Iruya
es un pueblo hermoso, pero más lo es el camino que hay que recorrer para llegar
a ella. Si me piden un calificativo:
¡MARAVILLOSO!
La
verdad que no tenía idea de lo que me esperaba, cuando pregunté en la terminal
de Humahuaca cuanto tardaríamos en llegar, me llamó la atención la
respuesta. Cómo se explicaría tanto
tiempo para tan pocos kilómetros.
Cuando
salimos y al cabo de avanzar unas cuadras por la mítica ciudad humahuaquense uno
se topa con la ruta 9, que se extenderá hasta La Quiaca, marcando el paso firme
y rápido hasta que el colectivo se detiene y comienza a avanzar sobre un camino
de tierra y ripio que a medida que avanzábamos se hundía en la tierra.
Efectivamente
el camino se hunde internándose en las abras, o sea, la parte más baja entre
dos cerros, para luego de unos kilómetros ascender sobre ellos.
Nada
más que 47Kms. que como si fuera a propósito pareciere que se multiplican por
diez porque el paso se hace lento como si la geografía del lugar quisiera que
nadie se pierda detalle de su belleza.
Si
cabe la recomendación, sugiero no dormir en el viaje, hacerlo temprano en la
mañana para poder apreciar en su magnitud los colores y especialmente como las
nubes miman con abrazos a los cerros.
Al
camino de abras se le interponen una serie de cerros que entre caminos que
serpentean hay que sortear y para maravillarse entran en escena el cerro “El
Cóndor” y el más imponente y bello para
mí “El Morado” que da la sensación de que lo hubieran pintado con vino tinto.
La
primera parada es en el pueblo de Iturbe, un pequeño caserío, al que en otra
oportunidad en que rumbee por aquí me he de quedar un día al menos. Al llegar uno estaciona en una vieja estación
de ferrocarril, hoy devenida en “terminal” de ómnibus. Luego le seguirán una serie de pueblitos
mucho más pequeños pero bellos, todos con sus casas de ladrillos de adobe y
paja, algunos de estos poblamientos también dejarán ver sus cementerios con
todas sus tumbas decoradas por hermosas flores de colores. Algo que particularmente me llamó la
atención, fue ver casas y corrales de piedra (pircas) abandonados. Obviamente me pregunté por qué, pero sólo las
piedras sabrán la respuesta…
Seguí recorriendo este camino clickeando aquí:
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