Sandra Schulberg, hija del realizador de Núremberg. Es la autora de la restauración del documental del juicio a los jerarcas nazis. Por qué estuvo silenciado y las reacciones del público.
La película oficial de los Juicios de Núremberg, filmada entre 1945 y 1946, no sólo sirvió para difundir la campaña de desnazificación llevada a cabo en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, sino que forjó la base de todos los juicios posteriores por crímenes contra la paz, de guerra y contra la humanidad. El documental, a cargo de Stuart Schulberg, reúne las principales declaraciones de los jerarcas nazis y escenas nunca antes vistas sobre la Shoá. El material fue silenciado durante treinta años por Estados Unidos, bajo la justificación de que la difusión de las imágenes iba a hacer renacer el odio por Alemania. Sandra Schulberg, hija del documentalista, se atrevió a romper el silencio restaurando el material para difundir los sucesos.
La cineasta lleva más de treinta años de carrera como productora y directora de finanzas en la industria cinematográfica. Defensora de las películas del “off-Hollywood”, fundó el IFP, la organización más grande de cineastas independientes de los Estados Unidos, y aterrizó en Buenos Aires invitada por la Fundación Proa para presentar Nuremberg.
–¿Cómo era el vínculo con su padre?
–Siempre fuimos muy unidos. Crecí con las historias que él me contaba, viviendo un tiempo en París y otro en Berlín. En aquel entonces se sentía mucho la tensión y el odio entre franceses y alemanes; eso fue parte de mi infancia. Mi papá murió muy joven y si bien yo fui una apasionada de su trabajo, nunca llegamos a hablar del documental del juicio de Nuremberg.
–¿Por qué decidió rehacer el documental?–Vi el film por primera vez en el 2004, cuando estaba trabajando con las películas del Plan Marshall, que también realizó mi padre para el Festival de Berlín. El director del festival me pidió empezar mostrando Nuremberg, y ahí comenzó la odisea. Yo sabía que los gobiernos de Estados Unidos y de Alemania tenían el documental y que en los años ’70 cada país había dejado una copia del original en los archivos respectivos. Desde ese momento cualquiera podía acceder. Cualquier persona hubiera podido hacer lo que yo hice: ir a los archivos, buscar el material, crear un nuevo negativo y reconstruir el sonido.
–¿Por qué la película estuvo silenciada tantos años?
–La película fue una víctima de la Guerra Fría y de la política de Estados Unidos de ayudar a los alemanes en la reconstrucción, sin volver a generar odio entre las otras naciones. Sé que los oficiales del gobierno de Estados Unidos tenían miedo de que si esta película se veía en todos los cines iba a renacer el odio contra Alemania. En los ’70, cuando se abrieron los archivos y quedó bajo dominio público, nadie fue a buscarlo porque como nunca estuvo en cines la gente no sabía ni que existía. Cuando exhibí la película en Israel en julio del 2010 nadie tenía conocimiento de que el juicio había sido filmado.
–Uno de los motivos por los cuales se pidió filmar el juicio tuvo que ver con mostrarles a los propios alemanes que se estaba haciendo un juicio justo. ¿Cuál es su objetivo?–No hay duda de que la película es una muy fuerte prueba de que la Shoá existió y en el marco donde algunos sectores niegan el Holocausto, la película hace un aporte importantísimo. Combate el negacionismo.
–¿Cuál es la reacción de la gente cuando ve el film?
–Sobre todo, sorpresa. En Estados Unidos llovieron críticas al gobierno por la decisión de ocultarla. También sorpresa por el contenido, porque mucha gente no sabe cómo los nazis llegaron al poder, cómo Hitler llegó a invadir tantos países. Yo no hice esto como homenaje a mi papá, y tenía mucho miedo de qué es lo que iba a suscitar. Tenía miedo de que la película genere odio. Estoy segura de que los alemanes son los que han aprendido las lecciones de Nuremberg mejor que cualquier otro país y la prueba es que apoyan la Corte Penal Internacional con mucho dinero, incluso más que Estados Unidos. También mostré la película en Teherán y tuve excelentes repercusiones. Exceptuando a los gobernantes, la mayor parte de la gente educada sabe perfectamente lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial y entienden que el Holocausto es un hecho. Este fue el primer juicio que trató los cuatro cargos: la conspiración, los crímenes contra la paz, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad.
–¿Se logró mejorar la calidad de imagen y sonido respecto del video original?
–Técnicamente el nuevo negativo es muy bueno. Tiene calidad y al mismo tiempo conserva los vicios del documento antiguo. Invité al actor Liev Schreiber a regrabar el relato y para las escenas dentro de la sala de la corte quería usar el sonido original porque en la versión de mi padre, el narrador contaba lo que estaba ocurriendo y pensé que para hoy eso no servía. Es mucho más interesante oír las voces reales.
–¿Cómo analiza el momento actual del cine documental?
–Pienso que hay cosas muy interesantes pero los cineastas y las productoras no saben cómo difundir el trabajo, cómo distribuirlo. Durante treinta años produje mucho cine independiente pensando siempre que era la única forma de hacer películas que escapen a lo comercial. Me gusta cuando el sujeto de la película es más importante que el mercado. Pero para poder arriesgarte a estos proyectos hay que estar listo a golpear puertas y buscar el dinero donde sea. Me ofrecieron muchas veces hacer cine comercial pero no me interesa.
–En la Argentina uno ve que hay muchas películas independientes que triunfan en festivales internacionales pero que el público local no llega a ver. ¿Cómo debe ser el circuito de promoción?–La clave es ir directamente a los propietarios de los cines y pedir que la pasen. Eso es lo que estoy haciendo ahora con Nuremberg. Es necesario que los cineastas no se pongan en papel de estrellas y sean ellos mismos quienes vayan a golpear puertas porque son los que mejor conocen el producto que están mostrando. No basta con hacer la película, también hay que llevarla a las salas y organizar exhibiciones en espacios públicos. Es un trabajo duro.
–¿Cuál es su próximo proyecto?
–Hay tanto trabajo que hacer para distribuir Nuremberg, que creo que eso me va a consumir varios años más. Después quiero escribir el libro de la película, con los papeles que guardo de mi papá sumado a todo el trabajo de recuperación y reconstrucción.
La cineasta lleva más de treinta años de carrera como productora y directora de finanzas en la industria cinematográfica. Defensora de las películas del “off-Hollywood”, fundó el IFP, la organización más grande de cineastas independientes de los Estados Unidos, y aterrizó en Buenos Aires invitada por la Fundación Proa para presentar Nuremberg.
–¿Cómo era el vínculo con su padre?
–Siempre fuimos muy unidos. Crecí con las historias que él me contaba, viviendo un tiempo en París y otro en Berlín. En aquel entonces se sentía mucho la tensión y el odio entre franceses y alemanes; eso fue parte de mi infancia. Mi papá murió muy joven y si bien yo fui una apasionada de su trabajo, nunca llegamos a hablar del documental del juicio de Nuremberg.
–¿Por qué decidió rehacer el documental?–Vi el film por primera vez en el 2004, cuando estaba trabajando con las películas del Plan Marshall, que también realizó mi padre para el Festival de Berlín. El director del festival me pidió empezar mostrando Nuremberg, y ahí comenzó la odisea. Yo sabía que los gobiernos de Estados Unidos y de Alemania tenían el documental y que en los años ’70 cada país había dejado una copia del original en los archivos respectivos. Desde ese momento cualquiera podía acceder. Cualquier persona hubiera podido hacer lo que yo hice: ir a los archivos, buscar el material, crear un nuevo negativo y reconstruir el sonido.
–¿Por qué la película estuvo silenciada tantos años?
–La película fue una víctima de la Guerra Fría y de la política de Estados Unidos de ayudar a los alemanes en la reconstrucción, sin volver a generar odio entre las otras naciones. Sé que los oficiales del gobierno de Estados Unidos tenían miedo de que si esta película se veía en todos los cines iba a renacer el odio contra Alemania. En los ’70, cuando se abrieron los archivos y quedó bajo dominio público, nadie fue a buscarlo porque como nunca estuvo en cines la gente no sabía ni que existía. Cuando exhibí la película en Israel en julio del 2010 nadie tenía conocimiento de que el juicio había sido filmado.
–Uno de los motivos por los cuales se pidió filmar el juicio tuvo que ver con mostrarles a los propios alemanes que se estaba haciendo un juicio justo. ¿Cuál es su objetivo?–No hay duda de que la película es una muy fuerte prueba de que la Shoá existió y en el marco donde algunos sectores niegan el Holocausto, la película hace un aporte importantísimo. Combate el negacionismo.
–¿Cuál es la reacción de la gente cuando ve el film?
–Sobre todo, sorpresa. En Estados Unidos llovieron críticas al gobierno por la decisión de ocultarla. También sorpresa por el contenido, porque mucha gente no sabe cómo los nazis llegaron al poder, cómo Hitler llegó a invadir tantos países. Yo no hice esto como homenaje a mi papá, y tenía mucho miedo de qué es lo que iba a suscitar. Tenía miedo de que la película genere odio. Estoy segura de que los alemanes son los que han aprendido las lecciones de Nuremberg mejor que cualquier otro país y la prueba es que apoyan la Corte Penal Internacional con mucho dinero, incluso más que Estados Unidos. También mostré la película en Teherán y tuve excelentes repercusiones. Exceptuando a los gobernantes, la mayor parte de la gente educada sabe perfectamente lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial y entienden que el Holocausto es un hecho. Este fue el primer juicio que trató los cuatro cargos: la conspiración, los crímenes contra la paz, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad.
–¿Se logró mejorar la calidad de imagen y sonido respecto del video original?
–Técnicamente el nuevo negativo es muy bueno. Tiene calidad y al mismo tiempo conserva los vicios del documento antiguo. Invité al actor Liev Schreiber a regrabar el relato y para las escenas dentro de la sala de la corte quería usar el sonido original porque en la versión de mi padre, el narrador contaba lo que estaba ocurriendo y pensé que para hoy eso no servía. Es mucho más interesante oír las voces reales.
–¿Cómo analiza el momento actual del cine documental?
–Pienso que hay cosas muy interesantes pero los cineastas y las productoras no saben cómo difundir el trabajo, cómo distribuirlo. Durante treinta años produje mucho cine independiente pensando siempre que era la única forma de hacer películas que escapen a lo comercial. Me gusta cuando el sujeto de la película es más importante que el mercado. Pero para poder arriesgarte a estos proyectos hay que estar listo a golpear puertas y buscar el dinero donde sea. Me ofrecieron muchas veces hacer cine comercial pero no me interesa.
–En la Argentina uno ve que hay muchas películas independientes que triunfan en festivales internacionales pero que el público local no llega a ver. ¿Cómo debe ser el circuito de promoción?–La clave es ir directamente a los propietarios de los cines y pedir que la pasen. Eso es lo que estoy haciendo ahora con Nuremberg. Es necesario que los cineastas no se pongan en papel de estrellas y sean ellos mismos quienes vayan a golpear puertas porque son los que mejor conocen el producto que están mostrando. No basta con hacer la película, también hay que llevarla a las salas y organizar exhibiciones en espacios públicos. Es un trabajo duro.
–¿Cuál es su próximo proyecto?
–Hay tanto trabajo que hacer para distribuir Nuremberg, que creo que eso me va a consumir varios años más. Después quiero escribir el libro de la película, con los papeles que guardo de mi papá sumado a todo el trabajo de recuperación y reconstrucción.
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