"Hasta ahora, los filósofos han tratado de comprender el mundo; de lo que se trata sin embargo, es de cambiarlo" Karl Marx

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sábado, 10 de diciembre de 2011

El revisionismo histórico como ideología gubernamental

Por decreto el gobierno creó días pasados el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, con el fin, entre otros, de “reivindicar” a los que “defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”, como el caudillo que da nombre al instituto junto con otros como el Chacho Peñaloza, Felipe Varela, Facundo Quiroga, hasta Yrigoyen y Perón, además de San Martín, O’Higgins y Martí. Dicen que el Instituto también “prestará especial atención a la reivindicación de la participación femenina” y “reivindicará la importancia protagónica de los sectores populares, devaluada por el criterio de que los hechos sucedían sólo por decisión de los ‘grandes hombres’”. La creación del Instituto generó gran revuelo por lo que su director, Pacho O’Donnell, salió a explicar por los medios cuáles son las intenciones del gobierno con esta medida exponiendo la relación entre la historia que se pretende reivindicar y el “modelo” kirchnerista: “aquella batalla de Obligado de 1845 se ganó, pero en cambio se perdió la batalla de Obligado del venal endeudamiento externo, la batalla de Obligado de la venta a precio vil de empresas públicas estratégicas. Y hoy se está combatiendo en Obligado para independizarnos de la férula asfixiante del FMI. Porque Obligado es la metáfora a cañonazos de la trágica y persistente alianza de sectores de la dirigencia argentina, en beneficio personal, con poderosos intereses foráneos, en perjuicio de las grandes mayorías populares”. Casi un chiste todo esto era dicho por un ex funcionario menemista que hizo todo eso que hoy dice enfrentar.
El kirchnerismo ha hecho una utilización abierta de cierta historia para sostener su proyecto político. La “gran fiesta del bicentenario” fue un ejemplo de ello. Allí un conjunto de historiadores se pusieron al servicio de componer una visión de la historia que retomaba el hito de Mayo, los ideales de Moreno y Monteagudo, y nos recordaron las diferencias con los festejos del Centenario, cuando sólo la oligarquía festejaba mientras los trabajadores debían enfrentar al gobierno para expresar sus demandas y recibían a cambio represión, en una visión que no dejaba de ser ecléctica y que estaba lejos de rescatar los aspectos más progresivos del proceso histórico. Pero hace pocos días, la presidenta apareció en el acto de recordación de la batalla de Vuelta de Obligado, en el Día de la Soberanía, con una divisa punzó con la imagen de Rosas y ensalzó las figuras del caudillo y de su esposa Encarnación Ezcurra, “esa gran mujer ocultada por la historia, verdadera inspiradora de la Revolución de los Restauradores”. Ahora no es la Revolución de Mayo que rompió cadenas con España sino la llamada “Revolución de los Restauradores”, que asentó en el poder a Juan Manuel de Rosas, el eje del discurso ideológico de la presidenta.   El revisionismo: ¿nacional y popular?
Desde mediados del siglo XIX las clases dominantes construyeron una interpretación de la historia que buscaba consolidar una idea de “nación” recurriendo al ensalzamiento de figuras prominentes, los “próceres”, y de hechos históricos, como la revolución de Mayo, la batalla de Caseros (la derrota de Rosas en 1852), la Conquista del Desierto, presentados como hitos que fundaron la Nación y con los que se delinearon políticas educativas que se proponían crear una “identidad nacional” para someter a las clases populares.
Con la crisis del régimen oligárquico y la crisis mundial de los años ‘30 emergió un movimiento que se oponía a esta “historia oficial” la historiografía liberal y que se fue definiendo como “revisionismo”. Como corriente historiográfica tuvo distintas expresiones, desde sus vertientes más nacionalistas conservadoras de los años ‘30, hasta sus expresiones nacionalistas “antiimperialistas” de los años ‘60; es decir, sus exponentes ofrecen material para componer distintas visiones. Sin embargo, algunos elementos en común parecen ser los que subyacen en los objetivos actuales del gobierno.
Los revisionistas condenaron la línea historiográfica liberal “Mayo-Caseros”, con sus próceres y sus hitos y construyeron otra versión con otros próceres y otros hitos que ahora vemos en boca de la Presidenta y el director del Instituto del revisionismo. Si bien en algunas de sus obras pueden encontrarse críticas a las raíces de la “dependencia” argentina, de conjunto constituye una interpretación de sectores de las clases dominantes.   ¿Burguesías y “ejércitos progresistas”?
En este sentido el revisionismo no es una alternativa a la historia liberal, en tanto no se ubicó desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera y los sectores populares, sino que es también una visión que defiende los proyectos de una fracción de las clases dominantes. No es extraño entonces que el gobierno nacional busque en ese cajón de utilería lo que le permita sostener su alianza con los industriales locales y extranjeros, con la banca y el capital internacional. Desde este punto de vista se entiende su empatía con historiadores como José María Rosa o su simpatía con el régimen rosista. Fue Rosas el que puso fin a los desórdenes de las guerras civiles, el que “restauró” el orden y consolidó la clave, el núcleo central de la única clase “nacional”, la burguesía y la oligarquía asentada en la gran propiedad de la tierra. Por eso la reivindicación revisionista puede aparecer hoy como un recurso viable para un modelo que se sustenta en mantener los fundamentos del orden semicolonial nativo.
Pero el relato revisionista, ¿qué tiene de popular? Denunciando los asesinatos del liberalismo, el revisionismo eligió su propia secuencia de violencia contra las masas. No solo a Juan Manuel de Rosas, el jefe de la Mazorca y del ejército de frontera, sino también a Julio Argentino Roca. Cuando los liberales acusan al gobierno de imponer el “pensamiento único” en la historia, los acusados responden que ellos son plurales, como el revisionismo mismo que tuvo sus diferentes alas. Ahí está Jorge Abelardo Ramos, iniciado en la militancia trotskista pero abandonándola pronto para integrar la izquierda nacional. Su pasaje fue fatídico terminó en el menemismo. Pero antes, en su momento “revisionista de izquierda” llamó a Julio Argentino Roca el “gran político nacional” que forjó el Ejército que llevaba “¡la conciencia nacional en sus costurones y cicatrices!”. Ese Ejército, que templado como el mismo Roca en la fratricida guerra del Paraguay, trajo de sus conquistas a 4000 “indios” para venderlos como peones, sirvientas o ayudantes. No sorprende entonces que Cristina K presente a “nuestro” Ejército como democrático, de la misma manera que la estratagema revisionista presentó a Rosas y Roca, los asesinos de los pueblos originarios y promotores de la represión policial contra las masas, como representantes del “progresismo nacional”.
Las disputa por la historia
Beatriz Sarlo se exaspera desde La Nación, mientras Pacho O’Donell gesticula el discurso gubernamental.  Estrujada como trapo de piso, La Historia es invitada a comparecer en el presente: dicen unos, la oligarquía es una clase democrática; dicen los otros, la burguesía nacional es una clase progresista. Decimos nosotros: son fracciones de una misma clase, aunque pueda enarbolar filiaciones históricas cruzadas. Su acuerdo irrenunciable es no modificar ni cuestionar la estructura económica heredada del pasado. Después de todo el gobierno de Cristina depende de que la agroindustria “coloque” parte de sus divisas en el tesoro nacional, y los pueblos originarios siguen resistiendo como antaño a la acumulación de tierras.
A mediados del siglo XIX, con la caída de Rosas, se inició un momento histórico. El historiador marxista Milciades Peña percibiendo esta posibilidad retomaba los proyectos de Alberdi y Sarmiento como aquellos que mediante una “revolución por arriba” podían haber forjado las bases de una nación con mayor independencia del imperialismo, pero ese momento quedó trunco y las clases dominantes locales consolidaron la nación semicolonial que hoy seguimos siendo.
Distintos relatos desde una perspectiva de la clase obrera y los sectores populares se trazaron de Mariátegui a Mella, de Liborio Justo a Milcíades Peña. Fueron éstos los que pensaron en sentido crítico las historias oficiales para dejar entrever la posibilidad de otra historia, la de los campesinos y comunidades originarias, la de los peones y obreros, la de las trabajadoras y sectores oprimidos. Fue la resistencia, a veces desordenada y caótica, a veces organizada y determinada, de las masas oprimidas y explotadas durante el siglo XIX la que fue forjando la imagen de injusticia que generaba la nueva estratificación de clase a medida que se consolidaba el capitalismo semi colonial. Sin estas resistencias es impensable la historia de insubordinación del siglo XX, con sus huelgas generales e insurrecciones obreras. Una camada de historiadores surgió en las últimas décadas develando esta otra historia, la de la militancia obrera y estudiantil, la de las organizaciones de fábrica, la de la lucha de clases en los años ‘70, aportando al conocimiento, y también a la crítica y al debate, entre ellas la del trotskismo y el marxismo.  
Frente a la historia académica y liberal que esconde bajo la tarea y el oficio la despolitización de la historia, frente a la politización de la historia como discurso del Estado y la burguesía del gobierno K, con su genealogía de próceres y Ejércitos “progresistas”, se levanta la lucha por una historia politizada de las clases explotadas y oprimidas. Una historia que desnude los discursos oficiales y permita entrever la posibilidad de un proyecto autónomo de los trabajadores y oprimidos, una historia de aquellos que pueden conquistar una verdadera independencia nacional y una federación latinoamericana obrera y socialista.
Cecilia Feijoo y Alicia Rojo

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