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viernes, 13 de enero de 2012

ABUELOS TATUADOS: LA CULTURA DEL TATOO LLEGO A LA TARCERA EDAD

Cada vez son más los adultos que se estampan la piel con dibujos, nombres o retratos de sus seres queridos. Y, además, muchos de los que se tatuaron cuando eran jóvenes ya pasaron los 60 años.
Eduardo Volta sabía que tenía que cumplir con algo que jamás hubiera pensado hacer. Hace 6 años, el médico le pronosticó una enfermedad de la que no existe cura definitiva. Fue a Luján y prometió que si, luego del duro tratamiento al cual se iba a someter, seguía viviendo, iba a llevar por siempre a la Virgen estampada en su cuerpo. Tiene 74 años y es uno de los tantos abuelos tatuados que se ven cada vez más en la Argentina.  Solía ser práctica de marineros y de presos. Pero hoy, con menos miedo al procedimiento, forma parte de las fantasías de mucha gente. Un estudio de hace dos años, publicado en la revista American Demographics, demostró que entre las personas de 40 y 64 años de los Estados Unidos, el 9 por ciento estaba tatuado. Es que no sólo son cada vez más los abuelos que se tatuan, sino que además muchos de los que se tatuaron de jóvenes ya ingresaron a la tercera edad. “La cultura estadounidense está mucho más abierta. En nuestro país todavía no se alcanzan esas cifras, pero vamos en camino. Dentro de algunos años vamos a tener una generación de abuelos tatuados y va a ser genial”, dice Mariano Antonio, un pionero del tatuaje, que dibujó sobre los cuerpos de Diego Maradona, Marcelo Tinelli y Chiche Gelblung (67). “A Chiche le hice un alambre de púas en la muñeca. Me dijo que con eso se sentía un viejito canchero”, cuenta el dueño de American Tatoo, donde se hacen cerca de 70 tatuajes por día.  El gusto por los tatuajes se ha convertido en una moda sin límite de edad. Algunos tatuadores afirman que en los últimos tres años la demanda para someterse a esta práctica milenaria (los antiguos pobladores de la Polinesia fueron los primeros en grabarse motivos en la piel en el 5000 antes de Cristo) se triplicó entre los mayores de 60 años.  Según Juan Mora, dueño de un local de tatuajes en la Bond Street, la demanda creció entre un 30 y un 40 por ciento en los últimos tres años porque “se acabaron los miedos sobre el método de esterilización” del instrumental. “Antes tatuaba a una persona mayor por mes, ahora una por semana”, cuenta quien cumplió hace poco 63 años y para festejarlo se hizo un tatuaje: “Me encantaría salir en el diario, pero no lo puedo mostrar, lo hice en la parte íntima”, sonríe.Y no es extraño: la tendencia indica que a la mayoría de los mayores que ingresan al mundo del tatoo no les importa el ‘qué dirán’. Cristina Villanueva tiene 62 años. Hace 4 meses se hizo el primero. El último hace tres semanas. En sus brazos casi no se distingue la piel. Están repletos “de arte”, como le gusta llamarlo. “Son mi biografía. Cada dibujo es algo de mi vida”, dice. En el izquierdo tiene estampado al club de sus amores, Racing, su nombre y, por último, dos rosas unidas por un tallo. Era la flor preferida de la madre.“En el derecho están los nombres de mis hijos y nietos, una corona y un palacio, porque me siento una reina con ellos, y una especie de pentagrama, porque empecé a estudiar canto y siento que es lo mío”, cuenta quien además aclara que sus nietos la miran como la copada de la familia. “Mis nietos me preguntan qué cosa me voy a tatuar ahora y les contesto que es una sorpresa. Después del verano algo más me voy hacer”, asegura al lado de Daniel Tarsia, su tatuador oficial. En el universo de los tatuajes siempre hay modas. “Ahora piden dibujos orientales”, explica Daniel. Sin embargo, los de 60 para arriba “se tatúan cosas con significado, el retrato de los hijos o un nombre”. Carlos Antonio, padre del tatuador de famosos, se hizo el retrato de un puma: “Desde chico que me quería tatuar algo, pero nunca me animaba, hoy con 68 pirulos me miro todos las mañanas al espejo y siento que va a ser mi mejor día”, relata. En La colonia penitenciaria , cuento de Franz Kafka, la pena de los condenados consistía en escribir sobre el cuerpo del preso, la regla que él mismo había violado, con lo cual la ley que el condenado había infringido quedaba en su cuerpo impresa con sangre y tinta. Como todo en Kafka, la historia es una metáfora y no la es. Hace poco un hombre pidió tatuarse el nombre de su artista favorito, Picasso. El tatuador, convencido, hizo lo que el cliente había pedido. Tardó casi 2 horas. Claro, el verdadero nombre es Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso. No se sabe si el tatuado cometió algún crimen, pero que le dolió, seguro.
Por Mariano Gavira

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