, y como explicamos, este no fue el caso de Malvinas. Así y todo, la izquierda llamó a los trabajadores a “armarse”, a “extender la guerra al continente” o a “sumarse a los soldados”, pero en los hechos nadie tomó siquiera un cuchillo, con lo que todo resultó un acto de comedia que muchos preferirían olvidar.
Galtieri, el camarada
El PST fue dentro del trotskismo quien mayor apoyo brindó a la dictadura en su contienda. Puede decirse que fue, en términos nacionalistas, el más consecuente. Para justificar su posición, apeló a una cita en que Trotsky llama a defender al Brasil “fascista” de Vargas contra Inglaterra. Que haya calificado así al Estado Novo muestra el grado de desconocimiento que el creador del Ejército Rojo tenía de la realidad latinoamericana. Trotsky allí brega por el desarrollo en los países oprimidos de la conciencia “nacional y democrática” lo cual es apoyar, hoy en día, a los Kirchner y en el 1982, a Alfonsín. Asimismo, contrariamente a lo que señaló el dirigente bolchevique, la victoria de un fascista en Brasil no favorecería a la clase obrera, sino al régimen fascista en cuestión. En cualquier caso, la cita llama a apoyar al nacionalismo de algunos países, cualquiera sea su régimen y gobierno, frente a otros más poderosos, lo que es una concesión gratuita e innecesaria a las burguesías de estos países.
El partido dirigido por Nahuel Moreno sostenía que el conflicto por Malvinas constituía la principal preocupación del imperialismo yanqui y que allí se estaba decidiendo el futuro del orden mundial. Por lo tanto, la victoria argentina podría haber desencadenado algo así como la explosión revolucionaria a nivel planetario. Malvinas no sólo sería una causa nacional, sino una mundial. En consecuencia:
“la acción del gobierno argentino objetivamente cuestiona la inapelabilidad de las instituciones y el orden jurídico que garantiza la conservación de la explotación y el dominio imperialista del mundo y reivindica la acción directa contra ese orden” [2].
Para Moreno, la Junta Militar se habría puesto a la cabeza de un movimiento revolucionario y nuestro Lenin no era otro que Galtieri (que tal vez bebía para eludir su destino). Ahora bien, ¿por qué la Junta Militar había cambiado su política? Por el propio desarrollo de la lucha de clases, que empujaba hacia la izquierda:
“[es en] el pueblo argentino, que aterroriza a la dictadura, donde hay que buscar la explicación para esta progresiva acción antibritánica protagonizada por un gobierno proimperialista hasta los tuétanos” [3].
Todo esto puede parecer un disparate, pero es la explicación que brota de la posición más consecuente con el apoyo a la guerra. Si Malvinas es parte de las reivindicaciones de la clase obrera, entonces Galtieri representa, aunque más no sea parcialmente, esos intereses. Si lo que estaba en juego en el Atlántico Sur era el dominio del imperialismo, entonces se debe aceptar la centralidad de Malvinas en la política mundial. El PST llamó incluso a combatir “junto a los soldados argentinos”. Es decir, aceptando la dirección de Galtieri.
El armamento obrero
Política Obrera (PO), por su parte, no tenía una posición tomada sobre Malvinas y fue tratando de acomodarse a los hechos, en lugar de anticiparlos. Las consignas lanzadas en ese entonces demostraban, además de un anclaje en el nacionalismo, una dirigencia política aún en formación, todavía poco preparada para tomar responsabilidades de conducción nacional. Las caracterizaciones, las previsiones y las consignas expusieron a la organización a una serie de errores que tal vez deberían revisar.
En un principio, PO afirmó que la opresión nacional es económica y no territorial. Por lo tanto, la ocupación no sería un acto antimperialista. Puede deducirse que, según el PO, aun en manos del gobierno argentino, las Malvinas (al igual que el resto del país) seguirían bajo control imperial. Pero, a renglón seguido, se indica que la ocupación inglesa de las islas sí es parte de esa opresión nacional. Por lo tanto, siguiendo este segundo postulado, su liberación sí sería un acto de liberación, es decir, antiimperialista. Por lo tanto, la opresión también sería territorial. Se trata de un escrito bastante ambiguo como para permitirle rechazar o apoyar la guerra según la dirección del viento. Lo cierto es que no parece que hayan tenido una idea clara sobre qué lugar ocupa Malvinas en la agenda de la revolución argentina.
Luego de la ocupación argentina del 2 de abril, PO denunció el hecho como una maniobra “distraccionista” de la dictadura. No obstante, a partir del hundimiento del Belgrano y la ofensiva inglesa declararon “guerra a muerte al imperialismo”. Si la ocupación era un intento de desviar la atención a la crisis, no se comprende por qué la guerra no [4].
El título de su artículo expresa una contradicción: dice que para luchar con el imperialismo no hay que dar “ningún apoyo a la dictadura”. Sin embargo, si se va a combatir a un enemigo común, algún grado de apoyo a quien comparte el campo militar debe existir. Si se va a privilegiar la guerra contra el Estado británico, no puede enfrentarse directamente a quien, por el momento, dirige las acciones contra el enemigo principal. O se combate a Gran Bretaña o se llama a no dar ningún apoyo a la dictadura.
Las previsiones políticas de PO sobre los acontecimientos se revelaron desacertadas. Predijo que la dictadura iba a capitular en la etapa de las mediaciones, entregando los territorios, lo que no ocurrió (hubo una guerra). El gobierno tuvo varias oportunidades para hacerlo e incluso Galtieri estuvo a punto de sellar un acuerdo, pero la Marina estaba decidida, mucho más después de la movilización del 10 de abril. PO no contaba con las internas militares. Como dijimos, Anaya consintió que la presidencia fuera ocupada por un hombre del ejército sólo a cambio de la ocupación de Malvinas. Que la preparación fue mala, que la guerra era un horizonte lejano, es otro problema.
Tampoco se reveló correcta la idea de que una guerra iba a llevar al gobierno a romper el frente con el gran capital. Las grandes empresas argentinas apoyaron la iniciativa. No hubo ninguna ruptura. Las empresas extranjeras siguieron operando normalmente. Ninguna empresa realizó ningún sabotaje. De hecho, una parte del gobierno estadounidense apoyaba la posición argentina (la representante ante la ONU Jeanne Kirkpatrick y el senador ultraderechista Jesse Helms). Como es público ahora (pero se sabía en ese entonces) EE.UU. había autorizado a la Junta la compra de armas vía Israel. Por ello, la consigna de expropiar al capital extranjero que estuviese conspirando contra la economía (que en ese entonces era capitalista) conducía a expropiar a muy pocos. No obstante, aun aceptando alguna expropiación, se dejaba indemne a todo el capital nacional y a todo capital extranjero no vinculado con la guerra.
Las consignas que lanzó PO fueron, una vez desatada la guerra, la formación de un Frente Único Antiimperialista, la “guerra a muerte” extendida al continente y el armamento de los trabajadores, la expropiación de todo capital extranjero que esté “saboteando” o “especulando” contra la economía nacional (es decir, de nadie) y, por último, la satisfacción de las demandas de los sindicatos y de los movimientos de Derechos Humanos.
Esta última consigna ponía en la dirección del movimiento a la CGT Brasil y Azopardo y a Madres de Plaza de Mayo. Por lo tanto, PO se ponía a disposición de un programa burgués. Más aún: las dos CGTs apoyaron la conducción de la dictadura en la guerra y declararon una “tregua”. Por lo tanto, la dictadura ya estaba dando satisfacción a sus demandas. Por su parte, Madres se opuso a la guerra.
Los llamamientos de “guerra a muerte”, “extender la guerra al continente” y de “llamar a los trabajadores a armarse” parece más bien un llamado para aparentar una ánimo beligerante que no existía y ante la cual no se mostró voluntad de consecuencia. Aunque equivocada, una conducción más decidida no hubiese esperado a nadie, hubiese armado ella misma a los obreros. Si juzgaba que la relación de fuerzas no era favorable para semejante aventura, ¿para qué lanzó esa consigna? Si la lanzó ¿por qué no la implementó? Montoneros, en ese sentido, pudo haber actuado en forma más disparatada, pero no se puede negar que lo hizo en forma más decidida.
Como dijimos, una dirección más consecuente, hubiese puesto las manos en el asunto. Pero una más responsable no hubiese llamado a armarse a nadie en 1982, pleno contexto contrarrevolucionario. La clase obrera estaba recién despertando de la grave derrota y se preparaba, antes que una crisis revolucionaria, un cambio de régimen, un camino hacia la plena hegemonía.
El apoyo a la guerra y el armamento obrero en el continente fueron consignas poco meditadas, lanzadas en el apuro de los sucesos, cuyas terribles consecuencias nunca se llegaron a comprobar por la sencilla razón de que la dirección no las llevó a cabo. Tal vez, porque ella intuía que se había equivocado. Si este fue el caso, hubiese correspondido (y corresponde hoy) una autocrítica. No para ser objeto de sanciones ni para satisfacer apetitos de superioridad de nadie. No se trata de eso. Se trata del necesario desarrollo del programa, que implica la discusión profunda y honesta de los principales problemas del país. Sin programa, no hay partido posible.
La cuestión nacional en Argentina [5]
El hecho de que en 1982 la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las masas al dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una variable. Una de ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas. No es la única, claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota histórica, una política correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente porque esa política no emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría perpetuado un régimen de persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se habría profundizado la contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese era el plan original).
La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular, pero sólo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera.
Evidentemente, hay algo en el programa de la izquierda argentina que no está bien. El nacionalismo se expresa, en cada uno de hechos de esta característica, en síntomas recurrentes. Hay un problema que excede la apreciación coyuntural sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que se examinó el conflicto. Un aspecto del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional. La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la estructuración nacional de la Argentina.
En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica capitalista [6].
La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado (Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa.
La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño contra una de menor, hay que apoyar a esta última olvida no sólo la primacía del antagonismo de clase por sobre el nacional, sino que incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadura-democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la guerra Ruso-japonesa de 1904, el partido bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario.
Malvinas, más allá de la propiedad jurídica, no es una cuestión nacional: no se juega el destino de nuestra economía ni el futuro del proletariado en esas islas. No solamente eso, no es una cuestión nacional porque la Argentina no tiene ninguna cuestión de ese tipo. Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: más allá de eso, ¿las Malvinas son o deberían ser argentinas? En un sentido estrictamente del Derecho, la respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles de años.
Sin embargo, la pregunta merece una respuesta más adecuada: las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina, sino por las relaciones entre las clases. Para decirlo más científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y sólo desde ese punto de vista deben analizarse. En sentido estricto, la Argentina tampoco es nuestra, es de la burguesía. Por lo tanto, aunque Cristina plante la bandera en Puerto Stanley, ese archipiélago seguirá siendo de otros. Los países no pertenecen a la gente, sino a las clases. Cuando recuperemos el nuestro para nosotros, será momento de decidir qué hacer con ese pedazo de tierra pequeño y lejano. Bajo esa lógica que hay que abordar la cuestión Malvinas: ¿cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo. Un error persistente que se revela como un síntoma que aflora en forma recurrente. La expresión de un problema en el programa: el nacionalismo en el seno del marxismo.
Notas
[1] Véase La Verdad Obrera, nº 462.
[2] “La guerra de las Malvinas. En la primera fila del combate contra el imperialismo inglés”, Panorama Internacional, año VI, n° 20, mayo de 1982, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012.
[3] Ídem.
[4] Para las posiciones de Política Obrera, véase “Malvinas: para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura”, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[5] Sobre la base del prólogo a La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[6] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses “ricos”. No solo los diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen.”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.
Fabián Harari
LAP-CEICS
http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1891:un-sintoma-recurrente-ies-malvinas-una-causa-nacional&catid=237:el-aromo-nd-65-qihay-piqueq&Itemid=110
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