"Hasta ahora, los filósofos han tratado de comprender el mundo; de lo que se trata sin embargo, es de cambiarlo" Karl Marx

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viernes, 13 de enero de 2012

LOS PADRES DE LA GUERRILLA URBANA

La historia del MLN-Tupamaros. El grupo armado nació a mediados de los ’60 en un convulsionado Uruguay. Causaron asombro y desconcierto en la política de su país. Fueron perseguidos y diezmados durante la dictadura y se reconvirtieron en democracia.
El bautismo de fuego podría situarse en 1963, diez años después del asalto al cuartel Moncada, el primer paso de la lucha insurreccional en Cuba. Encabezados por Raúl Sendic, el último día de julio un grupo de ocho militantes y obreros se metió en el Club de Tiro de Colonia Suiza, una tranquila villa de descanso del interior uruguayo. Robaron veinte fusiles, dos carabinas, tres armas de colección y municiones. El pequeño armamento era para entregárselas a los trabajadores cañeros que estaban ocultos en el norte, rodeados por la policía y el ejército, que ya actuaba institucionalmente por cuenta propia. El plan fracasó: en un trayecto del regreso, el vehículo que llevaba las armas volcó y toda la carga quedó tirada en la banquina. Sendic debió pasar a la clandestinidad. Sin embargo, el hecho, con los años, se transformó en la primera acción del que luego sería el Movimiento Nacional de Liberación- Tupamaros (MLN), la organización armada más importante de Uruguay.  Sendic era periodista y militante del Partido Socialista. Una de las figuras más relevantes de la política uruguaya. A fines de la década del ’50 se dedicó a organizar a los trabajadores rurales. Entrevistado por este cronista el año pasado, el ex líder tupamaro Mauricio Rosencof recordó aquellos inicios: “En el ’56 yo militaba en el Partido Comunista y era periodista. Y fui a Treinta y Tres a cubrir una formidable huelga de los trabajadores de arroz, que trabajaban en condiciones infrahumanas. Cayó otro periodista: Sendic. Uno alucinaba viendo a los cientos de trabajadores. Un día le comenté a Raúl: la gran puta, parece un ejército. Y él contestó lacónicamente: es un ejército. Después Raúl organizó a los cañeros en el norte, planteando la lucha por la tierra. Retomaba así lo que esbozó Artigas en lo que significó la primera reforma agraria de América latina: la tierra será distribuida con la prevención, decía, de que los más desposeídos serán los más privilegiados. El de los cañeros fue un sindicato que cambió la historia del país. La marcha de los cañeros a Montevideo en 1962 generó un movimiento de solidaridad que se convirtió en la masa numérica de Tupamaros”  .La fundación oficial del grupo fue a fines del ’66 y principios del ’67. Julio Marenales, uno de los fundadores, escribió en Historia del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros que la organización no era, estrictamente, “una guerrilla”. “Realizaba operaciones de pertrechamiento y de propaganda armada. El MLN se planteaba una estrategia de acumulación política. Se diferenciaba del resto de la izquierda tradicional en su metodología de acción política. Se realizaron muchas operaciones de copamiento para hablar con los trabajadores y hacer planteos políticos”. Marenales explicó cuál era la identidad tupamara: “La organización se definió como socialista desde el principio. Iba a ser una organización clandestina, cuya primera tarea sería construir las bases materiales para una organización de este tipo. Sus objetivos políticos serían una paciente acumulación de fuerzas. Una contribución a la acumulación de fuerzas del campo popular, ya que nunca se pensó que una sola fuerza política sería capaz de resolver los problemas de un país”.  Otros de los integrantes de la dirección fueron Eleuterio Ñato Fernández Huidobro y el hoy presidente uruguayo, José Pepe Mujica. Fernández Huidobro cayó prisionero, junto a otros militantes, el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando y fue uno de los 111 que se escaparon, en 1971, de la cárcel de Punta Carretas. El objetivo de esa fuga fue impactar en las elecciones presidenciales en las que, por primera vez, toda la izquierda iba unida. Igual resultó ganador José María Bordaberry. Había llegado al poder de la mano del partido Colorado y en el ’73 disolvió las Cámaras legislativas con la bendición de las fuerzas armadas. Estuvo en su cargo hasta 1976. Después lo echaron. La dictadura duró nueve años más.  Sobre la irrupción de Tupamaros, la historiadora uruguaya Delia Etchegoimberry opina a Miradas al Sur: “En una sociedad acostumbrada a protestar en voz baja sobre el desacierto de los gobiernos, la aparición del movimiento tupamaro fue recibida con asombro y desconcierto. Sólo después de algunos hechos notables nuestra sociedad empezó por dividirse en opiniones contrarias. Se sucedían el ‘ya era hora’ y el ‘qué horror, ése no es el camino’. ‘¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!’, se convirtió en consigna compartida por los jóvenes, la intelectualidad rebelde y grandes grupos urbanos. Con esta tendencia tan notoria entre los uruguayos a pensar en la política, hablar de política y confraternizar con base en opiniones sobre política, en especial política internacional casi en la misma medida que la del país, la presencia tupamara en toda nuestra vida fue un acelerador imparable.”“Mediante la retórica del ‘enemigo interno’, el gobierno y parte del sistema político expulsaron virtualmente a los tupamaros de la comunidad nacional. Ya no eran sólo disidentes o delincuentes, sino extraños, ajenos, enemigos. Se justificaba este enfoque mediante una operación cultural: el ‘subversivo’ era transformado en un estereotipo que encarnaba todo lo negativo, la antítesis de los valores que la sociedad aceptaba como propios y por lo tanto representaba la mayor amenaza para su estabilidad. Los ‘sediciosos’ dejaron de ser considerados compatriotas, pertenecientes a la misma comunidad cívica. Cuerpo extraño a la Nación, que debía extirparse sin miramientos. El discurso excluyente, con sus imágenes y mensajes irracionales, preparaba a la población para que aceptara el empleo de técnicas más o menos secretas de ‘guerra sucia’, permitiendo la deriva hacia el terrorismo de Estado”, escribió la ex tupamara e historiadora Clara Aldrighi en La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros.  La vida política se sumergió en violencia. Aunque la dictadura uruguaya no fue tan brutal como la argentina, tampoco se quedó atrás. Para imponerse y eliminar toda oposición, las fuerzas armadas recurrieron al terror, el asesinato, la cárcel. La tortura también fue un lugar común. Gracias, principalmente, a las enseñanzas de Dan Anthony Mitrione, un agente de la CIA que adoctrinó a la policía uruguaya. La película Estado de sitio, de Costa-Gavras, se basa en su historia. Detrás de su política de torturas había una psicología. Recuerda Rosencof: “Él recomendaba: al preso hay que llevarlo hasta el límite en el interrogatorio. Pero aclaraba: siempre hay que dejar la hendija de una puerta abierta para que él vea la posibilidad de que si cede, la puerta puede abrirse, aunque no se abra nunca”. Uno de cada 54 uruguayos pasó durante la dictadura por la cárcel.  La conmoción se apoderó del país. Y el país era, principalmente, Montevideo. “Hechos como la fuga de Punta Carretas invadieron el imaginario social hasta el extremo de confundirla con estar al borde del éxito total que, por otra parte, no se sabía bien cuál sería. El temor empezó a ser la sombra del día y de la noche. Fuimos conmovidos hasta la raíz. Y tan conmovidos que todo se movía alrededor. Los amigos caían en prisión y buscarlos era una odisea. Al encontrarlos en cuarteles, en la cárcel o en los ómnibus, era un intercambio de rostros pálidos y corazones apretados. Mientras estrechos festejos amistosos nos mantenían con una cuota de esperanza, las violencias desatadas cada vez golpeaban más a los ideólogos por un lado y, por el otro, a la inmensa red que obraba de apoyatura visible o invisible. Hasta que el desastre se hizo imparable y para muchos salir del país se convirtió en ‘la’ opción”, recuerda Etchegoimberry.  Zelmar Michelini fue un político y periodista uruguayo, miembro fundador del Frente Amplio. Antes de exiliarse en la Argentina, donde fue una de las víctimas del Plan Cóndor, había analizado: “Tras los tupamaros, las fuerzas armadas conocieron muchísimas de las realidades del país y, en el contacto de los cuarteles, tomaron conocimiento de muchísimos problemas que antes no habían apreciado en su total dimensión. Mucho antes que el gobierno, las propias fuerzas armadas y grupos numerosísimos de oficiales se dieron cuenta de que aquellos jóvenes no eran monstruos, degenerados, sinvergüenzas ni mal nacidos. Eso trajo, naturalmente, la exigencia de reprimir no sólo la violencia de las armas, sino la violencia de arriba, que había motivado toda la subversión”.  Los tupamaros hicieron política antes, durante y después. Siempre. Como hoy. Para Etchegoimberry, “todos los períodos tuvieron su importancia aunque hoy parezca que su inserción en la política del Estado desde las formas de gobierno constitucionales sean, en prioridad, por legales, las más encomiables. Si bien a veces parece que el uruguayo olvida, que perdona o que no quiere asumir las deudas del pasado, su pasaje en la década del ’70 abrió una brecha en el predominio de los partidos tradicionales que esperemos éstos no olviden en cuanto a que fue su gobierno, de espaldas a la sociedad, el verdadero detonante de la reacción en contra con la intención de conseguir una sociedad más justa. Por otra parte, no fueron sólo los tupamaros quienes intentaron parar los abusos. La diferencia en la lucha estuvo en la adopción de los medios para llevarla adelante”.  Hoy, los ex militantes se siguen reorganizando. Discutiendo.  Rosencof reconoció que es una tarea permanente. Difícil. “Pero es el camino que elegimos.”.

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