LOS SUEÑOS, EL HAMBRE Y LA GUERRA
Los 75 años que han pasado desde el inicio de la Guerra Civil Española me hacen reflexionar, aunque se mezclan en mi mente los recuerdos de lo vivido en aquella época en que era adolescente, mi mirada de entonces con mis vivencias unos años después, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, y lo que sugiere el mundo en el que vivimos hoy. A mediados de los años ’30, yo vivía lejos de España, en mi Polonia natal, pero los acontecimientos me conmocionaban.
Yo siempre percibí la Guerra Civil Española como una especie de antesala de la guerra mundial. Allí, el ejército alemán probó sus nuevas armas y prestó ayuda al que, en un futuro no muy lejano, sería el dictador de España Francisco Franco. Ante tales movimientos, ningún país (excepto la Italia de Mussolini, con un régimen fascista como el que intentaba instalar Franco) intervino en la Guerra Civil Española por miedo a la declaración de una nueva guerra por parte de Alemania.
En las Brigadas Internacionales que lucharon apoyando a los republicanos españoles se congregaron hombres de 54 nacionalidades distintas. La nacionalidad más numerosa era la francesa, con una cifra cercana a los 10.000 hombres, buena parte de ellos de la zona de París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados por los partidos comunistas voluntariamente o veteranos de la Primera Guerra Mundial. Entre las demás, estaban también los norteamericanos, integrando la llamada Brigada Abraham Lincoln. Se trataba de una organización de voluntarios que se integraron a unidades de las Brigadas Internacionales, en apoyo de la República Española. Gran parte de sus integrantes eran miembros del Partido Comunista de los Estados Unidos o de otras organizaciones obreras socialistas. La Unión Internacional y la URSS enviaron asimismo hombres a luchar contra el franquismo. La diferencia era que estos últimos eran mandados oficialmente por el gobierno central.
En aquellos tiempos, yo tenía 14 años y vendía estampillas en Lodz para ayudar a los republicanos en su lucha. Para nosotros, con nuestra formación socialista, en mi caso pertenecía al Bund (Partido Socialdemócrata judío de Polonia), el gobierno republicano representaba claramente a la clase obrera y luchaba por la justicia social, por un mundo en paz, de fraternidad entre los hombres. Era lo que habíamos aprendido: debíamos ayudar al gobierno que representaba la lucha contra el fascismo de Franco, Mussolini y de Hitler.
En esos años, más precisamente en 1939, mientras Alemania firmaba el pacto Ribbentrop-Molotov, una paz artificial que todos sabían duraría poco, muchos jóvenes judíos de hogares muy practicantes decidían ir de Polonia a luchar a España en apoyo de los republicanos, cosa completamente incomprensible para sus padres y abuelos, para quienes, por otra parte, España constituía un territorio prohibido para los judíos a partir de la Inquisición en 1492. El gobierno polaco no permitió la salida de aquellos que deseaban ir a luchar a España, pero, a pesar de ello, muchos viajaron clandestinamente.
En los mismos años, sucedían matanzas terribles en la entonces URSS. Numerosos comunistas que habían escapado de Polonia cuando allí se prohibió la existencia de su partido habían sido recibidos con todos los honores en Moscú. Luego de un par de años, fueron juzgados, declarados espías y finalmente asesinados. Todo ello ocurría mientras también se producían los enfrentamientos y los miles de muertos en España.
En 1941, luego de la invasión de Rusia a Polonia, y con Alemania ocupando la otra mitad del país, dos líderes del partido socialista Bund son ejecutados por los rusos, acusados de haber sido espías nazis.
Todos los recuerdos me brotan, desordenados. Fechas, hechos, vivencias que bombardean mi cabeza ya anciana. En todo este caos encuentro un hilo conductor: la crueldad del hombre, su ensañamiento con él mismo. Ello no me tranquiliza. Todo lo contrario, me confunde cada día más. Trato de entender las diferencias entre las revoluciones, las guerras civiles. Sé que hay personas que se dedican a clasificar los hechos históricos, a ponerles nombres a los distintos conflictos humanos. Esa tarea se las dejo a ellos. Yo me resisto a creer que se pueden explicar las guerras, las matanzas y las crueldades. Las justificaciones siempre me incomodaron.
Empiezo a darme cuenta, a los 87 años, de que lo que extraño de mi infancia y mis primeros años de adolescencia es el sueño de un mundo sin guerras, un mundo de libertad, sin fronteras, sin hambre. Todo eso se esfumó y contemplo cómo nuestra civilización, mientras sigue avanzando científica y tecnológicamente, no ha podido resolver problemas básicos como el hambre y las guerras. Me asusta afirmar que, después de la Segunda Guerra Mundial, casi nada cambió. Las muertes en guerras civiles, revoluciones y conflictos entre países no cesaron. Los nacionalismos y los distintos tipos de discriminación se multiplican, brotan, y, ante ello, la humanidad no parece sorprenderse. Siempre excusas para matar, siempre guerras dentro de otras guerras, “justificadas” por los hombres en nombre de ideologías.
Cada vez hay más fronteras. Cada vez hay más conflictos. Todo parece demostrarme que mi sueño adolescente se apagó.
Yo siempre percibí la Guerra Civil Española como una especie de antesala de la guerra mundial. Allí, el ejército alemán probó sus nuevas armas y prestó ayuda al que, en un futuro no muy lejano, sería el dictador de España Francisco Franco. Ante tales movimientos, ningún país (excepto la Italia de Mussolini, con un régimen fascista como el que intentaba instalar Franco) intervino en la Guerra Civil Española por miedo a la declaración de una nueva guerra por parte de Alemania.
En las Brigadas Internacionales que lucharon apoyando a los republicanos españoles se congregaron hombres de 54 nacionalidades distintas. La nacionalidad más numerosa era la francesa, con una cifra cercana a los 10.000 hombres, buena parte de ellos de la zona de París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados por los partidos comunistas voluntariamente o veteranos de la Primera Guerra Mundial. Entre las demás, estaban también los norteamericanos, integrando la llamada Brigada Abraham Lincoln. Se trataba de una organización de voluntarios que se integraron a unidades de las Brigadas Internacionales, en apoyo de la República Española. Gran parte de sus integrantes eran miembros del Partido Comunista de los Estados Unidos o de otras organizaciones obreras socialistas. La Unión Internacional y la URSS enviaron asimismo hombres a luchar contra el franquismo. La diferencia era que estos últimos eran mandados oficialmente por el gobierno central.
En aquellos tiempos, yo tenía 14 años y vendía estampillas en Lodz para ayudar a los republicanos en su lucha. Para nosotros, con nuestra formación socialista, en mi caso pertenecía al Bund (Partido Socialdemócrata judío de Polonia), el gobierno republicano representaba claramente a la clase obrera y luchaba por la justicia social, por un mundo en paz, de fraternidad entre los hombres. Era lo que habíamos aprendido: debíamos ayudar al gobierno que representaba la lucha contra el fascismo de Franco, Mussolini y de Hitler.
En esos años, más precisamente en 1939, mientras Alemania firmaba el pacto Ribbentrop-Molotov, una paz artificial que todos sabían duraría poco, muchos jóvenes judíos de hogares muy practicantes decidían ir de Polonia a luchar a España en apoyo de los republicanos, cosa completamente incomprensible para sus padres y abuelos, para quienes, por otra parte, España constituía un territorio prohibido para los judíos a partir de la Inquisición en 1492. El gobierno polaco no permitió la salida de aquellos que deseaban ir a luchar a España, pero, a pesar de ello, muchos viajaron clandestinamente.
En los mismos años, sucedían matanzas terribles en la entonces URSS. Numerosos comunistas que habían escapado de Polonia cuando allí se prohibió la existencia de su partido habían sido recibidos con todos los honores en Moscú. Luego de un par de años, fueron juzgados, declarados espías y finalmente asesinados. Todo ello ocurría mientras también se producían los enfrentamientos y los miles de muertos en España.
En 1941, luego de la invasión de Rusia a Polonia, y con Alemania ocupando la otra mitad del país, dos líderes del partido socialista Bund son ejecutados por los rusos, acusados de haber sido espías nazis.
Todos los recuerdos me brotan, desordenados. Fechas, hechos, vivencias que bombardean mi cabeza ya anciana. En todo este caos encuentro un hilo conductor: la crueldad del hombre, su ensañamiento con él mismo. Ello no me tranquiliza. Todo lo contrario, me confunde cada día más. Trato de entender las diferencias entre las revoluciones, las guerras civiles. Sé que hay personas que se dedican a clasificar los hechos históricos, a ponerles nombres a los distintos conflictos humanos. Esa tarea se las dejo a ellos. Yo me resisto a creer que se pueden explicar las guerras, las matanzas y las crueldades. Las justificaciones siempre me incomodaron.
Empiezo a darme cuenta, a los 87 años, de que lo que extraño de mi infancia y mis primeros años de adolescencia es el sueño de un mundo sin guerras, un mundo de libertad, sin fronteras, sin hambre. Todo eso se esfumó y contemplo cómo nuestra civilización, mientras sigue avanzando científica y tecnológicamente, no ha podido resolver problemas básicos como el hambre y las guerras. Me asusta afirmar que, después de la Segunda Guerra Mundial, casi nada cambió. Las muertes en guerras civiles, revoluciones y conflictos entre países no cesaron. Los nacionalismos y los distintos tipos de discriminación se multiplican, brotan, y, ante ello, la humanidad no parece sorprenderse. Siempre excusas para matar, siempre guerras dentro de otras guerras, “justificadas” por los hombres en nombre de ideologías.
Cada vez hay más fronteras. Cada vez hay más conflictos. Todo parece demostrarme que mi sueño adolescente se apagó.
Jack Fuchs escritor y pedagogo.
Sobreviviente de Auschwitz.
Sobreviviente de Auschwitz.
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