Cuando
éramos pibes, había normas que se respetaban más que la Constitución (lo cual,
en verdad, no es mucho decir) y que luego, ya adultos, extrañamos muchísimo. ¿O
a quién no le gustaría a veces, en medio de tantos quilombos y presiones,
gritar "pido gancho"?
Aquí, un breve repaso de aquellas leyes que nos prodigaban
momentáneas inmunidades o transitorias licencias para abusar del prójimo.
El "Pido gancho". Vaya uno a
saber de dónde venía el nombre de este verdadero instituto jurídico de la
infancia, del cual sin dudas se tomó la idea central para la creación del
"recurso de amparo" en los códigos procesales.
Decir o gritar "pido gancho" implicaba
que uno, en el acto, detenía y/o suspendía los efectos y acciones relacionados
con cualquier juego del que se estuviera participando.
Por ejemplo, si uno, en el juego "la
escondida", se había ocultado con tanta pericia que el tiempo pasaba sin
que nos hallaran pero a la vez invadiéndonos de un insoportable deseo de cagar,
era lícito lanzar el "pido gancho" (enredando
los dedos índice y anular) y hacerse ver, explicando que era para ir al baño a
hacer un bombardeo aéreo del inodoro.
El planteo pidogancheril hacía que quien en ese
momento tenía la misión de descubrir a los escondidos, no tuviera más remedio
que respetar ese derecho, permitir que el amparado fuera a soretear y, a su
regreso, darle la oportunidad de volver a su escondite (o elegir otro, en caso
de que su aparición hubiese permitido determinar dónde se había ocultado).
Ahora bien, es verdad que el instituto llegaba a
tener serias dificultades de aplicación en algunos casos, básicamente en
aquellos en que alguna de las partes actuaba de mala fe. Eso pasaba, por
ejemplo, cuando había un abuso del recurso protector. Una mariconada frecuente
era que, al jugar a la mancha, algún boludo, a punto de ser tocado, gritaba "¡pido
gancho!" al sólo efecto de evitar tener que ser él quien a
continuación tuviera que correr y perseguir a los demás participantes.
Por eso, la Convención de la OEA del 27 de marzo de
1975 estableció que el pido gancho "deberá
en todos los casos ir acompañado de una fundamentación razonable que justifique
su aplicación, so pena de ser declarado nulo de nulidad absoluta".
Otro elemento contaminante era la tendencia
dictatorial de muchos niños, que hacían caso omiso de la cantada de pido gancho
y seguían adelante con el juego. Habitualmente eran los grandotes de la cuadra,
acostumbrados a pegar porque sí y a cagarse en todas las reglas de todos los
juegos. Pero adonde vayan los iremos a buscar.
"Salvo
bien calzado". Cruel norma que jamás logró ser
entendida por madres ni maestras, quienes la combatieron durante décadas hasta
lograr -como se puede ver hoy- la total extinción de esta figura.
El recurso partía de la base de considerar que
cualquier persona que se inclinara, del modo que fuera, nos habilitaba a
pegarle una hermosa patada en el culo, pero únicamente si un milisegundo antes
de aplicar el zapatillazo orteril decíamos "salvo bien calzado".
Como hemos dicho, esta norma quedaba disponible tanto
si la otra persona se había inclinado poniéndose de cuclillas, como si lo había
hecho quebrando la cintura para bajar el torso sin doblar las piernas, o
arrodillándose, aunque el salvo más placentero era el que se daba en la primera
de las opciones, ya que esa posición permitía embocar perfectamente el culo con
la parte superior del pie, a la que se le imprimía la mayor potencia posible.
La satisfacción era total si se conseguía que el pelotudo "volara"
por la patada, quedando en cuatro patas sobre el suelo.
En las otras dos posiciones, también se podía
disfrutar mucho, pero había que pegar el salvo con un estilo de volea, que no
todos dominaban. Además, si la patada estaba mal calculada, y se golpeaba la
espalda de la víctima, el otro tenía derecho a cagarnos a piñas.
El "salvo bien calzado" tuvo
un respeto más universal que el "pido gancho", al punto
que, a diferencia de éste, logró que incluso personas mayores le reconocieran
legitimidad. Hubo tíos y vecinos que, aún a regañadientes, toleraron ser pateados
por niños del barrio en el culo, sin adoptar represalias, por el hecho de haber
sido golpes dados bajo el imperio del salvo.
Por otra parte, era sencillo vacunarse contra la
acción. Bastaba con cantar "meno' salvo" antes de
agacharse. Pero claro, a veces pibes y pibas se olvidaban de las acechanzas, y
sin pensarlo medio segundo se agachaban para levantar una moneda caída, un
caramelo o una bolita, y cuando advertían la gravísima imprudencia ya era
tarde, porque algún desgraciado cercano no tardaba nada en estampillarles la
zapatilla en el traste.
"Gancho
duro". No era precisamente una ley de niños,
sino un conjuro mágico asombrosamente eficaz. Para quienes no lo hayan
conocido, es fácil de realizar y comprobar.
Lo único que se necesita es un perro de cuclillas,
en clara posición de cagar, pero sin que se haya iniciado todavía el
lanzamiento de los inmundos paracaidistas. En esa situación, deben engancharse
los dos dedos índices de las manos, tensarlos todo lo posible, y decir
reiteradamente y sin detenerse: "Gancho duro, gancho duro, gancho duro,
gancho duro..."
En todos, pero absolutamente todos los casos, el
perro se verá imposibilitado por completo de cagar, aunque se quede en
cuclillas cuatro horas seguidas.
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