El escritor colombiano Evelio Rosero lo acusa de cobarde, asesino y entregador en La carroza de Bolívar, que llegará al país en mayo. Debaten O’Donnell, Chumbita y Harari.
El doctor Justo Pastor Proceso López vive en Pasto, una localidad colombiana fronteriza con Ecuador. En sus ratos libres, que son muchos, piensa y piensa en Simón Bolívar. Se pregunta por qué sus congéneres aceptan verlo como un prócer, un patriota, cuando él sabe que, en realidad, fue un cobarde y un traidor. Y en ese pensar y pensar va desgranando episodios de la lucha por la independencia del norte de América del Sur. El doctor Justo Pastor Proceso López es el personaje central de La carroza de Bolívar (Tusquets), novela histórica de Evelio Rosero, que acaba de publicarse en Colombia y se estima que llegará al país en mayo. Rosero no es historiador, pero en reportajes que concedió a medios de su país sostuvo que se basó en la obra de José Rafael Sañudo, cuyas investigaciones y conclusiones acerca de Bolívar colisionan con la versión oficial. Con un estilo y un ritmo que remite, obligadamente, a Gabriel García Márquez, Rosero dota a su novela de pasajes tragicómicos y escenas costumbristas. Pero detrás, aunque siempre en primer plano, está la crítica furibunda a Simón Bolívar, el hombre que toda Sudamérica asocia con el sueño de una Patria Grande.
“Bolívar fue una personalidad extraordinaria, gran estadista, de gran cultura, un mantuano, como se denominaba a los aristócratas criollos, que tuvo la posibilidad de una formación principesca para ese entonces. Fue un visionario, porque a pesar de su ubicación social, que le permitía gozar de los beneficios de la sociedad colonial, tuvo un gran compromiso con la independencia americana”, consideró el historiador Mario “Pacho” O’Donnell, encuadrado justamente en la corriente revisionista.
Rosero –también autor de Los ejércitos (2006), ganadora de los premios Nacional de Literatura de Colombia, Tusquets de novela y del Foreign Fiction– aseguró que su propósito no fue “desmitificar a Bolívar, sólo decir la verdad”. Además de cobarde y traidor –por haber entregado a Francisco de Miranda a los españoles y por fusilar a Manuel Piar–, lo describe como un vivillo que se apropiaba de éxitos ajenos y como un hombre en extremo cruel, capaz de ordenar lo que Rosero considera “la primera gran masacre colombiana, en la Navidad de 1822, en Pasto”. Afirmaciones que, no hay razón para negarlo, provocan un molesto cosquilleo.
“Hay que tener en cuenta la violencia de las revoluciones de toda la zona, que ocasionaron más de medio millón de personas muertas. Las guerras de esa época fueron terribles, y más considerando que Bolívar declaró una ‘guerra a muerte’, que se practicó por ambos bandos. Pero la entrega de Bolívar a la causa libertadora está fuera de duda, tuvo una vida de sacrificios y de participación en batallas que incluso lo consumieron, tuvo una tremenda exposición. Es una figura universal, difícilmente pueda ser menoscabada”, reflexionó Hugo Chumbita, titular de las cátedras de Derecho Político e Historia Política Americana en la Universidad Nacional de La Matanza.
Para Rosero, Bolívar no fue el gestor de la independencia de los países del norte de América del Sur, sino “Miranda, a quien Bolívar traicionó y entregó a los españoles; Sucre, Nariño, Santander, Córdoba y, sobre todo, Manuel Piar, a quien Bolívar mandó asesinar por fusilamiento, como a Padilla”, según afirmó en una entrevista que concedió al diario español El País.
“Si tengo que elegir entre Piar y Bolívar, sin ninguna duda elijo a Piar, un pardo que traía las ideas revolucionarias de Haití, que se opuso a Bolívar representando a los sectores más humildes –señaló el historiador Fabián Harari, editor de la revista Razón y Revolución, estudioso del Río de la Plata de los siglos XVIII y XIX y de los orígenes de la burguesía argentina–. Pero Rosero mezcla personajes heterogéneos. Santander era un liberal, amante del orden. Sucre era general, sabía pelear muy bien. Pero quien diseñó la estrategia político militar de la revolución fue Bolívar. No se pueden contraponer, cumplían distintos roles. Y Miranda fue un gran intelectual, pero a medida que avanzaba la revolución, fue coincidiendo paulatinamente con la aristocracia”.
Según la novela, en la batalla de Junín, Bolívar huyó cuando creyó que la caballería estaba perdida, hacia una loma hasta “que las sombras de la noche cubrieron el campo”. Cuando el coronel Carvajal lo encontró, le informó que habían derrotado al enemigo. “No se preocupe, Libertador, la victoria es suya”, habría agregado el oficial.
“Me sorprende la acusación de cobardía –dijo O’Donnell–, sobre todo teniendo en cuenta que Bolívar era el estratega y los generales no tienen que estar expuestos a las circunstancias de una batalla. Ciertas leyes de lo militar indican que debe preservar su vida para seguir conduciendo la batalla”. El autor de El encuentro de Guayaquil –obra de teatro que estuvo en cartel cuatro años– señaló, en contraposición, “cosas extraordinarias de Bolívar, como la Carta de Jamaica, donde llama a la unidad de los países, los convoca a formar una América Grande y expone la idea de realizar un congreso, que años más tarde se concretaría en Panamá por impulso de Bernardo de Monteagudo”.
Sin embargo, el doctor Justo Pastor Proceso López se refiere a Bolívar como “el hombrecillo” y en sus elucubraciones cuenta que traicionó al general Francisco de Miranda, “jefe supremo de las fuerzas revolucionarias”, entregándolo al español Monteverde “a cambio de un salvoconducto. Ese mismo hombrecillo que era recibido en Caracas como si fuera un Napoleón”.
Para Chumbita, autor de El secreto de Yapeyú (Emecé, 2001), entre otros sobre José de San Martín, “la entrega de Miranda es uno de los reproches que pueden hacerse, está latente y es difícil de contestar, aunque Bolívar dijo que no había querido entregarlo sino detenerlo, para someterlo a juicio por presunta traición”.
O’Donnell, en cambio, cree que “sin duda es discutible. Cuando se produjo la derrota del avance patriota, Miranda negoció con Monteverde. Los que defienden a Miranda aseguran que trató de preservar al ejército revolucionario de la terrible represión de Monteverde, con vistas a una tentativa de avance que se daría más tarde. Bolívar, en cambio, lo consideró una traición. Lo apresó un día antes de que se embarcara con destino a Europa y lo entregó a los españoles, lo cual derivó en la muerte de Miranda. Sin duda, sobre Bolívar siempre pesó la sombra de esa muerte, porque Miranda fue un personaje extraordinario, había participado en varias revoluciones, entre ellas la norteamericana y la francesa. Esas contradicciones eran típicas de la época porque las situaciones eran confusas”.
El revisionismo ha ganado adeptos en estos años entre los lectores, que se gratifican de encontrar en los próceres hombres y no esfinges. Pero, dice O’Donnell, “a veces hay un revisionismo amarillo que se ocupa de descubrirles pecados a los próceres, o de inventarlos, anhelante de homosexualidad, inmoralidad o perversiones. Va al extremo opuesto de la historia oficial y resulta tan falsa como el endiosamiento”. Justamente, Rosero acusa a Bolívar de rodearse y abusar de púberes sin ningún pudor ni consideración. “Recordemos que Bolívar era caribeño –comenta el presidente del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego–, extrovertido, gran animador de fiestas, bailarín, gran seductor. Un caribeño con todas las de la ley. Y que en aquella época las niñas eran consideradas casaderas a muy temprana edad”.
Más allá de esas cuestiones que giran alrededor de la figura de Bolívar, para Fabián Harari “hay que ver cuáles son las ideas sobre los criterios independentistas que subyacen en el cuestionamiento de Rosero. El ataque tiene que ver con una disputa más general que el costado revolucionario de Bolívar. En Colombia, Bolívar era la figura que reivindicaba el partido conservador, formado en 1837, en contraposición a la de Santander, que tomaba el partido liberal”. Sin embargo, dice el historiador, con el paso de los años y la aparición de los movimientos guerrilleros de izquierda, se produce una reivindicación de Bolívar como revolucionario, sobre todo por su acción en la etapa de reconquista, y se lo incorpora a la tradición marxista. Las guerrillas se consideran, entonces, bolivarianas, y el partido conservador cambia a Bolívar por otros patriotas más liberales. “Cuando Rosero intenta desprestigiar a Bolívar, se opone a la reivindicación de la izquierda colombiana, combate a una figura revolucionaria”, afirma Harari.
Evelio Rosero admitió, en distintos reportajes, que muchas de las opiniones que pone en boca del personaje de su novela las escuchó de niño en boca de sus mayores, todos habitantes de Pasto, donde está ambientada la obra. “Cuando hablo de la historia no hago ficción, me acojo a lo que ocurrió realmente en esa primera masacre de la historia de la república, la Navidad Negra, en 1822, cuando 400 pastusos, hombres, mujeres, niños, amanecieron muertos, a pesar de que la ciudad ya estaba indefensa”, aseveró el escritor.
Chumbita admite que “lo de Pasto es una de las contradicciones de la revolución. El movimiento popular indígena se inclinaba hacia los realistas y hubo una lucha enconada de los ‘pastosos’, como se les decía en esa época, contra las tropas revolucionarias. Tuvo un alto costo, es cierto, pero la lucha por la revolución no tenía otro camino. Los revolucionarios estaban embarcados en una causa que practicaba el terror, como en todas las revoluciones. Es un conflicto complejo, hubo muchas regiones que vivían su dependencia de las metrópolis como un agravio y se sumaron a los realistas, fue una reacción contra el egoísmo de las capitales, en ese caso Bogotá. Hoy, por suerte, hay otros caminos para resolver las diferencias políticas, en aquellos años era lucha armada”.
O’Donnell coincide con Rosero en que “Bolívar fue un hombre cruel, fusiló mucho más que San Martín, más fusilador de lo que cuenta la historia oficial. Pero Bolívar fusiló a prisioneros de batalla y en Pasto ordenó una masacre: 500 civiles, entre los que había niños y mujeres, fueron asesinados aparentemente en represalia porque la ciudad había sido esquiva a los revolucionarios. Es un costado negro, sin duda. Pero a todos los próceres se les puede reprochar cosas, incluso a San Martín. Pero en los hombres de aquellos tiempos había luces y sombras, como en todos. Lo que se cuente dependerá de si se quieren enfatizar las luces o las sombras”.
Harari coincide en que “fue una masacre y extremadamente cruel. Pero no se trata de si estamos a favor o en contra de las masacres. En la guerra las hay y San Martín también fue artífice de varias. El fondo de la cuestión es saber si la guerra, y si alguno de los bandos enfrentados, es reivindicable. Nadie defiende la violencia por la violencia misma, y sin duda el asesinato de personas debería evitarse. Hay que analizar qué fuerzas se enfrentaban y en qué contexto”.
En ese sentido, explicó que “Pasto fue el centro de la contrarrevolución, y algunos historiadores aseguran que la población era fanáticamente católica y realista. En 1813, la ciudad resistió la embestida de Nariño, a quien enviaron a España. En 1816, durante la reconquista, Bolívar envió a Sucre al sur, donde ganó la crucial batalla de Pichincha. Cuando volvía hacia el norte, pasó por Pasto, donde todavía los realistas resistían. Decidió la masacre, por orden de Bolívar, para despejar el camino de realistas”. Además, Harari señaló que, en contrapartida, podría contarse que “gracias al apoyo de Pasto a los realistas, fueron fusilados, entre otros patriotas, José Ayala, Bernardo Álvarez, Caldas, Camilo Torres, Lozano, Fruto Gutiérrez, Valenzuela, Pombo, García Royeira, Ignacio Camacho. En Bogotá fusilaron a 500, además de instaurar un verdadero pogrom campesino. Juan Zamano era el oficial realista, líder en Pasto, que tomó el gobierno de Nueva Granada para perpetuar el régimen de esclavitud y de atraso sudamericano. Reivindicar a Pasto es reivindicar la contrarrevolución. Entiendo que Rosero no es historiador, pero al no reponer el contexto está engañando, aunque no sea la intención. El contexto les da otro sentido a los hechos, y nos lleva a la pregunta central de toda esta cuestión: ¿está mal la violencia revolucionaria?”
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