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sábado, 10 de diciembre de 2011

Delicias del revisionismo histórico

En los últimos días Mario O’Donnell ha explicado, una y otra vez, que la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego tiene como objetivo reivindicar “la historia nacional, popular y federal” frente a la corriente “liberal, entreguista, elitista y anti patria”, que no es otra que la historia escrita por “los vencedores” (ayer Mitre, hoy Romero o Halperín Donghi). Como dice O’Donnell, el Instituto se propone rescatar a “aquellos representantes de los intereses populares y patrióticos, como Dorrego, Juana Azurduy, Güemes, Artigas, Monteagudo, que han sido ninguneados por la historiografía liberal y reaccionaria”.
Pues bien, en aras de revisar esta historia de héroes y villanos, la década de los 90 y el menemismo aparecen como objetivos ineludibles para el Instituto Revisionista. ¿Qué tal preguntarnos quiénes estaban en la línea “nacional”, y quiénes “en la anti patria”? Pregunta que, con toda seguridad, se hará el Instituto acerca del propio O’Donnell. Recordemos que O’Donnell en 1989 fue nombrado agregado cultural de la embajada argentina en España; luego fue embajador en Panamá; después en Bolivia; entre 1994 y 1997 ocupó el cargo de secretario de Cultura; en 1998 fue senador; y en 1999 era miembro del entorno de Menem. Pareciera que al buen Pacho no lo incomodaba por entonces el indulto de Menem a los asesinos de la dictadura, la liberalización de los mercados, las privatizaciones, la destrucción de la educación pública, la precarización del trabajo o el aumento de la desocupación. ¿Virtudes de la línea nacional y popular? Sin embargo, Pacho O’Donnell es apenas una anécdota, porque en tren de revisar el menemismo, habrá que ubicar a Néstor y Cristina Kirchner. Así, arrancar de la asunción de Kirchner como gobernador de Santa Cruz, en diciembre de 1991, y analizar el decreto del 2 de enero de 1992, que llevaba las firmas de Carlos Zanini, Ricardo Jaime y Alicia Kirchner (nombres K- emblemáticos, si los hay) por el cual se recortaban el 15% los haberes de la administración pública. Eran tiempos en que Néstor Kirchner despotricaba por la herencia que le había dejado el anterior gobernador, Arturo Puricelli, que hoy es el ministro de Defensa. Luego, habría que seguir con la emblemática privatización de YPF, de la cual Kirchner fue un activo propulsor. Por ejemplo, recordar que ante las resistencias que encontraba el menemismo entre los diputados, Néstor reclamó (22/09/92), en conferencia de prensa desde la Casa Rosada, apoyo de los diputados a la privatización. En el mismo sentido, traer a la memoria que pocos días antes Cristina había pedido, en la legislatura de Santa Cruz, que los diputados aprobaran la privatización. Documentar (la historia se apoya en documentos) cómo en aquella ocasión Cristina presentó un proyecto que declaraba “la necesidad de sanción del proyecto de ley nacional ‘Ley de Federalización de los Hidrocarburos y de Privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales”. Y destacar que cuando en la noche del 23 de septiembre Diputados aprobó la privatización, el miembro informante por el oficialismo fue Oscar Parrilli, actual Secretario General de la Presidencia K. Como para que no quedaran dudas de su vocación de servicio a la causa nacional, un año más tarde Parrilli publicaba Cuatro años en el Congreso de la Nación, 19889-1993, en el que decía que “YPF es hoy una gran empresa privada” (citado por Rodolfo Terragno en La Nación, 25/02/07). Seguramente nuestros revisionistas encontrarán una magnífica explicación para tamaño aporte al pensamiento nacional. Y podrán decirnos cómo ubican lo actuado por Parrilli en 1993, cuando fue el miembro informante por el bloque del Partido Justicialista en ocasión de la privatización de las jubilaciones. Eran los años en los que Kirchner afirmaba que Menem había sido el mejor presidente que habían tenido los argentinos. Siempre dispuestos a luchar contra la entrega, en 1994 Cristina y Néstor Kirchner fueron convencionales a la Asamblea Constituyente, la que habilitaría la reelección de Menem. En ella, Cristina defendió la reelección de Menem diciendo que se trataba del gobierno “que rescató a la Argentina del incendio que nos dejaron”. Todo esto será debidamente registrado por la historia no-oficial, no-liberal y no-entreguista.
Pero no sólo a los Kirchner habrá que clasificar, porque eran los tiempos en que Miguel Angel Pichetto (hoy presidente del bloque de senadores kirchneristas), calificaba al de Menem como “el mejor gobierno de todos los tiempos”; en que Alberto Fernández era superintendente de seguros; y en que Arturo Puricelli se definía como “menemista de alma”. También habría que incursionar por el terreno de los que colaboraron con las políticas educativas del menemismo. Por ejemplo, echar un vistazo a Daniel Filmus (ministro de Educación de Néstor Kirchner, luego candidato K), en los tiempos en que fue asesor de la ministra Decibe, y colaboró en la redacción de la Ley Federal de Educación; y antes había estado con Grosso, quien transformaba escuelas en shoppings. ¿Serían shoppings no-elitistas?
Además, el equipo de revisionistas no dejará de ubicar en el casillero correspondiente la privatización del banco de la Provincia de Santa Cruz, adquirido en 1996 por Enrique Eskenazi, quien luego de haber sido ejecutivo de Bunge y Born, fue titular de Petersen Inversiones, y estuvo cercano a Corach (ministro clave de Menem). Aunque a partir de la adquisición del banco de Santa Cruz, también fue amigo de Néstor Kirchner, y en especial, de la obra pública. Así como no pasará desapercibido para el fino análisis revisionista que en 1998 Kirchner decía (se puede ver en Internet) que Menem había sido “el mejor presidente de toda la historia, desde Perón”. Un indudable aporte a la lucha ideológica contra los enemigos de la Patria. Pero podemos extendernos un poquito más de los 90, y preguntarnos también de qué lado de la línea divisoria ubicará el revisionismo a los muchos que estuvieron en la Alianza, y hoy ocupan (u ocuparon) cargos prominentes en el kirchnerismo, como Nilda Garré, Juan Manuel Abal Medina, Gustavo López y Daniel Filmus, para mencionar sólo algunos. Asimismo, habría que clasificar a los que aplicaban los planes de ajuste en 2000 y 2001, y firmaban los “pactos fiscales” con el gobierno de la Alianza. Por ejemplo, volver a registrar a Filmus, ahora como secretario de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, ajustando salarios docentes y firmando, en 2001, resoluciones por las que recomendaba a las concesionarias de los comedores escolares que adecuaran sus menús “a la grave situación financiera”. Pero ya que estamos en la crisis de 2001, nuestros revisionistas podrán documentar cómo el gobernador Kirchner disponía la rebaja de las asignaciones familiares a los empleados públicos de Santa Cruz; y cómo recortaba adicionales e impulsaba el recorte de gastos por unos 75 millones de pesos. En tanto, los fondos provenientes de la privatización de YPF seguían colocados en el sistema financiero internacional; y se enviaban patotas a reprimir a los que protestaban con cacerolas. Alguien explicará que en aquellas políticas de 1991-1 y 2001-2 estaban, in nuce, las fórmulas que hoy Cristina Kirchner transmite a los líderes mundiales para salir de la crisis.
En fin, la pregunta que hay que hacerse es cómo encaja este pasado de menemismo, privatizaciones y liberalización económica en las dicotómicas clasificaciones a las que está obligado el revisionismo. Dado que en su marco conceptual están ausentes los análisis en términos de clase, y se pone el acento en una historia de traidores y patriotas, debemos esperar que el Instituto Revisionista responda preguntas tan trascendentes como ¿quiénes fueron los “nacionales” en los 90, o durante la crisis de 2001? ¿Quiénes aplicaban las recetas neoliberales y los ajustes para salir de las crisis? ¿Quiénes eran los “vende patrias” y “entreguistas”? ¿Acaso los que se oponían a las privatizaciones, o los que privatizaban? Y entre los que privatizaban, ¿sólo están Menem y María Julia? Sin embargo, en el haber patriótico de Menem habrá que anotar la repatriación de los restos de Rosas y su monumento, en Palermo; además del nombre de Facundo Quiroga a una calle de Buenos Aires. No es poco. Por eso, tal vez, al final solo quede María Julia. Pero también habrá que ver cómo se incluye en la lista de réprobos entreguistas a los que se opusieron a las privatizaciones de YPF, Gas del Estado o las cajas jubilatorias, pero hoy son críticos del gobierno de liberación nacional. Es cuestión de afinar el lápiz. De todas maneras, ya tenemos un adelanto de cómo puede terminar la evaluación de los 90. A fines de la década, después de haber prologado las memorias de Carlos Saúl, O’Donnell decía: “Allí está mi opinión sobre Menem para los tiempos que vienen. Yo me siento muy consustanciado con su gobierno, y no sólo con sus aciertos sino con sus errores también. El tiempo va a recuperar al gobierno de Menem como un período importante. Ninguno de nosotros puede negar que la Argentina de hoy es muy distinta a la de hace diez años. O, mejor dicho, a la de diez años y seis meses. Porque hay que recordar que él tuvo que tomar el gobierno anticipadamente. Nadie puede negarle esa vocación de conducción. Yo realmente aprecio mucho que Menem sea un conductor” (Suplemento Radar, Página12, 11/07/99). El revisionismo histórico, rigurosa y científicamente aplicado a la interpretación del pasado reciente, puede depararnos resultados deliciosos.

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