No los desaparecieron porque sí, no los asesinaron sólo por luchar por un boleto gratuito de colectivo.
Lo hicieron porque eran unos luchadores políticos dignos de imitar y por ende jóvenes llenos de ideales y compromiso con un único norte: “ALCANZAR UN MUNDO DONDE QUEPAMOS TODOS COMO IGUALES”
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas argentinas dieron un golpe de Estado e iniciaron una represión que, dirigida declaradamente contra las organizaciones guerrilleras, tenía por objetivo disciplinar a la sociedad y reconfigurar económicamente al país.
En este marco, los estudiantes y particularmente los jóvenes de la escuela secundaria no fueron la excepción. Así, mediante el “Nunca Más” de la CONADEP conocemos que al menos unos 250 chicos y chicas de entre 13 y 18 años fueron víctimas de la dictadura y hoy se encuentran desaparecidos.
Entre los estudiantes desaparecidos se cuentan aquellos que secuestrados entre el 16 y 21 de septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata conocemos como los chicos y chicas de “La Noche de los Lápices”, nombre con el que los represores denominaron al operativo llevado a cabo por el Comisario Miguel Etchecolatz, creador de los grupos operativos (COTI) que actuaron en toda la provincia de Buenos Aires.
Durante su secuestro, Francisco Muntamer, María Claudia Falcone, Claudio Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciochini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Emilce Moler, sin excepción, éstos jóvenes fueron sometidos a torturas y vejámenes en distintos centros clandestinos de detención: el Pozo de Arana, el Pozo de Banfield y la Brigada de Investigaciones de Quilmes. Seis de ellos (Francisco, María Claudia, Claudio, Horacio, Daniel y María Clara) continúan desaparecidos y se presume que fueron fusilados en el sótano de la Jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, a principios de 1977
Todos, desaparecidos y sobrevivientes eran estudiantes secundarios de diferentes colegios de la ciudad de La Plata y militantes de la UES, uno de los frentes de masas de Montoneros, con excepción de Pablo Díaz que militaba en la Juventud Guevarista. La mayoría de ellos habían militado y luchado movilizándose en la primavera del 75 por el Boleto Estudiantil Secundario, el que por cierto ganaron y luego la dictadura habría de derogar.
Desde aquel 16 de septiembre, desde aquel operativo policial el destino los llevó, nos llevó a relacionar a esos jóvenes con las manifestaciones por el Boleto Estudiantil (primavera del 75), dejando en un segundo plano su condición de militantes políticos además de estudiantes.
De este terrible hecho, comenzamos a cobrar conocimiento cuando Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes declaró en el Juicio a las Juntas Militares en 1985, el 9 de mayo de ese año, en la Sala de Audiencias de la Cámara Federal donde pudimos escuchar estas palabras:
“Díaz: El 16 de septiembre de 1976, en procedimiento son levantados chicos, estudiantes, yo era estudiante secundario en ese momento, yo me entero de esto al día siguiente por una relación que habíamos tenido, por un pedido de boleto escolar secundario; me interiorizo con amigos, pienso en ir a presentarme a una comisaría e ir a verlos, yo creía que estaban en comisarías, no lo hago, dejo pasar el tiempo, el 21 de septiembre de 1976 a las cuatro de la mañana se detienen cuatro vehículos, esto lo sé cuando, que eran cuatro vehículos…
Dr. D´Alessio: Perdón, para no perder el hilo cronológico, ¿qué relación explicó Ud. tenía con otros muchachos que habían sido detenidos?
Díaz: Porque después los veo en campos de concentración.
Dr. D´Alessio: No, me refieroa qué vinculación tenía Ud.
Díaz: Por el boleto secundario, por el pedido que habíamos ido a hacer y por la relación del grupo de la Coordinadora de Estudiantes Secundarios que había en La Plata, éramos varios chicos de colegios secundarios todos de edad de catorce a dieciocho años y nosotros habíamos ido al Ministerio de Obras Públicas, en ese momento manejaba el transporte y fuimos viéndonos. De vista, no nos conocíamos en sí, yo después cuando me encuentro con ellos en distintos campos donde estuve voy relacionando todo esto y después por los interrogatorios que me hacen a mí”
A partir de este momento Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, se convirtió en un emblema para el estudiantado secundario. Más aun, su voz, se oponía a la de aquellos que intentaban minimizar los crímenes de la dictadura. “Yo tengo las cosas claras: creo que en toda masacre siempre queda un sobreviviente para contarlo y hacer condenar a los culpables. Ése es mi compromiso con los chicos” (La Semana, 19/9/85) Con estas palabras iba más allá de convertirse en un emblema sino que instauraba la necesidad de refundar las luchas sociales.
¿Por qué la condición de militantes políticos cedió paso a militantes por el boleto estudiantil secundario?
Becado por una institución internacional, Pablo comenzó un derrotero de charlas que sumaron más de tres mil, entre 1986 y fines de 1988, en diferentes escuelas primarias y secundarias del país.
El objetivo estaba claro: “lograr la transmisión de la experiencia de los jóvenes estudiantes y así favorecer que los nuevos estudiantes y la sociedad toda se apropiaran de la historia, del reclamo por justicia y de las prácticas participativas”
Más allá de su claridad, su tarea no fue para nada fácil y su relato se vio condicionado por el contexto en el que se dieron las primeras charlas.
Entrevistado por el historiador Federico Lorenz, supo decir: “Yo al principio le tenía mucho temor al qué dirán y le tenía mucho temor al que me separen” Con que lo “separen” se refería al temor que sentía de que fuera rechazado o no le permitieran dar la charla en tal o cual colegio por haber sido un militante político. Aquellos días eran mucho más difíciles que los de hoy día en materia de derechos humanos. Si bien toda la sociedad, o casi toda, acompañaba el reclamo de justicia, condenaba las desapariciones y torturas y particularmente sobre La Noche de los Lápices, había coincidencia de que se trataba de una atrocidad. El punto de vista cambiaba, si se hacía presente el hecho de que estos chicos y chicas, Pablo en particular, no sólo eran militantes políticos sino militantes relacionados con organizaciones guerrilleras como Montoneros y el ERP. En aquellos días nadie se atrevería a decir que esos jóvenes se merecían los que les había sucedido, ahora bien, sobre aquellos relacionados a organizaciones guerrilleras, desgraciadamente un halo de culpabilidad recaía sobre ellos.
Como decíamos, la presión del contexto jugó para que dé a poco el “boleto se volviera protagonista”.
Tengamos en cuenta que cuando una charla era organizada en un colegio secundario, no era toda la escuela quien la promovía, sino un grupito de alumnos/as que vía la charla con Pablo la posibilidad abrír la puerta a las Madres, a las Abuelas a otros sobrevivientes y esos estudiantes, con esas acciones volvían a reorganizar los centros de estudiantes que a partir del 76 dejaron de funcionar.
Pablo, les llamó a estas acciones “semillas” que él junto al grupito de estudiantes iban sembrando para pelear con las direcciones para formar los centros de estudiantes. Los jóvenes se volvían a apropiar de la política, de una lucha por el poder dentro de los colegios. Cabe recordar que muchos directivos y docentes fueron “cómplices” de la dictadura y al retomar la democracia, muchísimos de ellos se mantenían en sus puestos de trabajo.
Otra razón para que se sucediera este desplazamiento, fue la inminencia de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Era absolutamente necesario mantener la movilización y Pablo, como orador-sobreviviente sentía que tenía que generar el debate en las casas.
El libro, la película, las escuelas secundarias y la transposición didáctica en las aulas de hoy
En “Combates por la Memoria”, Federico Lorenz nos cuenta una anécdota personal: -¡Lo tenés que leer!- Le decía un compañero de la escuela secundaria en el invierno del 86, mientras le entregaba el libro “La Noche de los Lápices”. Esta escena se fue repitiendo a lo largo y ancho de toda la Argentina, el estudiantado secundario, dice Lorenz, tenía que leer, no podía no saber cuánto había sucedido durante la dictadura.
Esa “obligación” de saber, más las denuncias que se sucedían a diario y que cualquiera medianamente informado podía encontrar en los medios de comunicación favorecieron la proliferación de Centros de Estudiantes Secundarios y por aquellos años ochenta confluyó en la creación de la FES (Federación de Estudiantes Secundarios) y de la mano de estas organizaciones el “boleto” volvía a tornarse una necesidad, más aun, en muchísimos casos fue el pase, el descubrir de la política para estos jóvenes.
Si había quienes no leyeron el libro, éstos se encontraron con el film de Héctor Olivera en 1986 y ya no hubo marcha de La Noche de los Lápices, masivas por cierto, en aquellos años que no contara con la presencia de Pablo, algún otro sobreviviente o familiar de los desaparecidos.
El libro, y sus tres capítulos: “Crecer en la tormenta”, “La noche” y “La memoria” si menciona la militancia política de estos jóvenes pero tiene el agravante de diluir los hechos no mencionando que la UES era la expresión estudiantil de Montoneros por ejemplo entre otros aspectos que se omiten o tergiversan.
Por otra parte, para Lorenz (postura con la que acuerdo), se construye una fuerte jerarquización en relación con el deber de recordar y testimoniar: “Festejamos la reaparición de Pablo Díaz y su devoción por la memoria” afirman los autores del libro.
El libro, deja entrever una culpabilización de quienes no dieron testimonio. Los autores del mismo sostienen que las declaraciones de Emilce Soler y Patricia Miranda, sumadas a las declaraciones de Pablo hubieran obligado a la Cámara Federal a aceptar que todos los chicos fueron salvajemente torturados.
Esta última oración hoy nos resultará totalmente condenable, aunque podemos “entenderla” en el marco de aquellos años pero así y todo, y hoy más que nunca, no podemos, no debemos condenar a aquellos que no pudieron hablar en su momento y además, tenemos que tener presente que muchos que ayer callaron hoy son quienes se sientan ante sus captores para que la justicia les aplique las penas que las leyes de impunidad de los ochenta o los indultos les permitieron no cumplir.
La película, tal vez sea la que la mayoría de los adolescentes, incluidos los de hoy día conozcan. Esta también conspiró de algún modo con la Memoria, más allá de que sus intenciones fueran otras.
Con el asesoramiento de Díaz y Jorge Falcone, hermano de Claudia, Olivera también pasó por las dudas de qué contar en el film y se decidió de que aunque crudas, había escenas que no podían faltar y esto conspiró con las verdaderas intenciones. El film, nos muestra que el único sobreviviente es Pablo, primer gran error y como supo admitir Pablo Díaz, lo que se pretendía no se logró.
Pero más allá de errores y omisiones la película llegó a transmitirse a toda la población por la televisión abierta el 26 de septiembre de 1988, alcanzando una proyección de tres millones de televidentes obteniendo el tercer puesto en la historia del rating después de la llegada del hombre a la Luna y el Mundial 78. El año 88 también fue el año en que la provincia de Buenos Aires instauró el 16 de septiembre como el “Día de los Derechos de los Estudiantes Secundarios” en el calendario escolar. Hoy ese día se conmemora con otro nombre tras el cambio que le impuso el ex presidente Néstor Kirchner, y a diferencia de años anteriores, ya no se les da asueto a los estudiantes para poder movilizarse y repudiar a la dictadura.
Desgraciadamente, hoy y a pesar de los años transcurridos la película sigue siendo exhibida en los colegios, no es que esté mal hacerlo, sino que se la proyecta sin interpelarla. Asumiendo como verdades lo que ella muestra. Así, es que se ha multiplicado por ejemplo la idea de que estos jóvenes les pertenecen a sectores relacionados al peronismo, más en los días que corren y peor aún, todavía vemos y escuchamos en las aulas, en la calle, en las redes sociales y en los mismos militantes políticos estudiantiles que los reivindican como chicos y chicas que luchaban por el Boleto Estudiantil.
Como sea y más allá de cuanto aun nos resta por revisar de nuestra historia reciente hoy, todos y todas tenemos la obligación de gritar bien fuerte: “¡NUNCA MÁS OTRA NOCHE DE LOS LÁPICES!”
Fuente:
CONADEP, Nunca Más, Buenos Aires, Eudeba, 1984
Lorenz, Federico, Combates por la Memoria: huellas de la dictadura en la historia, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2007
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